Por qué los tapabocas son un arma de doble filo para la humanidad

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Las máscaras autofiltrantes descartables que hoy cubren el rostro de todos, están convirtiéndose en un enorme problema. Ayudan a prevenir el contagio y transmisión del COVID-19, pero su producción, distribución, uso y desecho está representando una amenaza ambiental. ¿Qué debemos hacer con los tapabocas?

La crisis sanitaria ha aumentado la producción, uso, mal uso y abuso de plásticos. Hemos comprado y tirado millones de guantes, máscaras protectoras, mascarillas, los famosos equipos de protección individual —conocidos como EPI—, envases de compuestos desinfectantes, bolsas y recipientes. Y pareciera que vamos a continuar haciéndolo por largo tiempo. ¿O nos podremos zafar de los tapabocas a la brevedad?  

Es indudable que el uso correcto de los tapabocas sirve para contener la propagación del virus; por ello cada día se están produciendo unos 40 millones en el mundo. Sin embargo, investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) advierten que se debe pensar en el reúso, manejo y disposición final segura para lograr el menor impacto posible en el ambiente. 

¿Pan para hoy, hambre para mañana?

Según explicó al portal de la Gaceta UNAM, Víctor Manuel Luna Pabello, investigador del Laboratorio de Microbiología Experimental de la Facultad de Química de la UNAM, los tapabocas están elaborados con telas que evitan la reproducción de bacterias, son hidrorrepelentes y antifluidos. Dichas telas pueden contener polipropileno, nailon y/o poliéster; materiales considerados no biodegradables o difícilmente biodegradables.

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Depositar los tapabocas en el ambiente genera contaminación, sea en tierra o en agua, de una u otra forma estamos dañando la flora y fauna, dijo a Gaceta UNAM Luna Pabello, coordinador del Grupo Académico Interdisciplinario Ambiental de la Facultad de Química. 

Pero no solo contaminan cuando se los desechan en el ambiente, sino desde antes. Pabello indicó que su fabricación ocasiona consumo de energía, generación de calor, residuos asociados a la transformación de materia prima, uso y contaminación de agua con pigmentos y colorantes. Además, después de producidos, continúan contaminando: su distribución a centros de venta implica el uso de energía en vehículos (que generan contaminantes tanto atmosféricos), y el uso de residuos sólidos urbanos (materiales de envase, empaque y embalaje).

De todas formas, la mayor contaminación ambiental ocurre una vez que los cubrebocas y materiales sanitarios han sido empleados y separados, envasados, almacenados, recolectados y transportados, hasta su disposición final. 

¿Qué se podría hacer?

Aunque es posible reusar determinados materiales plásticos, incluidos algunos tipos de tapabocas elaborados con material que permita su desinfección sin afectar significativamente su estructura y función, los investigadores de la UNAM aseguran que no es lo indicado para el material sanitario contaminado con COVID-19.

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Sin embargo, Pabello hace énfasis en que hay que apostar por un enfoque de reúso: representa una oportunidad para mejorar el producto, haciéndolo más resistente de forma que después de un determinado proceso de limpieza, sea seguro usarlo.

"De lo contrario se seguirá contaminando el ambiente con millones de cubrebocas, con efectos colaterales negativos en la producción de alimentos, turismo y sus actividades asociadas", comentó a la Gaceta UNAM.

La opción de reciclaje también cobra relevancia. Se puede intentar recuperar la materia prima para fabricar nuevos tapabocas u otros productos. 

Más allá de las posibles salidas al problema, los investigadores exhortan a la población a que los use de forma correcta y responsable; se deje de practicar el "usar y tirar", así como mejorar la ruta de recolección y disposición en centros de reciclaje.

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