"El camino ha sido largo, no ha sido fácil, pero ha sido absolutamente feliz"
De leer la biografía de Matsúev con fluidez, puede parecer que su camino hacia el éxito mundial no haya sido muy espinoso. Proviene de una familia de músicos. En 1998, ganó el prestigioso Concurso Internacional Chaikovski sin problema alguno y, tras tocar en el certamen, fue a ver transmisión de la Copa Mundial de Fútbol.
"En Irkutsk, llamé la atención de Ivetta Vóronova (fundadora de Nuevos Nombres, una fundación benéfica para promover a jóvenes artistas) en una audición que casi me perdí por un partido de fútbol de patio. Ella me dijo: 'Queremos invitarte a Moscú', yo dije: 'Gracias', y me escapé para celebrar el éxito con mi equipo, sin darme cuenta de lo que había pasado. Después de tocar un concierto en la capital, ingresé en la Escuela Central de Música, y todo comenzó", recuerda el pianista.
"El camino ha sido largo, no ha sido fácil, pero ha sido absolutamente feliz", agrega.
El fútbol le ayudó a ganar el concurso Chaikovski, ya que le distraía de la estresante atmósfera. Se pasa el tiempo mirando los partidos por la tele y solo salía para tocar.
"Mi victoria, por supuesto, fue pura suerte, porque por el primer lugar luchaban músicos increíbles. De hecho, todas estas competiciones son tan subjetivas que no importa el premio que hayas recibido", destaca el pianista.
"No importa cuánta gente hay en la sala, hay que rendir al 150%"
En opinión de Matsúev, uno de los logros más importantes en los últimos 25 años es la aparición de una generación joven de público que va a los conciertos de música clásica. Hay muchos jóvenes en China y en Corea del Sur.
Además, en su trayectoria musical Matsúev ha tocado en la Filarmónica de Viena, la Filarmónica de Berlín, la Orquesta de Londres y la Orquesta Sinfónica de Chicago, y ha trabajado con leyendas como Valeri Guérguiev, Vladímir Spivakov, Yuri Bashmet, Mariss Jansons y Zubin Mehta. Ha tocado instrumentos que pertenecían a Horowitz, Liszt, Grieg.
"Pero el concierto puede tener éxito tanto en el Carnegie Hall como en un pequeño centro de distrito. Para mí no hay ninguna diferencia en el lugar del escenario. Siempre digo a los jóvenes: si dividen sus conciertos en más y menos responsables, no irán muy lejos. No importa cuánta gente hay en la sala, hace falta rendir al 150%", cree Matsúev.
Un momento muy especial para él fue cuando tocaba a Serguéi Rajmáninov en la clausura de los Juegos Olímpicos en Sochi (2014) para unas 3.000 millones de personas. "Estaba muy orgulloso de nuestro país", confiesa.
"Si me preguntan: '¿Dónde quieres estar dentro de 20 años?', les digo: 'Estar en el escenario y tocar el Tercer Concierto de Rajmáninov'. Es un indicador de tu técnica, forma musical, energía", explica.
"Ninguna técnica, por muy ingeniosa que sea, puede reemplazar la retribución del público"
Matsúev relata que aprendió mucho durante la pandemia y que está ansioso por enseñárselo al público.
"Ninguna técnica, por muy ingeniosa que sea, puede reemplazar la retribución del público. Ese es el 'dopaje' del que no puedo prescindir. Sobre todo en este momento. Mi cuerpo está programado para viajar todos los días y a salir a escena: hoy, Tokio, mañana, Nueva York, pasado mañana, París, y luego Nueva York otra vez", comenta Matsúev.
En estas condiciones, hay que actuar a pesar del jet lag, la aclimatación, la falta de sueño. La escena y el público lo curan todo, confiesa. Durante los últimos 25 años, cada uno de sus cumpleaños el pianista lo celebró en el escenario. Pero este año es diferente: lo va a pasar en su círculo familiar.
"Sin embargo, para mí lo principal no es sentarme a la mesa, sino los encuentros en el escenario, los momentos creativos y la oportunidad de hablar en el lenguaje que es para mí es el más grande en el mundo, el lenguaje de la música", concluye el artista.