En 1526, un huracán impactó a una embarcación española que cumplía un viaje a través del Mar Caribe entre La Habana y Cartagena de Indias. El viento destrozó la ligera embarcación a vela en la que viajaban unos pocos hombres. Contra todo pronóstico, el capitán del barco, Pedro Serrano, sobrevivió a aquella catástrofe y despertó en un banco de arena en medio de las aguas.
Aquella formación de arena no llegaba a ser una isla. Más bien era un conjunto de cayos de forma triangular, con 3 kilómetros de largo y 15 kilómetros de ancho, más una barrera de arrecifes de 50 kilómetros de largo. Serrano llegó en realidad a solo uno de esos cayos, de 600 metros de largo por 400 de ancho.
La historia del capitán Pedro Serrano quedó documentada en el Archivo General de Indias que aún se conserva en España y guarda varias memorias de la ocupación europea de los territorios americanos. Pero también llegó a la literatura, gracias al Inca Garcilaso de la Vega en su libro Comentarios reales de los incas de 1609. Se dice, también, que la historia de Serrano sirvió como inspiración para el célebre Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, publicado en 1719.
La lejana anécdota resulta ineludible para cualquier visitante al Cayo Serrana, que en la actualidad, y a pesar del paso del tiempo, sigue siendo considerado el punto más recóndito del territorio colombiano. Administrativamente pertenece al Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, el departamento de Colombia que abarca a sus islas sobre el Mar Caribe y a los cayos e islotes que complementan su geografía.
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Una base militar
Situada a unos 244 kilómetros de San Andrés y a unos 1.400 de Bogotá, Cayo Serrana es, al igual que los demás cayos cercanos como Serranilla o Roncador, entre otros, un lugar inhóspito, de no ser por la docena de efectivos de la Armada Nacional de Colombia que tienen al banco de arena como base militar durante 60 días.
La presencia militar es constante debido a que los cayos del Caribe colombiano no dejan de ser un punto estratégico en el que también es común la presencia de pescadores furtivos que parten desde las costas cercanas de Nicaragua o Jamaica.
Una reciente crónica del diario colombiano El Tiempo remarca que los marinos colombianos deben afrontar un viaje marítimo de 27 horas para llegar a Cayo Serrana. Una vez allí los esperan duras pero poco variables rutinas de ejercicios físicos y militares durante el día, que suele extenderse entre las 5 de la mañana y las 20:30 horas.
En efecto, la zona del Caribe que rodea a Cayo Serrana es destacada por su biodiversidad. En el año 2000, la Unesco incluyó a todo el Archipiélago de San Andrés, incluidos los cayos, en lo que se denomina la Reserva de la Biósfera Seaflower. Con más de 180.000 kilómetros cuadrados de área marina, se trata de la tercera reserva de coral más grande del mundo.
La inclusión de Cayo Serrana dentro del área protegida hizo que su paisaje no sea dominado solo por militares, ya que periódicamente llegan al lugar delegaciones de científicos de universidades colombianas preparados para relevar la fauna y la flora propia de las pequeñas islas. Se destacan en ese campo algunas especies características de la zona como el pez loro y el caracol pala pero también la presencia de cangrejos, langostas, rayas y las tortugas que supieron alimentar a Pedro Serrano.
Así clasificamos las muestras de algas durante la expedición en Isla Cayo Serrana #ColombiaBio #Serrana2016 #Seaflower @ccoceano pic.twitter.com/WBFvOrzOIY
— Minciencias Colombia (@MincienciasCo) April 24, 2017
Los tiburones casi protagonistas
Entre toda la fauna típica de Cayo Serrana, los tiburones se llevan un destaque especial, sobre todo porque constituyen uno de los mayores temores de la docena de marinos colombianos que se turnan en la isla. Las crónicas publicadas en los medios nacionales sobre los militares que custodian las playas suelen recoger el lamento de los marinos que saben que darse un chapuzón relajante no es una opción en las aguas cristalinas de Cayo Serrana.
Investigadores de la Universidad de Antioquía que participaron de aquella incursión reportaron en su momento que se hallaron envases plásticos y de vidrio que provenían de Jamaica, Trinidad y Tobago e incluso de la Colombia continental. Lo peor, según advirtieron, es que las aves residentes en el cayo anidaban entre los desechos y hasta lo consumían.