El ruso que se extirpó el apéndice a sí mismo en la Antártida y se volvió una leyenda

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Cuando en 1960 Leonid Rógozov emprendió el viaje a la Antártida como médico y meteorólogo de una misión científica soviética jamás imaginó que tendría que autooperarse de una apendicitis aguda para sobrevivir. Débil y con náuseas, asistido por dos inexpertos compañeros, el joven cirujano se extirpó el apéndice en el Continente Blanco.

Leonid Ivanovich Rógozov era uno de los 12 miembros de la sexta expedición antártica soviética, que llegó a comienzos de diciembre de 1960 a la región llamada oasis Schirmacher, de la Antártida oriental, con la misión de construir la base Novolazárevskaya.

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La base Novolazárevskaya fue inaugurada el 18 de febrero de 1961. Durante los siguientes meses, los miembros de la expedición debían permanecer allí, aislados del exterior a causa de las condiciones climáticas del invierno polar.

En la mañana del 29 de abril de 1961, Rógozov empezó a sentir un malestar generalizado, con náuseas, dolor en la parte baja derecha del abdomen y fiebre. Rógozov escribió en su diario que se trataba de una apendicitis. "No digo nada sobre esto, incluso sonrío, ¿para qué asustar a mis amigos?", confesó.

Al día siguiente, la inflamación y el malestar habían aumentado. Según el relato de Rógozov sobre su autocirugía de apéndicepublicado en el Boletín informativo de la Expedición Antártica Soviética, el médico había detectado señales de "una posible perforación de apéndice y peritonitis localizada".

Era imposible que llegase ayuda a tiempo desde la base Mirni a Novolazárevskaya, separadas por 3.000 kilómetros. Las bases de otros países, más cercanas, tampoco eran buenas opciones, ya que "ninguna tenía un avión, y de cualquier forma, una tormenta de nieve descartaba un vuelo", comentó Rógozov.

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Al atardecer del 30 de abril, el caso era cuestión de vida o muerte: Rógozov necesitaba una extirpación del apéndice, y él era la única persona capacitada para llevarla a cabo. "Estoy molesto conmigo mismo, les arruiné a todos el feriado. Mañana es primero de Mayo. Y ahora todos están corriendo de aquí para allá, preparando el autoclave. Tenemos que esterilizar la ropa de cama, porque vamos a operar", escribió el médico en su diario.

Solo necesitaba enseñar lo mínimo indispensable a un par de compañeros que oficiarían de ayudantes durante la intervención quirúrgica.

A las 22:00, hora de Moscú, la operación comenzó.

Cómo se realizó la apendicectomía

Rógozov instruyó a los improvisados ayudantes de cirugía. Uno de ellos sujetaría el retractor —instrumento quirúrgico que mantiene separados los lados de la incisión—, mientras que el otro sostendría el espejo con el que Rógozov intentaría ganar visión.

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"¡Mis pobres asistentes! En el último minuto los miré, allí parados en sus ropas blancas de cirugía, ellos mismos más blancos que el blanco. Yo también estaba asustado. Pero cuando agarré la jeringa con novocaína y me di la primera inyección, de alguna manera automáticamente me activé en modo operación, y desde ese punto no reparé en nada más", recordó luego Rógozov en su diario.

Quince minutos después de anestesiarse la pared abdominal, Rógozov tomó el bisturí y se hizo una incisión de unos 12 centímetros. Comenzó la cirugía ayudándose del espejo, pero aun con esa herramienta y con la posición levemente inclinada de su cuerpo en la camilla, tuvo que guiarse por el tacto dentro de la cavidad abdominal. Se perforó el ciego, la parte del intestino grueso unido al apéndice, y tuvo que suturarlo.

A los 30 minutos, Rógozov estaba débil y muy mareado, por lo que empezó a tomar descansos de 20 a 25 segundos cada 5 minutos para recuperarse momentáneamente. En caso de perder el conocimiento, sus ayudantes estaban aleccionados acerca de las drogas que debían inyectarle y cómo asistirlo con respiración mecánica.

"En el peor momento de remover el apéndice, flaqueé: se me agarrotó el corazón y aminoró notablemente. Mis manos se sintieron como de goma. Bueno, pensé, esto va a terminar mal. Y todo lo que quedaba era remover el apéndice", escribió el médico.

Cuando Rógozov extirpó el apéndice se percató que había operado justo a tiempo: la base del órgano tenía una perforación de unos cuatro centímetros cuadrados. Una demora hubiese ocasionado la rotura del apéndice, con liberación de bacterias y otras sustancias orgánicas que habrían causado una infección llamada peritonitis, que puede ser fatal. Tuvo que aplicarse antibióticos para evitar más riesgos.

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"Entonces, me di cuenta de que básicamente, ya estaba salvado", recordó Rógozov. Cuando llegó la medianoche, Rógozov ya estaba suturado. Pálido y cansado, luego de la higienización, tomó unas pastillas para dormir. Al día siguiente, se sintió mal, y la fiebre había subido. Pero con el paso de las horas mejoró. Cuatro días después, la excreción era normal. Dos semanas más tarde, Rógozov estaba trabajando normalmente. En mayo de 1962, finalmente regresó a la Unión Soviética.

Rógozov no conocía la historia de Evan O'Neill Kane, un médico estadounidense que en 1921 se extirpó a sí mismo el apéndice, aunque en un contexto muy distinto: Kane decidió autooperarse en el block quirúrgico del hospital de su familia en Pennsylvania, acompañado de una plantilla de cirujanos y ayudantes, para probar que era capaz de hacerlo. El caso Rógozov es por completo distinto: un ejemplo de templanza, valentía y resiliencia en condiciones absolutamente adversas.

Leonid Ivanovich Rógozov murió afectado por un cáncer de pulmón, el 21 de septiembre de 2000 en San Petersburgo.

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