Que el racismo es un problema estructural empieza a ser un consenso y cada vez son más las iniciativas que buscan poner remedio. La última conquista fue una especie de cuota para impulsar a los candidatos negros en los partidos políticos.
"Ni la izquierda ni la derecha nunca trataron de la cuestión racial. El racismo no es una cuestión identitaria, es una cuestión estructural", comenta a Sputnik la diputada federal Benedita da Silva (Partido de los Trabajadores), que hace unos días logró que la justicia reconociera un espacio de poder propio para las candidaturas negras.
Para corregir las desigualdades (el machismo y la predominancia de hombres en la política es otra de ellas) ya existe en Brasil una ley que obliga a que el 30% de las candidaturas de cada partido en las elecciones sean de mujeres. Silva cuestionó al Tribunal Superior Electoral si el fondo destinado a esas candidaturas femeninas no debería ser repartido a partes iguales entre candidatas blancas y negras, a sabiendas de que las mujeres negras siempre acaban en los últimos puestos de las listas partidarias.
Es decir, la justicia no obligará a los partidos a presentar candidatos negros (los jueces consideraron que eso debería decidirlo el Poder Legislativo), pero en caso de presenten candidatos negros tendrán que partir para la disputa electoral con las mismas condiciones económicas que sus colegas blancos.
La decisión entrará en vigor en las elecciones generales de 2022 y no en las municipales que se celebrarán en noviembre, pero para la diputada afrobrasileña, que con 78 años y una carrera política a sus espaldas fue toda una pionera, es igualmente una conquista enorme.
"Los últimos acontecimientos en EEUU hicieron que hubiese un despertar. Aquí siempre convivimos con esa violencia y la estábamos naturalizando, pero al ver lo que está pasando con los negros en EEUU hace que miremos a Brasil y descubramos que aquí pasa lo mismo. No puede continuar", dice.
No basta con no ser racista
La célebre frase de la activista estadounidense Angela Davis ("No basta con no ser racista, hay que ser antirracista") empieza a calar a pie de calle, y el despertar al que alude la diputada no se da únicamente a nivel institucional. Recientemente, grupos de padres de algunas de las escuelas privadas más elitistas de São Paulo (y mayoritariamente blancas) se unieron para pedir a la dirección de los colegios que el panorama general represente más fielmente la cara de la sociedad brasileña.
En otras escuelas se está debatiendo incluso la creación de un fondo colaborativo para ayudar a pagar la matrícula a familias negras, que en general tienen una renta menor y acaban excluidas de estos espacios. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), el 54% de la población brasileña se autodeclara negra, pero entre el 1% de brasileños más ricos tan sólo el 12% es negro.
En el el estado más negro de Brasil, la Orquesta Sinfónica de Bahía creó en agosto, de forma inédita, una academia virtual para jóvenes músicos que por primera vez incluía acciones afirmativas: un 20% de plazas destinadas a músicos negros y de baja renta y otro 20% a mujeres.
Avances a pesar de Bolsonaro
Estas iniciativas siguen la estela de las cuotas raciales que empezaron a implantarse en las universidades públicas en los años de gobierno del PT y que empezaron a cambiar la cara de los campus, de donde ya empiezan a salir en cantidades aceptables arquitectos, médicos o ingenieros negros, algo que era muy excepcional apenas unos años atrás.
Desde el bolsonarismo, diputados como Rodrigo Amorim cargaron contra este tipo de política pública y amenazaron con proyectos de ley para extinguirla, pero los movimientos en esa dirección se quedaron en una bravata. Las cuotas parecen estar consolidadas y la sociedad brasileña, a pesar de Bolsonaro, sabe que el racismo estructural es un problema al que hay que plantar cara.