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Donación de óvulos en España: ¿ayuda para gestar o instrumentalizar a la mujer?

© AFP 2023 / Ivan CouronneUn ovocito siendo inseminado en una clínica estadounidense
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Este acto remunerado, que sirve para una posterior fecundación in vitro o para investigaciones científicas, también cuestiona el papel anatómico de la mujer.

Hace tiempo, una novia le dijo que había donado óvulos para comprarse un ordenador. Entonces, ella no lo pensó demasiado. Lo dejó correr. Hasta 2020. Con una situación económica crítica y sin portátil propio, Rocío Saiz se acordó de aquella confesión. E investigó. Hizo el típico rastreo por internet y le empezaron a achicharrar con anuncios sobre la posibilidad de complacer a una pareja estéril, de cumplir sueños ajenos.

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Esta actividad remunerada se terciaba como algo generoso. Incluso moralmente loable. Sin embargo, a Saiz le entraron dudas en cuanto indagó más: "En las pruebas para saber si eras apta preguntaban si eras virgen o si tenías buena salud emocional, y no podías si pasabas los 30 años", rememora a Sputnik. "Aparte, pregunté y muchas amigas me dijeron que lo habían hecho y tuvieron un montón de problemas. Solo una me contó que lo hizo por concienciación, el resto era siempre por dinero. ¡Una se fue de viaje a Tailandia!", exclama.

Saiz reflexionó y no solo decidió abandonar esa posibilidad, sino que le dio una "perspectiva de género". "Vi que, como en los vientres de alquiler, la mujer es un horno para tener hijos o que nadie sabe exactamente en qué consiste, porque la salud femenina no se investiga demasiado", concede Saiz, cantante del grupo Las Chillers. "Ha pasado con el papiloma humano, que salió la vacuna, pero luego mucha gente estaba mal. Y aquí, te vacían sin saber bien para qué y por qué es tan lucrativo como para que te paguen unos 1.000 euros", espeta.

​Rocío Saiz se olvidó del ordenador personal o de un viaje a Tailandia y escribió un artículo denunciando esta cara oculta de la donación de óvulos. Abrió a la vez dos asuntos. Por un lado, el de la pérdida de ingresos de mucha gente por la pandemia y la falta de miedo a la hora de compartirlo ("ya se atreven a decir que son pobres", arguye) y el de una práctica que se realiza en sordina, rodeada de colores pastel y sin muchos datos, como el suministro de ovocitos. ¿Es algo caritativo, a pesar de la compensación monetaria, o es otra forma de instrumentalizar a la mujer?

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Dudas que tuvo B., una chica de 27 años. Ella, que prefiere no dar el nombre completo, se enteró por una compañera. "Nos lo contó a mí y a otra amiga. Y, aunque lo hizo por dinero, lo veía bien. Encima no tuvo problemas durante el tratamiento", afirma. Fueron las dos a "una clínica de las grandes" y les hicieron las pruebas pertinentes. "Como nuestros rasgos son caucásicos, europeos, no tuvimos muchos problemas", indica, contando que debido a la ley española es más fácil donar que en otros países, y muchos extranjeros aprovechan la laxitud para inseminarse aquí.

Pasó por el procedimiento habitual: "Te hacen un test más o menos sencillo para saber que no tienes ningún problema mental. Incluyen preguntas sobre niños para asegurarse de que no vas a buscar un vínculo con lo que donas", recuerda, "y después, si eres apta, te dan una pauta para hormonarte durante unos 12 días, aunque en mi caso fueron cerca de 20".

"Todo es bastante rápido. Análisis de sangre, el test y te dan las hormonas. Lo peor es que tienes que ir a la clínica casi cada día durante dos semanas. A mí no me influyó mucho, porque estaba de vacaciones, pero una mujer que trabaje no puede ir", explica B.

La donante advierte de que es un "proceso duro". "Te pagan por extraerte los óvulos, pero tienes dos o tres semanas con hormonas y ponerle precio a ponerte enferma", aclara. Su amiga, por ejemplo, no respondió al tratamiento como se esperaba y a los pocos días la descartaron. "A mí lo que más me angustiaba era ver cómo funcionaba todo. Eso vale más de 1.000 euros", remata, planteándose cuál es la distancia entre esto y los cuerpos de alquiler.

"No está tan lejos. Al final, estás dándole los óvulos a unas clínicas para que los vendan por una cantidad mucho más alta, con un beneficio impresionante, poniendo en juego la salud de las donantes. Aunque no culpo a quienes lo hagan por una cuestión personal. Yo lo haría gratis para una amiga que quisiera tener hijos y no pudiera", confiesa.

B. no repetiría. "Se vuelve al tema de que con dinero puedes tener lo que quieras. Y yo, de cierta forma, contribuí a que eso siguiera siendo así", zanja quien después contactó con gente en su misma situación y vio el llamado purplewashing de estos centros, un tipo de márquetin que utiliza eslóganes feministas vaciándolos de su reivindicación original. El patrón era similar. Una chica con quien habló le relató cómo antes de empezar el proceso acudió a una "charla informativa" y se sintió responsable de la felicidad de otros.

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"Más que informar sobre el proceso, se insistía en lo feliz que iba a ser otra persona gracias a nosotras, como si la felicidad de otras mujeres fuera nuestra responsabilidad", le dijo. Los días posteriores, esta chica se sentía "tan sucia" que el dinero cobrado le parecía "poquísimo". "No paraba de comerse la cabeza con que lo que había hecho era la versión light de los vientres de alquiler y, al estar en contra, sentía que había fallado como mujer. De ahí viene la vergüenza", le comentó.

Según recogen varios medios, España es el "granero" de óvulos para la reproducción asistida en Europa. Cuatro de cada 10 donaciones son españolas, aseguraba Alfonso de la Fuente, miembro de la Sociedad Española de Fertilidad, en un simposio reciente cubierto por el diario Abc. Detrás, apuntaba, se sitúan Reino Unido, Bélgica y Finlandia. Las razones de este éxito, defendía, eran la compensación económica, el anonimato y el carácter altruista, que también se demuestra en la donación de órganos.

​Influye en la ecuación el anonimato porque en los países que la legislación no lo permite es donde más desciende el número. En 2019, de hecho, se debatió esta normativa. Pero no se cambió. El marco legislativo sigue siendo el de 2006, que matiza que tanto la donación como la recepción deben ser anónimos. Además, un decreto de 1996, establece que las clínicas (en España se calcula que hay unas 200) deben informar con claridad sobre las pruebas, las condiciones del proceso y los cambios físicos que pueden experimentarse, acordado en un consentimiento firmado.

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La directora médica de la Clínica Tambre, Laura García de Miguel, describe el acto minuciosamente: "Las mujeres que decidan ser donantes de óvulos deben tener entre 18 y 35 años, plena capacidad de obrar y un buen estado de salud física y psíquica. Además, deberán prestar un Consentimiento Informado, explicado en la clínica con detalle, en el que debe quedar reflejada toda la información proporcionada por el centro, incidiendo en los aspectos legales. Se requiere además que la donante mida más de 1,55 metros y que su índice de masa corporal sea como máximo de 30".

García de Miguel enumera cada jornada de encuentros con los profesionales hasta llegar a la "punción", con controles ecográficos y revisiones mientras se administra la medicación. La directora anota que el máximo es de seis donaciones, con un periodo de tres meses de descanso, aunque "depende de cada caso". Además, se refiere al destino de "ovodonación", un "tipo de fecundación in vitro donde el semen que fertilizará a dichos óvulos puede ser de la pareja o también de un donante".

"El acto de donar gametos es voluntario y no lucrativo, aunque se puede recibir una compensación económica por parte del centro para cubrir los gastos que se deriven de la donación, como los diversos desplazamientos, dietas y otros inconvenientes", sentencia, sin dar cifras.

A Julia, sin embargo, también la pagaron. 1.000 euros la primera vez, hace dos años, y 1.100 la segunda, hace unas semanas. "Me enteré por una amiga y pensé que era algo muy bonito que hacer por otra mujer. A la vez, necesitaba el dinero", atestigua esta ilustradora de 33 años. La primera cita le dio "mal rollo", pero coincidió con una conocida que trabajaba en otra clínica y tiró adelante. "Me explicaron todos los pros y contras (que son muchos, desde quedarte estéril a que funcione mal el tratamiento y te tengan que llevar a urgencias)", adelanta.

"Te cuentan muy bien que la responsabilidad de los medicamentos es tuya y que si lo haces mal o si pierdes la medicación tu corres con los gastos y se puede parar el proceso. Pero esa segunda vez, viendo a mi amiga en el centro y conociendo todo, me sentí cómoda ", añade.

Cuando ya estaba dentro, se vio como "una fábrica de óvulos, una cadena de comida rápida, pero de adn". "Al principio, los dos primeros días, está bien, pero conforme pasa el tiempo, tu cuerpo se vuelve loco: dolor constante en la barriga, malestar general corporal, hormonas locas, claro. Y con la anestesia reaccioné fatal", atestigua. Esta segunda vez la llamaron desde el centro y se lo propusieron. "Me lo pensé, pero la pandemia y la cuarentena sin trabajo me habían  dejado totalmente pelada de pasta. Así que esta vez no lo hice tanto por las futuras madres, sino por mi economía", concede.

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Julia probó otra medicación. "Me quedaba media hora jodida después de cada pinchazo, mareada y con mucho dolor, con la tensión por los suelos y sin poder moverme, blanca", describe, remarcando que no todo es negativo. "Ya solo podía meterme en la cama y dormir. Así cada noche. Y dejé de quedar con amigas por las tardes-noches, porque me ponía fatal", suelta antes de reconocer que que las molestias todavía perduran.

"Necesitaba estar pronto en casa y en reposo. Te deja tocada. Mi pensamiento recurrente es '¿por qué lo he vuelto a hacer?'. El proceso es largo, doloroso, pesado, te hace perder tiempo y energía vital, calidad de vida y ganas de hacer cosas. Sí, ayudas a otras mujeres, pero para mí no compensa. Y menos por ese precio, que debería ser mucho mayor", cavila con la experiencia reciente y una duda por resolver: ¿Merece la pena?.

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