No solo iría a Mondicourt, sino que aprovecharía para visitar los demás lugares anotados en las placas. "A principios de siglo,
no era tan infrecuente tomar fotografías. Salvo quizás en España, por las circunstancias económicas. Y se veía que Wattebled tenía una forma propia de mirar, tenía estilo", dice Gómez, que marca distancias con el caso de la estadounidense
Vivian Maier, también descubierta póstumamente y cuya obra era ingente y premeditada, plagada de autorretratos y escenas cotidianas.
"Me fui hacia el norte en febrero y aproveché para pasar por Coillure y ver la tumba de
Machado o por el viaducto de Millau", explica Gómez. De allí, al meollo: Tourcoing, Le Portal o Mers-les-Bains. Condujo durante un par de semanas por caminos secundarios, siguiendo esas estampas bucólicas que había visto y disparando cada vez que coincidía el paisaje. Se juntó con aquel empleado de Monticourt y fue entrevistado para La Voix Du Nord, un periódico local.
Las pesquisas daban fruto. Edmée Picot, la mujer de Joseph Wattebled, había nacido en 1899 y había tenido esas dos hijas mencionadas, Françoise y Annie. Una de las tres hijas de la primera, Maryse Copin, se puso en contacto con Gómez a raíz de su aparición en medios. Le narró, a sus 68 años, algunos recuerdos de su abuelo, que también sale en alguna imagen, siempre de punta en blanco, con boina y con un recortado bigote.