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La indecisión de Italia le hace perder terreno en Libia

© REUTERS / Esam Omran Al-FetoriUn miembro del Ejército de Hatar en Libia
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ROMA (Sputnik) — Libia tiene una importancia económica y política particular para Italia, pero para Roma es cada vez más difícil competir con otras potencias que tratan de ampliar su influencia en el país magrebí.

El interés de Italia hacia Libia parece evidente, casi natural. La isla de Lampedusa, territorio más meridional de Italia, se encuentra tan solo a 355 kilómetros de Trípoli, con lo cual es el país europeo más cercano a Libia en términos geográficos.

Los dos países también tienen una historia común bastante complicada. En 1912 Libia se convirtió en una colonia italiana y la propaganda del dictador fascista italiano Benito Mussolini incluso la definió como "la cuarta costa de Italia".

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Después de la Segunda Guerra Mundial, Italia perdió sus posesiones ultramarinas, pero en Libia se quedaron decenas de miles de italianos, a los que expulsó Muamar Gadafi cuando llegó al poder en 1969.

Este episodio causó mucha tensión política, pero no interrumpió la cooperación económica, que siempre fue muy intensa. Desde los años 50 Libia es uno de los proveedores principales de petróleo y gas para Italia, la cual, a su vez, fue y sigue siendo el primer socio comercial del país norafricano.

En 2008, el entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi y Muamar Gadafi firmaron un tratado de amistad entre los dos países, que dio un ulterior empuje a las relaciones bilaterales. Sin embargo, tres años después la participación de Italia en la operación Amanecer de la Odisea contra el dictador libio, mermó la credibilidad de Roma en el país magrebí: el acuerdo italo-libio contenía una cláusula de no agresión, que Italia violó, algo que difícilmente podrán olvidar los políticos libios actuales, ya sean simpatizantes de Gadafi o no.

Potencias extranjeras en Libia

Además del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), encabezado por Fayez Sarraj y con sede en Trípoli, y el Ejercito Nacional de Libia (LNA), liderado por el mariscal Jalifa Haftar, en la guerra civil libia, que dura ya más de nueve años, también participan varios actores exteriores.

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Washington apoya el GNA, pero prefiere no intervenir directamente en el conflicto en el país magrebí, considerándolo de importancia secundaria para sus intereses. A su vez, la UE, a pesar de que en diferentes países europeos periódicamente se organizan conferencias sobre Libia (la última tuvo lugar en Berlín el pasado enero), no tiene una idea clara de cómo solucionar el conflicto, ni dispone de suficientes instrumentos políticos, económicos y militares para intervenir en Libia.

Este vacío geopolítico en Libia atrae a potencias como Francia, Rusia, Emiratos Árabes Unidos (EAU) o Turquía, las cuales no se limitan a demostrar su apoyo a una u otra parte beligerante, sino se involucran directa o indirectamente en la guerra civil.

Por ejemplo, Turquía está de parte del GNA y en 2020 mandó mercenarios y material bélico al Gobierno de Sarraj y organizó una contraofensiva que frenó el asalto de LNA a Trípoli.

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A su vez, EAU en los últimos meses envió más de 150 aviones, cargados de armamentos y mercenarios, para dar apoyo al mariscal Haftar. Según los datos que circulan en los medios occidentales, en Libia estarían presentes centenares de mercenarios de la compañía militar privada rusa Wagner y a finales de mayo Moscú habría enviado a Libia aviones militares Su-24 y MiG-29. Además, desde 2014 el mariscal también cuenta con el apoyo de Francia.

Indecision italiana

Frente a estas actividades intensas, la posición de Italia parece algo extraña. Con todos los intereses económicos que tiene en el país magrebí, en los nueve años que transcurrieron de la muerte de Gadafi, Roma no logró elaborar una estrategia clara en el tablero libio.

Cuando se creó el GNA, Italia le declaró su apoyo. En 2017 las dos partes firmaron un acuerdo sobre los migrantes, según el cual Italia concedía prestamos al Gobierno libio y entrenaba la guardia costera y las tropas fronterizas, mientras las autoridades libias bloqueaban los flujos de los migrantes. Meses después estalló un escándalo cuando se supo que las tropas libias entrenadas por los instructores italianos ejercían violencia hacia los migrantes y los vendían como esclavos.

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Este acuerdo fue uno de los raros frutos de la colaboración entre Roma y Trípoli. Frente a la amenaza que constituye el LNA para el Gobierno de Sarraj, Roma se limitó a hacer declaraciones de apoyo y a una ayuda más bien simbólica. Sin embargo, cuando Turquía intervino a favor del GNA, el Ejecutivo italiano se opuso, causando una reacción de estupor e irritación en Trípoli. En cuanto a las relaciones con Haftar, Italia empezó a desarrollarlas tan solo en 2018 y hasta ahora no ha sabido vencer la desconfianza del mariscal. El principio de 'equidistancia', que Roma sigue actualmente, tiene como consecuencia que ambas partes del conflicto libio consideren a Italia como un interlocutor poco fiable.

En los últimos años la política italiana en Libia parece depender cada vez más de las decisiones que no se toman en Roma, sino en otras capitales, en primer lugar, en Washington y Berlín, lo que inevitablemente relega a Italia a un segundo plano.

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En buena parte esta incapacidad de elaborar su propia estrategia se debe a la inestabilidad política crónica en la misma Italia. Desde la primavera de 2011 en el palacio Chigi, sede del Ejecutivo del país alpino, se sucedieron seis primeros ministros y siete Gabinetes, cada uno de los cuales comprendía a su manera los intereses exteriores del país. Además, Italia sufre de una crisis económica permanente, que no le permite conducir una política exterior audaz.

A medio y largo plazo la pasividad y la falta de iniciativa crean el riesgo de un progresivo debilitamiento de las posiciones italianas en Libia. De seguir así, quizás un día Roma se encuentre en una situación en la cual sus relaciones con el país norafricano sean dictadas por otras potencias.

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