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"Se les ha interrumpido el duelo": las urnas de Madrid que esperan un funeral en condiciones

© Sputnik / Alberto García PalomoNichos en la parroquia San Isidro Labrador de Leganés, en Madrid
Nichos en la parroquia San Isidro Labrador de Leganés, en Madrid - Sputnik Mundo
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Con más de 27.000 fallecidos, el COVID-19 ha hecho estragos en España. Su irrupción detuvo casi toda actividad, salvo los servicios sanitarios o funerarios. En estos últimos, las restricciones en el entierro fueron tajantes para impedir el contagio. Para celebrarlo de una forma más oportuna, algunos familiares han preferido esperar.

Es el primer día en que Madrid pasa a la Fase 1 y algunas parejas toman café en la terraza de los bares. Se acerca la hora de comer y a Cruz Gonzalo López esta estampa de normalidad le produce una alegría deseada desde hace más de dos meses. Cuando se decretó el estado de alarma, el pasado 14 de marzo, este párroco y arcipreste de Leganés tuvo que cancelar las misas presenciales en su iglesia, la de San Isidro Labrador, y —peor aún— enfrentarse a la realidad que imponía la pandemia.

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Siguió llamando por teléfono o atendiendo a distancia para ayudar a los necesitados, pero paralizó visitas a residencias donde el coronavirus se cebaba con los mayores y vio cómo aumentaban las peticiones de comida y de consuelo. La vida se había trastocado de repente. La muerte, también: el virus procedente de Wuhan colapsaba los servicios sanitarios y los funerarios.

Además, las restricciones para atajar el virus imponían unas medidas estrictas para oficiar los sepelios. Los funerales sólo podían juntar a un máximo de tres personas y el responso, la oración en honor al fallecido, debía ser lo más rápido posible. Tales circunstancias hicieron que algunos vecinos más o menos próximos a Cruz Gonzalo López tomaran una decisión: depositar las cenizas de sus seres queridos en esta parroquia.

"Ni siquiera antes se conocía este servicio", comenta López mientras abre dos puertas metálicas y desciende unas escaleras. En un cartel pone Capilla columbarios e indica ese espacio del subsuelo reservado a 232 nichos donde guardar las urnas de los difuntos. "Hay gente que no es de la parroquia. No importa. Este es un lugar abierto. Algunos dan un donativo mayor o menor, pero la idea es que puedan tenerlas aquí", expresa frente a varias casillas numeradas. En algunas cuelgan dibujos o palabras de amor a esa persona desaparecida.

© Sputnik / Alberto García PalomoUn ramo de flores en la parroquia San Isidro Labrador de Leganés, en Madrid.
Se les ha interrumpido el duelo: las urnas de Madrid que esperan un funeral en condiciones - Sputnik Mundo
Un ramo de flores en la parroquia San Isidro Labrador de Leganés, en Madrid.

Puede verse la foto de una de ellas, ramos de flores o salmos. Hasta que empezó la epidemia de coronavirus, quien resguardaba en este rincón las cenizas del ser querido solo necesitaba pedir la llave y bajar por su cuenta. Con las nuevas circunstancias, el papel de esta reposaría ha sido también el de refugio ante un duelo incompleto.

"Se ha visto cómo moría mucha gente y, como no se podía ni visitar en el hospital ni ir al entierro, pasaba tiempo hasta que se les daban las cenizas. El duelo se les ha interrumpido", cuenta el párroco.

Muchos se quedaban sin el consuelo requerido. "Hemos atendido a gente que, durante la pandemia, ha tenido que esperar varias semanas hasta que le llegara la urna. Y ni siquiera sabían dónde estaban", relata con pena López. Así fue cómo le llegó la petición de seis personas para llevar a cabo la ceremonia del adiós y guardarles las cenizas de su familiar hasta que puedan tratarlas con un ritual en condiciones. Todas rondaban entre los 70 y los 85 años.

"Quienes conocían el lugar, me pedían que oficiara la recogida y las guardara", explica el religioso, detallando el procedimiento en la entrada: "Nos manteníamos a distancia, hacía un pequeño responso y me bajaba la urna", describe quien ha sentido esa carencia a la hora de despedirse.

"Ofrecíamos la posibilidad de que los trajeran aquí porque los funerales eran muy asépticos, muy fríos", relata después de brindar una oración frente a la virgen en homenaje a los que reposan en sus nichos. "En ocasiones, la última vez que veían a sus difuntos era enfermos en casa. Se los llevaban al hospital y ya no les volvían a ver", dice, contando la historia de una mujer cuyo padre falleció y tuvo que esconderse entre arbustos para asistir al funeral. "Eran cuatro hermanos y echaron a suertes quién no iba; le tocó a ella", concede con tristeza.

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Como él han actuado otras parroquias del sur de Madrid. No tenían otra opción al ver el colapso de las funerarias. Así lo narraba en La Sexta un trabajador anónimo del gremio: "Lo normal es que, cuando una persona muere, en 24 horas esté todo listo, pero no dábamos abasto", señalaba, cifrando la espera en hasta 15 días. "Estamos en contacto entre las funerarias y tanatorios, y en cuanto hay un hueco en una, ya sea en Huelva o en Burgos, allí llevamos los cuerpos", aclaraba.

Raquel Blanco, responsable de comunicación la Empresa Municipal de Servicios Funerarios y Cementerios de Madrid, hablaba de "colapso" y afirmaba que la mayoría de las familias han optado por la cremación. "Ha habido desinformación con respecto al tema y muchas no saben que a los fallecidos por COVID-19 se les puede enterrar, y piensan que solo pueden ser incinerados". Según la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, esta opción era la elegida por el 41%.

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"Ha sido tremendamente doloroso. Se sucedían los entierros y las cremaciones sin parar", rememora López. "Además, no ha sido un duelo al uso, porque tanto la persona enferma como sus allegados lo vivían solos", analiza. En ese sentido, cree que existe una laguna en la vivencia del duelo: "Nosotros no tenemos un cuerpo: somos un cuerpo y un alma. Y no nos vale decir palabras de amor sino tocar, abrazar. Lo que se han encontrado estas personas es que no podían ni abrazarles y que se despedían con los rostros cubiertos con mascarillas. Y el juntarse para decir adiós es un soporte. Ahora ha sido estar solo y recordar la ausencia de ese ser querido".

López cree que es probable que esta imposibilidad de cauterizar la herida derive en algunos traumas. "La definición de duelo es lo que cada uno hace con el sufrimiento. Y superar la muerte de alguien no es olvidar, sino aprender a vivir sanamente con ese sufrimiento. No es lo mismo despedirse con corporeidad que decir 'No he podido estar' y tener un sentimiento de culpa", remata.

Alude el párroco a la nueva ordenanza del Boletín Oficial del Estado, que permite hasta 15 personas en un funeral, siempre que haya espacio en el cementerio. "Va a ser mejor, pero este retorno también tendrá sus secuelas más profundas: no solo sabremos que se ha sufrido, sino que veremos a quiénes lo han pasado mal y dejaremos de cruzarnos con quienes se han ido, que no son números”, resuelve frente a esas terrazas donde se pasa tímidamente del café al aperitivo. A unos pasos reposan seis urnas con nombres y apellidos: aguardan a la nueva normalidad para su interrumpido homenaje.

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