Por Alejandro Cuevas Vidal
Foto: © Stéphane Guisard
Las grandes civilizaciones de la Antigüedad fueron las primeras en observar y estudiar los astros. Buscaban respuestas a cuestiones cómo la salida del sol o a la configuración de las constelaciones. Tras las soluciones, estudiosos como Ptolomeo, Copérnico, Kepler o Galileo, cuyos éxitos y fracasos fueron la base de la astronomía moderna. Con el paso del tiempo, las preguntas cambian, los avances llegan, pero el atractivo por descifrar el arco celeste no decae. Parece parte de nuestra genética. Aunque, hay casos en los que el interés por el cielo roza las estrellas.

Desde niño, Stéphane Guisard apuntaba con la mirada hacia el firmamento. A los 11 años construyó su primer telescopio. Lo hizo con unas lentes de plástico y un tubo de PVC. Con este vigilaba los astros desde su natal Saint-Avold, situada en la Lorena francesa. Cuando cumplió los 15, fabricó uno mayor.
"Pulí los espejos y lo hice de madera. Recuerdo encargarme de la óptica, la mecánica… Gracias a este, saque mi primera foto del cielo a los 16 años. A partir de ahí, nunca más dejé la astronomía", comenta a Guisard a Sputnik Mundo.
Con el paso de los años, aquel niño se graduó en ingeniera óptica en Francia. Estudió la fibra óptica, los láseres o las lentes. Se convirtió en un experto en telescopios. Esto le condujo al European Southern Observatory (ESO), dedicada al diseño, construcción y operación de potentes instalaciones de observación astronómica instaladas en tierra. En 1994, viajó a Chile y empezó a trabajar en el observatorio de la entidad en el Desierto de Atacama.
"Era el encargado de cuidar la parte óptica de los telescopios. Me dedicaba a su mantención y alineación para conseguir una mayor calidad de imagen".
En 2015, tras 21 años, abandonó Chile para mudarse a Múnich, donde se encuentra la sede de ESO. Allí se prepara el llamado Extremely Large Telescope (ELT), el que, según la organización europea, será el "mayor ojo que mire al cielo". En su diseño trabaja Guisard.
"Este será el telescopio más potente del mundo. No por su diámetro, sino por el tamaño de su espejo central. Este tendrá un diámetro de 39 metros. Podrá recoger más luz y así ver mucho más lejos", explica.
Está previsto que ELT sea instalado entre 2025 y 2026 en el desierto chileno. Sus cielos claros no tienen nada que ver con los de Múnich, afectados por la contaminación lumínica. Una bóveda celesta que el ingeniero recuerda con cariño. "Los cielos son muy oscuros, perfectos para los astrónomos, sobre todo para sacar fotos nítidas".
Y es que, más allá de ingeniero óptico, Guisard es también astrofotógrafo.


Por su parte, la astrofotografía sí que dispara al cielo en búsqueda de belleza. Quiere mostrar los cuadros que puede llegar a formar el universo. Y Guisard, a pesar de trabajar con espectros, se "queda con lo bello".
Por su objetivo han pasado la Vía Láctea, Orión, la Gran Nube de Magallanes, la Galaxia del Sombrero o la Nebulosa del Águila, entre otras. La luz y los colores inundan sus fotografías. Una obra tras la que hay horas y horas de dedicación. Tanto para la toma como para la posterior recomposición. "Las fotos del cielo profundo, es decir de cuerpos lejanos, necesitan mucho tiempo de exposición. El mínimo son 30 segundos, pero puedes estar varias horas. Hay imágenes que necesitan 10 horas y se hacen durante varias noches".
"Antes era más artesanal. Ahora existen programas que permiten que se pueda enfocar el telescopio en una dirección y dejarlo programado para que no pare de hacer fotos. Puedo hacer que un instrumento en Chile vigile el cielo mientras yo duermo en Alemania", indica el fotógrafo.
el manto estelar.
Durante sus años en Sudamérica, el fotógrafo ascendió en varias ocasiones a los Andes, tanto en la Patagonia como en Ecuador. Sufrió las heladoras temperaturas nocturnas de la cordillera y la falta de oxígeno al plantar el trípode a 4.000 o 5.000 metros sobre el nivel del mar. Para llegar a determinados lugares, se armaba de paciencia y cargaba hasta cinco cámaras sobre su espalda. En total, 30 kilos de material para
retratar el cielo.
Pero, si hay una fotografía de la que está orgulloso es de un mosaico del centro de la Vía Láctea. Necesito 200 horas de exposición y 50 imágenes para componerla. En total, seis meses para tomarla y otros seis más para procesarla y ensamblarla. Tiene mil millones de píxeles, una cifra imponente para un trabajo realizado hace 12 años.

Un propósito con el que ha recorrido Sudamérica y América Central. El francés ha colocado su cámara frente a las vastas extensiones del Desierto de Atacama, pero también en la isla de Pascua o en el corazón de las ciudades mayas de Tikal y Chichén Itzá. "Muchos monumentos están relacionados con la astronomía, así que es una combinación perfecta", asevera.

Fotos: © Stéphane Guisard
Texto y diseño: Alejandro Cuevas Vidal