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Trump sacude el avispero electoral con ideas imposibles

© REUTERS / Jonathan ErnstDonald Trump, presidente de EEUU
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El último comentario tuitero del 45º presidente de Estados Unidos ha levantado una nueva polvareda política. Donald Trump ha sugerido un aplazamiento de las elecciones presidenciales a consecuencia del azote del coronavirus, pero esa idea se escapa por completo a sus amplias prerrogativas constitucionales. ¿Quién le asesora?

¿Por qué no puede posponer los comicios presidenciales? Porque se lo impide la propia Constitución. La primera sección del artículo 2 de la Carta Magna especifica que es el Congreso —la Cámara de Representantes y el Senado— quien determina la fecha de tan relevante votación a nivel federal. También estipula que debe ser el mismo día en todo el país. El 23 de enero de 1845, el Congreso determinó la fecha de los comicios que desde entonces es "el martes después del primer lunes del mes de noviembre en que deben ser elegidos" tanto el presidente como el vicepresidente. Es decir, el 3 de noviembre de 2020.

El sistema estadounidense para elegir al jefe del Estado es complejo y arcaico. Por decirlo eufemísticamente. En realidad, es una anomalía dentro del mundo occidental porque persisten problemas como:

  • la poca fiabilidad de sus máquinas para votar;
  • la frecuente incompetencia burocrática;
  • la falta de reglas comunes entre estados e incluso entre condados;
  • la exclusión sistemática de millones de criminales y antiguos presos del derecho a votar;
  • la tendencia de los funcionarios electorales a adoptar medidas que benefician a sus propios partidos por encima de la democracia en sí misma.

Veleidades del sistema

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Los ciudadanos con derecho a sufragio no nombran directamente ni a Trump, ni a Joe Biden, el candidato demócrata, ni a ningún otro pretendiente, aunque eso ponga en su respectiva papeleta, sino a los electores o delegados compromisarios, repartidos por cada estado de la Unión, que se reúnen en una asamblea bajo la bandera de un partido político o un grupo determinado. 

La mayoría simple de los 538 electores da el triunfo a uno u otro. Eso implica que haya dos clases de votos:

  1. el popular, con ciudadanos y boletines de votación;
  2. el electoral, que es el que en definitiva cuenta y decide.

Y a veces se dio el caso de que una persona ganó el voto electoral pero no el popular. Ya ocurrió en 1876, 1888, 2000 (con George Bush hijo) y 2016 (con Trump).

Para postergar las elecciones, sería imprescindible, por tanto, adoptar una nueva ley federal que derogara la anterior de 1845, una norma legal que debería ser redactada, consensuada y aprobada por las dos Cámaras del Congreso, tarea imposible (más bien altamente improbable) en las actuales circunstancias de extrema polarización política. Trump no cuenta con suficientes partidarios en la Cámara Baja, pues está dominada por la oposición demócrata.

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En cualquier caso, si una nueva ley federal moviera la fecha de las elecciones, las opciones serían incluso muy limitadas: sólo sería factible aplazarlas a otro momento de noviembre o acaso de diciembre… ¿Por qué? Porque la vigésima enmienda constitucional, aprobada el 23 de enero de 1933, estipula que el mandato del presidente y del vicepresidente expira "al mediodía del 20 de enero". 

En otras palabras, para ese día ya deberían haberse celebrado las presidenciales. Aplazar los comicios sería un acontecimiento único y excepcional que no se produjo ni durante otros períodos no menos extraordinarios como la Guerra de Secesión o la Segunda Guerra Mundial.

Los motivos de Trump

Trump justifica su sugerencia alegando que la pandemia va a impedir votar a la gente de forma "adecuada y segura". Suena razonable, pero en realidad ese mensaje aparentemente racional esconde una gran trampa. La primera parte del tuit del líder republicano hacía referencia a su frontal oposición al voto por correo, al afirmar, sin prueba alguna, que eso desatará unos resultados "INCORRECTOS y FRAUDULENTOS" (en mayúsculas en el original en inglés). 

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Quiere cambiar la fecha porque eso le daría ventaja. Así de sencillo. Teme que el voto por correo masivo beneficie a su máximo rival, mejor situado que él en los sondeos de opinión. Joe Biden le saca nueve puntos en intención de voto a 90 días de la ronda final. Preguntado por el significado del mensaje en cuestión, Trump desveló su verdadero miedo: "No quiero esperar tres meses y encontrar que todas las papeletas están desaparecidas y que las elecciones no significan nada. No quiero ver unas elecciones fraudulentas. Estas elecciones serán las más amañadas de la historia si eso pasa".

Trump no aporta datos que avalen su sospecha, muy extendida entre los círculos republicanos y conservadores, cuyos votantes suelen estar más comprometidos que los demócratas. Se limita a decir que el sistema del voto por correo no está demasiado desarrollado en muchos estados, lo que es cierto, y que perjudica a los republicanos, lo que no lo es. El fraude en el voto por correo es muy raro en Estados Unidos, según los datos de la Heritage Foundation, una organización que detectó solo 1.285 casos probados tras examinar los 250 millones de votos por correo que se movieron en los últimos 20 años de elecciones.

A Trump le apasiona:

  • lanzar globos sonda;
  • avivar la controversia;
  • provocar al adversario;
  • sacudir el avispero.

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Insiste en que podría no aceptar los resultados que muestren las urnas porque prevé que estarán manipulados. Eso llevaría el caso a los tribunales, quizás a la Corte Suprema, provocando el caos político.

Trump hace exactamente lo mismo que ya hizo en 2016, cuando, al batirse el cobre con Hillary Clinton, esgrimió esa amenaza. No es algo nuevo. Lo que sí es bien distinto es su papel, pues él debe ahora revalidar su mandato en un contexto desastroso desde el punto de vista económico y sanitario. La pandemia le ha colocado en su lugar. La aparición del agente patógeno SARS-CoV-2 ha sido un fenómeno inesperado, una sorpresa que ha evidenciado la falta de una estrategia clara y de un liderazgo consistente para encarar esta crisis de múltiples cabezas.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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