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"Pagamos las facturas de lo que no se hizo en verano": el estado de alarma es "imprescindible" en España

© AFP 2023 / Oscar del PozoSanitarias bajando a un paciente de un ambulancia en Madrid
Sanitarias bajando a un paciente de un ambulancia en Madrid - Sputnik Mundo
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'Necesaria'. Con esa palabra define el epidemiólogo Daniel López-Acuña la instauración del estado de alarma. Una herramienta jurídica que no debe tener fechas límite. Tiene que llegar hasta el día exacto en el que se controle la situación. Ni un día más, ni un día menos.

Los números aprietan a España. Los contagios alcanzan cifras récord. Los porcentajes de la presión asistencial se elevan en todas las comunidades autónomas. Las muertes tampoco dejan de sumarse en los registros presentados a diario por el Ministerio de Sanidad.

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Datos que han acabado con la declaración del estado de alarma. El domingo 25 de octubre, después de un Consejo de Ministros extraordinario, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba su vuelta tras levantarse el 21 de junio. "El estado de alarma es la herramienta constitucional para situaciones extremas, y la situación que vivimos es extrema", expuso el líder del Ejecutivo central.

Este vino acompañado de un toque de queda flexible para las comunidades autónomas. También por el rechazo de distintos grupos políticos. El 29 se debatirá su prórroga en el tiempo, en un principio, pensado para seis meses. El epidemiólogo y ex director de Acción Sanitaria en Situaciones de Crisis de la Organización Mundial de la Salud, Daniel López-Acuña, no ve problema en que el estado de alarma se prolongue hasta mayo, siempre que sea necesario para el combate contra el coronavirus.

—¿Cómo valora la instauración del estado de alarma de nuevo en España?

—Creo que es una decisión imprescindible y acertada. El estado de alarma no es una medida de salud pública, sino un paraguas de protección jurídica que permite tomar las medidas que sirven para reducir la curva de contagios. Sin este, no se podría actuar de manera eficaz. Es más, probablemente volveríamos a ese tira y afloja, por el que las normas se implantan y se revierten de manera constante, que solo nos hace perder el tiempo. Espero que el estado de alarma se pueda sostener durante todo el tiempo que sea necesario.

Es cierto que se podría haber aplicado antes, pero es bienvenido. Es el mecanismo necesario para una situación tan grave.

—También permite que haya una cierta sintonía entre todas las comunidades autónomas y el Gobierno central y que no se produzcan disonancias como las vistas en la Comunidad de Madrid semanas atrás.

—Eso es básico. Vivimos en un estado autonómico, por lo que es necesario un mecanismo de cogobernanza. Cuando las comunidades tienen el compromiso de actuar a tiempo, fantástico. Pero, el problema llega cuando no actúan a tiempo o son reticentes. Desde mi punto de vista, el Estado debe intervenir a una comunidad que no esté haciendo los deberes.

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Hay un marco aprobado en el Consejo Interterritorial que establece un semáforo de cuatro grados de alarma con indicadores explícitos. No son subjetividades. Hay comunidades que están en color rojo, en el extremo. Estos grados se acompañan de medidas que hay que tomar para contender con esos niveles de incidencia y presión asistencial. Si deciden no hacerlo tiene que haber un sistema que permita al Gobierno tomar cartas en el asunto.

Es necesario que exista la capacidad de sancionar o intervenir cuando las comunidades no cumplen. Este es el verdadero espíritu de un estado con esta estructura federal. Sin embargo, a veces parece que hemos entrado en una lógica de reino de taifas.

—A veces, cada comunidad autónoma hace las cosas de maneras muy distintas…

—Exacto y en estos momentos debe haber una mayor uniformidad en cuanto a las normativas establecidas en el país. Es importante tener el mayor grado de convergencia posible por parte de los gobiernos regionales. Por ejemplo, ahora vienen puentes festivos largos y sería positivo valorar los cierres perimetrales, como ya hicieron Asturias, La Rioja, el País Vasco o Aragón. Sería bueno que estos se reprodujeran en toda España, sino los territorios van a irradiar y recibir casos. Reducir la movilidad en el país sería lo más adecuado.

—Además de limitar la movilidad entre comunidades, otra de las medidas más nombradas es el toque de queda. ¿Cuál es su importancia?

—Es fundamental hacerlo. Una vez declarado el estado de alarma era muy importante tomar medidas restrictivas para reducir la interacción gregaria que es la que más contagios desata. Con los niveles de incidencia que tenemos, esto solo se podía hacer de tres maneras.

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Una es mediante el mencionado toque de queda. Esta es la más suave de todas. Un confinamiento nocturno en la franja horaria en la que se produce el mayor de número de rebrotes, gracias a las habituales reuniones familiares o con amigos de la noche y que potencian la transmisión del virus. Me parece importante hacerlo y, si por mi fuese, lo decretaría de 22:00 a 6:00, como han hecho algunas comunidades. Así, se cubriría el máximo de tiempo posible.

Otra opción es ir más allá y, con o sin el toque de queda nocturno, volver a los parámetros de la fase uno de la desescalada, principalmente porque nos enfrentamos a una situación de transmisión muy seria. Nos obligaría a adoptar franjas horarias de salida por edades o aplicar restricciones mayores para establecimientos. Un estilo similar a lo que vivimos durante las fases iniciales de la desescalada, cuando se repartían las horas de salida a la calle o solo podía abrir un tipo determinado de negocio.

Y luego, como última opción, el confinamiento total. No queremos llegar a ello, por eso se están tomando otros caminos. Y si no queremos llegar a lo vivido en primavera, tenemos que ajustarnos a la norma actual y tener el mínimo de interacciones posibles, porque eso es lo que está desatando los contagios en España.

Independientemente de las maneras de enfrentarnos a la pandemia, esto no es lo único que se debe hacer. Tiene que ir combinado con el uso de la mascarilla, el respeto de la distancia interpersonal y las burbujas sociales, además de seguir con las actuaciones sanitarias de diagnóstico precoz, funcionamiento de la red de rastreadores, pruebas PCR y aislamiento de positivos.

—Los datos de contagio en España son preocupantes. ¿Existe una posibilidad real de volver al confinamiento domiciliario como en marzo?

—Hay lugares de España en los que la forma en que se disparó la incidencia del coronavirus es muy severa, por lo que es normal que se planteen un confinamiento total. Es el caso de Cataluña, donde se ha llegado a hablar de confinar a la población durante 15 días o recluir a la ciudadanía los fines de semana.

Sin duda, es una medida dura porque afecta a la economía, a la psicología o al bienestar personal, pero cuando faltan conductas responsables y solidarias por parte de los ciudadanos y fallan las actuaciones sanitarias, no queda más remedio. Desde mi punto de vista, en muchos lugares la velocidad de transmisión exige que se realice ya un confinamiento completo de la población.

—¿Por qué se dan números tan elevados en la segunda ola de la pandemia?

—Creo que tenemos una combinación de tres elementos. Por un lado, hemos de tener en cuenta la variación estacional. Muchos expertos apuntaban a que en otoño e invierno tendríamos un recrudecimiento de la situación y así ha sucedido. Las condiciones climáticas, el desarrollo del propio virus y la presencia de las personas en lugares interiores durante más tiempo están detrás de este empeoramiento. La crudeza otoñal también se puede extrapolar a toda Europa. Es una situación generalizada. De hecho, Francia, Bélgica y Países Bajos tienen una incidencia mayor que España. La del Reino Unido es parecida a la nuestra.

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Además, nos hemos relajado excesivamente en las conductas de protección. No solo el uso de la mascarilla en distancias cortas ha decrecido, sino que también han aumentado las actividades de grupo. Esto ha pasado en todo el continente europeo, pero especialmente en España. Aquí somos muy dados al gregarismo y a socializar, circunstancia que no ayuda favorablemente al control de la pandemia.

Y, por último, en algunos casos, no se han hechos los deberes sanitarios. Ha habido varias comunidades autónomas que ni han potenciado la atención primaria, ni han realizado las pruebas PCR pertinentes, ni han reforzado los servicios de rastreadores hasta casi el inicio de la segunda ola. Han bajado la guardia en plena pandemia y no han cumplido con los requerimientos mínimos para hacerle frente.

Al final, este compendio nos lleva a cifras elevadas de uso de camas, ocupación de las UCI, presión asistencial y, por supuesto, de muertes.

No obstante, tampoco hay que dejar de señalar que en estos momentos se hacen muchas más pruebas diagnósticas, lo que permite ver una parte mayor de iceberg. Si se hubiesen hecho en marzo o abril, seguramente hablaríamos de números mayores durante esas fechas.

—¿Podemos decir que la despreocupación del verano nos deja un otoño complicado?

—Por supuesto. Estamos pagando las facturas de lo que no hicimos bien en verano. En parte, por esa bajada de guardia de la que hablábamos y también por un proceso de desescalada demasiado apresurado. Muchas comunidades querían avanzar demasiado rápido. Fue todo un frenesí de querer volver a la vida anterior y a la actividad económica y no se pensó en las consecuencias de todo esto. Sin duda, se tenía que haber realizado una desescalada más lenta, que garantizase la seguridad.

—Y para intentar solucionar este repunte, tenemos el estado de alarma. Una herramienta que genera mucho debate y poco acuerdo. Algunas formaciones políticas, como Vox y UPN, han decidido no apoyarlo y otras, como el PP, buscan reducir su duración. Mismamente, Pablo Casado solicita que se estire tan solo durante ocho semanas.

—Y esto no es bueno. Es puro postureo político. Desde un principio, la oposición en España se dedica a hacer campaña con la pandemia, llevándose por delante la salud de las personas, ya que, por lo general, no utilizan ningún fundamento científico. Nadie quiere un estado de alarma, pero este se tiene que alargar todo el tiempo que sea necesario para frenar el ascenso del número de contagios.

Cuando hablan de fechas, de acabar aquí o allí, no sé si es que tienen una bola de cristal para saber que en ese momento se doblegará la curva. Ojalá supiésemos el día exacto, pero como no es el caso, hay que tener abierto ese paraguas jurídico que es el estado de alarma.

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