"Tener COVID-19 es como una montaña rusa, entre las emociones, y los síntomas de la enfermedad. Es un día estar bien y al día siguiente quizá no estar", dijo a Sputnik.
En este momento el mundo se prepara para volver a lo que muchos definen la nueva normalidad: hacer la vida como antes, pero con el riesgo de contraer un virus que puede pasar como una gripe o dar un golpe fulminante al organismo de quien lo padece.
Sala de consultas
La sala de consultas a personas recuperadas del COVID-19 estaba llena. Eran 21 los que serían chequeados por la doctora Carmen Zambrano, quien incansablemente va de un pasillo a otro y además revisa la evolución de los pacientes y sus exámenes de laboratorio.
Allí, estaba Guillermo sentado junto a su "ángel caído del cielo", como define a José Rodríguez, el vecino que en los últimos meses se convirtió en el mayor apoyo para él, y para su esposa Fátima, también de 70 años, quien continúa intubada y dando la batalla contra el virus en el área de cuidados intensivos del Hospital Dr. Domingo Luciani, del estado de Miranda (norte).
El tratamiento comenzó en casa por recomendación de familiares médicos, pero un amigo infectólogo los visitó el 11 de agosto y los alertó, diciéndoles que debían acudir cuanto antes a un centro de salud.
"A mi casa fue una médica infectóloga, me hizo el test y salí negativo, pero viendo que la situación no había pasado, otro médico fue a mi casa y dijo que al día siguiente debíamos ir a un hospital, eso fue el 11 de agosto, y mi esposa ya necesitó esa noche el oxígeno", recordó.
Uno de sus familiares los ayudó a ingresar al Hospital Dr. Domingo Luciani, en el que, aseguró, recibieron todo el tratamiento y una excelente atención de los médicos.
"Todo lo hemos tenido aquí (…) Del hospital le puedo decir que es excelente, todas las medicinas, un solo día faltó dexametasona, pero la compré (…) las medicinas, las placas, el tac, el tomógrafo está en perfectas condiciones. Si no te puedes mover tienes unidades móviles de rayos equis y van hasta la cama y los hacen ahí, tienes todo", contó.
El hospital, fundado en 1987, se mantiene en pie, y aunque los años no han pasado en vano por su estructura, el personal médico, de enfermería, de traslado de camillas y de limpieza, trabaja como hormigas.
A pesar del riesgo que significa para su salud exponerse al virus, con racionamientos de agua en toda la región capital, la mayoría de los consultados por Sputnik respondieron que aunque pueden sentir temor al igual que cualquiera, ese es su oficio y no pueden detenerse.
"Lo que hacen es admirable, y aunque su salario debería ser 100 veces más alto, siguen aquí y se mantienen atendiendo pacientes", destacó Montiel.
"Nos cuidamos mucho"
"¿Qué me trajo al hospital?", "¿dónde me contagié?", son algunas de las preguntas sin respuestas para Guillermo Montiel, quien asegura que se cuidaba desde el primer momento, especialmente por sus condiciones de salud previas.
"Nos cuidamos mucho. Ella [Fátima] desde febrero no salía de la casa, ni al pasillo a botar la basura. Yo era el que hacía las compras, siempre limitamos las salidas, incluso si yo tenía ganas de comprar algo de comer, ella me decía: 'No salgas, por favor', y evité salir muchas veces", expuso.
Montiel recuerda que las salidas más largas que hacía en este tiempo eran a la carnicería, en la que pasaba cerca de 30 a 20 minutos frente al carnicero haciendo su pedido. "Pero siempre estaba con mi tapabocas, todo el tiempo, y con guantes. También siempre había gente que pasaba por detrás, mientras completaba la orden", comenta. Esa es quizá una de sus hipótesis, pero no tiene ninguna certeza.
Lo más duro
El miércoles 26 de agosto Montiel volvió a casa, y aunque una semana después le confirmaron que estaba libre del COVID-19, confiesa que lo más duro no ha pasado.
Retornar a casa sin su esposa ha sido un golpe para Montiel, que pesa mucho más que cualquier desmejora que haya podido causar la presencia del COVID-19 en su cuerpo, como es el descontrol de glucemia, la alteración de la hemoglobina, afectación en riñones e hígado.
"Me siento muy solo desde que volví a casa, muy triste, pensando todos los días y noches en la situación de mi esposa Fátima. Le comuniqué a sus amigos, y todos enseguida me llamaron para solidarizarse, para ponerse en oración, todos estamos afectados por esta situación", agregó.
De los días de hospitalización, Montiel lo recuerda casi todo. Su teléfono se convirtió en su diario, allí con fechas e incluso horas, tiene registradas memorias y emociones. Las noches largas en las que pudo acompañar la lucha de su esposa, las conversaciones con sus hijos y amigos, o el despedirse de pacientes que horas después de mantener una conversación con él murieron.
Montiel es un hombre canoso, alto y de aspecto robusto, cuya voz tiembla, pero sin quebrarse, cuando dice anhela el regreso de su esposa, y cuando relata el noble comportamiento de sus vecinos quienes sin pensarlo se abocaron a ayudarlo.