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La cuarentena voluntaria de 'tío Sam': el camerunés que ayuda a inmigrantes con COVID-19 en España

© Foto : Cortesía de Misión Cristiana ModernaSame Eitel, camerunés de 47 años que ayudó a inmigrantes durante la pandemia
Same Eitel, camerunés de 47 años que ayudó a inmigrantes durante la pandemia - Sputnik Mundo
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A sus 47 años, Same Eitel ha pasado dos meses sin salir de una nave en Fuerteventura, una isla canaria, con decenas de personas contagiadas. Lo hizo "para animarles".

Same Eitel ha atendido en una mañana a varias entrevistas y está cansado de "las cámaras". Este camerunés de 47 años ha gozado de repente de una fama imprevista por su labor durante la pandemia. Y su rutina en Fuerteventura se ha visto alterada. De acudir como un voluntario más a la Misión Cristiana Moderna ha pasado a gozar de una popularidad que llega a abrumarle. La razón: en junio decidió confinarse junto a otros inmigrantes en una nave industrial de esta isla canaria contagiados de COVID-19. Solo por animarles y servir de apoyo.

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La decisión no fue repentina. Su trayectoria explica las ganas de ayudar. Nacido en Yaundé, la capital de Camerún, el apodado tío Sam ha pasado por unos cuantos episodios de gravedad hasta enfrentarse a la actual epidemia sanitaria. Se crió en un país liderado por Ahmadou Ahidjo, primer presidente de una nación camerunesa unificada e independiente de las garras coloniales francesas. Como ha declarado en diferentes medios de comunicación, recuerda de entonces el silencio en torno a la radio cuando hablaba este mandatario, que terminó copando dictatorialmente el poder hasta 1982.

Durante el periodo de Paul Biya, su sucesor al cargo, Same Eitel ingresó en el servicio militar. Fue llamado a filas posteriormente para luchar en Chad, que libraba una guerra con las fuerzas libias del malogrado Muanmar el Gadafi. Esas actividades le dejaron huella: "Mi superior me obligaba a ir con un batallón de soldados con armas a intervenir en zonas con muchos civiles, me obligaban a disparar a gente que no tenían armas sino piedras", relata en un buen castellano que, sin embargo, considera pobre (por eso usa frases cortas, sin prodigarse en detalles).

​​Acabó por desertar. Y empezó otro periplo igual de arduo: sin visado y considerado una especie de prófugo, atravesó hasta Melilla por Nigeria, Togo o Argelia. En total, tres meses que le dejaron al otro lado de la valla y con ganas de pegar el salto a la península: su siguiente destino fue Málaga, al sur. Trabajó en el campo antes de partir a Alicante y cambiar su sector por la construcción y su situación familiar: conoció a una mujer con la que tuvo dos hijos.

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Pero llegó 2008. La crisis inmobiliaria hundió el mercado laboral. El empleo no arrancaba, ni el formal ni el informal. Y Same Eitel probó suerte fuera. Alemania, Bélgica o Suiza fueron sus destinos cuando, en 2011, se atrevió a deambular por Europa. Hasta que en 2019 le hablaron de Fuerteventura, segunda isla en tamaño y cuarta en población (unos 122.000 habitantes) del archipiélago canario (2,12 millones de personas).

Quería tantear en el ámbito del turismo. No lo consiguió. Y se puso en contacto con la Misión Cristiana Moderna, una iniciativa surgida a finales de los años noventa y constituida en 2003 que, entre otras actividades, da cobijo a indigentes o reparte comida.

"No tenía nada y me tuve que venir a la iglesia y explicar mi problema. Me acogieron y desde entonces sigo aquí", resume.

Su labor, como la del resto, se alteró al inicio de 2020. El virus proveniente de Wuhan, en China, desbarató cualquier plan imaginable. A las llegadas en patera se les sumó la posibilidad de contagiarse de un enemigo invisible. El COVID-19 ya se expandía por medio mundo y amenazaba con propagarse hasta en este rincón del Atlántico. La Misión Cristiana Moderna tenía habilitadas tres estancias para dar refugio a la gente, pero pidieron al Cabildo que les proporcionara otra más.

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​En la "nave del queso", un recinto donde se había proyectado una manufactura del queso majorero, propio de Fuerteventura, fueron a parar los primeros inmigrantes portadores del virus. El caso que saltó las alarmas se dio el 7 de junio, según los registros que conserva Ángel Manuel Hernández, unos de los miembros principales y llamado habitualmente Padre Ángel. Este pastor de 50 años apunta por teléfono a Sputnik que a los pocos días se multiplicaron los casos. Hubo 46 en una lancha procedente de El Aiún, capital del Sáhara Occidental.

"Teníamos tres sitios: uno para que les hicieran el test y esperaran 72 horas y otro para la cuarentena", matiza.

Rápidamente buscaron una respuesta. Dieron varios cursos para tratarles y congregaron a quienes podían comunicarse con ellos. Same Eitel se prestó en cuanto supo lo que ocurría. Con varios idiomas y una formación militar que le proporciona la cualidad de saber escucharlos e insuflar ánimos, tal y como asegura.

"Tenían miedo y les intentaba meter en la cabeza que no debían tenerlo", dice Eitel ahora, después de encerrarse dos meses con ellos. El tío Sam les despertaba con un café, limpiaba los sanitarios, desinfectaba, atendía llamadas y les aliviaba la tensión de la coyuntura. "Hablaba con ellos para que no se aburrieran y entretenía a los niños", indica, "ellos me decían que les dolía la cabeza y yo les daba un paracetamol; al día siguiente les preguntaba cómo estaban y, si estaban bien, me alegraba".

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Muchos se contagiaron, pero "salió todo bien", sostiene. A lo largo de estos meses, habían llegado 190 personas en patera y se habían detectados 92 positivos, según la Misión Cristiana Moderna. En las Islas Canarias ha habido en total 4.990 casos y 167 fallecidos desde que comenzó la pandemia (una pequeña parte de los más de 405.000 positivos de España, con 28.872 muertes). Same Eitel fue su particular enfermero. "Estoy muy contento y muy cansado", reflexiona. El Padre Ángel complementa su discurso: "Su ayuda fue fundamental. Ha sido un nexo de conexión esencial", repite.

El pastor recuerda aquel domingo que se acercó a él pidiéndole ayuda. "Same vino al culto y le pregunté si había cenado. Me dijo que no. Comió y después me contó su historia. Le ofrecí que se quedara, hasta ahora", recuerda, añadiendo: "Es un héroe. El tipo conoce la cultura africana y ha sido muy motivador. Hemos conseguido darle una ofrenda de amor por su trabajo. Y aquí todo el mundo le grita '¡Tío Sam, gracias!' porque es muy noble y se le ha cogido mucho cariño".

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