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Crispación y discursos vacíos: la batalla política de España se juega en el lenguaje

© REUTERS / Dani Duch/PoolEl Congreso de los Diputados de España
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La pandemia de coronavirus no ha amainado la tormenta de descalificaciones en el hemiciclo. Durante estos meses de crisis sanitaria y económica (en los que han muerto más de 27.000 personas) los portavoces políticos han dedicado más turnos de palabra a la ofensa que a la búsqueda de acuerdos.

"Hijo de terrorista", "gerontocida", "sepulturero": no es raro encontrarse con estas apelaciones en la política actual española. Los insultos de diputados hacia miembros de otro grupo, desde el estrado o la bancada, son fáciles de reconocer. Llevan décadas escuchándose entre las paredes del parlamento. En los últimos tiempos, con una mayor fragmentación de partidos, parecen haberse recrudecido. Incluso en una situación de emergencia social como la que ha provocado el coronavirus, una epidemia inesperada que reclama más concordia que divisiones.  

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El recorrido a esta situación ha sido progresivo. No es un asunto novedoso ni exclusivo del país mediterráneo, pero sí cuenta con un tinte diferente. Prima la gresca, el discurso incendiario, sobre la reflexión o la aportación de ideas. Hay quien lo ha denominado "cultura del zasca" por esa expresión extendida en redes sociales y medios de comunicación que se refiere a las bofetadas verbales entre contrincantes. Escasean los días en que se desayune sin un vídeo o una noticia sobre la "paliza" de un invitado de programa televisivo al presentador, sobre el "bochorno" al que se somete un tertuliano o la "sorprendente reacción" a una palabras.

Últimamente, los titulares han reflejado el "no sois patriotas, sois parásitos" espetado por Pablo Iglesias, líder de Podemos, al grupo de Vox. O la campaña contra la "dictadura socialcomunista" de estos últimos al Gobierno español (elegido, por cierto, en unas elecciones democráticas). Ese mensaje directo, sin almohadillas, va forjando una polarización carente de matices o puntos de unión. Porque el lenguaje va ligado íntimamente a la mente, y viceversa.

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Ya lo decía George Lakoff en el exitoso No pienses en un elefante (Ediciones Península, 2004): "Los marcos son estructuras mentales que moldean nuestra visión del mundo. En política, nuestros marcos moldean las políticas sociales y las instituciones que creamos para ponerlas en práctica. Modificar nuestros marcos es modificar todo esto, así que un cambio de marco es un cambio social". Y el escritor Samuel Johnson añadía que "el lenguaje es la ropa del pensamiento".

Por eso, la batalla política no solo se lucha en las urnas sino en el terreno lingüístico. Quien instaura un concepto o consigue los vítores del público se anota un tanto con posibles repercusiones prácticas. Los medidores ya no son los informativos del almuerzo sino los hashtag de Twitter. Las tendencias sobre las que millones de internautas discuten en unos cuantos caracteres aderezados por memes o gifs.

​"Da la sensación de que el objetivo de ahora es convencer a los propios seguidores, no persuadir al contrario, tal y como se entiende el lenguaje político", sostiene Inés Olza, investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra. "Y se utilizan los eslóganes, los titulares. Ya no hay espacio a la profundidad, sino al espectáculo, a la performance", afirma.

“El papel del mediador es importantísimo. Y alcanzar esos espacios de atención del ciudadanos es crucial. Lo sabe el político. Por eso no hay hueco al matiz. Pero lo que se consigue es el troleo, la polarización”, sentencia la investigadora.

Impera llevar la contraria, negar compulsivamente los postulados del oponente, aunque no haya un asidero firme: "El resultado de esto, muchas veces, es que se rompe el principio de contradicción: se dice una cosa y luego la contraria", indica Olza, "y se plasma en una adhesión a unas ideas difusas, sin fundamento".

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Se hilvanan mensajes a través de sustantivos o adjetivos, sin complejidad sintáctica. Como "disparos cortos", aduce Olza, señalando un estudio de la PNAS (Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos) publicado en febrero de 2019. Este trabajo analizó cientos de miles de textos e intervenciones políticas de todos los presidentes de Estados Unidos y de otros representantes políticos a lo largo de cientos de años. El resultado mostró que existe una "simplificación" en los discursos acompañada por una mayor "confianza" de los líderes que los pronuncian.

"Con el tiempo, todas las figuras políticas se están comunicando cada vez más de manera más informal, más narrativa", declaraba Kayla Jordan, psicóloga de la Universidad de Texas y autora principal del trabajo, en el diario El País.. Inés Olza remarca, además, que las conclusiones demostraban que esa simpleza no se producía en otras disciplinas: la PNAS analizó también dos millones de artículos del The New York Times, 5.400 libros, los subtítulos de 12.000 películas y las transcripciones de 20 años de la CNN. "No es la cantinela esa de que cada vez hablamos peor, sino que solo ocurre en el lenguaje político", remarca Olza.

​Tiene lógica. Según el periodista Eduardo González Vega, un mensaje político debe ser comprensible, creíble y memorable, "que se comente posteriormente en una charla con amigos". Este doctorando en comunicación política de la Universidad Camilo José Cela de Madrid considera que "las palabras lo cambian todo" y que los profesionales políticos "están siempre preparados" porque "van con un objetivo claro".

"Ahora la comunicación es horizontal. Ya no te enteras por la mañana, en un periódico de papel, sino que interactúas con el político por redes sociales y los titulares van en busca del clic, del beneficio", expone González Vega.

Los partidos políticos se aprovechan de esto para jugar a su favor y se han creído que "todo vale", según el experto. "En la comunicación hay una máxima de que menos es más", arguye, "y eso tiene también que ver con la eficacia a la hora de transmitir algo". Para González Vega, por ejemplo, el insulto siempre resta y "la distinción" se logra cuando un término trasciende el ruido o el tumulto espontáneo.

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"Derecha cobarde o casta permanecen porque había una estrategia detrás", rememora González Vega, mencionando los conceptos que han popularizado Vox o Podemos y sentenciando que en el lenguaje político "es mejor un mal plan que una buena ocurrencia". "Las ocurrencias se desploman rápido", añade, describiendo el panorama actual español. Un panorama distinto. "No somos únicos, porque en todos los sitios cuecen habas, pero sí que ahora es llamativo porque hay una fragmentación en el parlamento y un gobierno de coalición por primera vez", concluye.

Olza lo ve como algo característico de la idiosincrasia mediterránea: "Se ha aguantado mucho tiempo durante la pandemia, pero ha estallado en las últimas semanas". Los gestos de apoyo vistos en el Ayuntamiento de Madrid entre el alcalde y la oposición o el consenso de países como Portugal o Italia no han enraizado en el Congreso de los Diputados español, donde sigue tachándose de "guarros", "piojosos" o incluso "asesinos" a algunos de sus dirigentes.

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