"No lamento lo que hice. Fue razonable", justificó Cummings. El asesor especial del jefe del Gobierno del Reino Unido se refería a su decisión de conducir desde Londres al nordeste de Inglaterra, durante cinco horas en la noche del 27 de marzo, para pasar la cuarentena en un caserío de la extensa granja de sus padres.
Le acompañaron en el coche su mujer, Mary, quien se había sentido repentinamente mal esa mañana, y su hijo de 4 años, según el mismo relató en un encuentro extraordinario con periodistas británicos a los que convocó de forma presencial en los jardines de Downing Street.
Aislamiento a 400 km de casa
El primer ministro había dado positivo en la prueba del COVID-19 el día anterior al polémico viaje. Cummings pensó que el también se habría contagiado y prefirió aislarse con su familia en su natal Durham, donde sus sobrinas cuidarían del niño si fuera necesario.
El escándalo saltó el viernes 22 de mayo en una investigación conjunta de los diarios The Guardian y Daily Mirror. La tormenta no amaina desde entonces, con políticos, científicos, clérigos y ciudadanos comunes pidiendo la dimisión del llamado "Rasputín" de Johnson.
"Mi conclusión es que actuó razonablemente, legalmente y con integridad", sentenció el primer ministro. Era la segunda vez que el dirigente conservador protegía a su principal asesor en sucesivas jornadas.
Pero las líneas de defensa surtieron poco efecto. "Ni disculpas ni lamentos", protestaron las portadas de este 26 de mayo de casi todos los periódicos, incluidos los de tendencia conservadora.
Otras reglas para la élite
Al mismo tiempo, el secretario de Estado en el ministerio de Escocia, Douglas Ross, anunció su dimisión del Gobierno en protesta por la duplicidad de Johnson y Cummings.
Una pancarta fotografiada frente al domicilio de Cummings en Londres recoge el sentimiento de muchos británicos: "Una norma para la élite; otra para los demás".
El nivel de ira se aprecia también en un sondeo de YouGov, en que el 71% de los consultados cree que el asesor se saltó las normas y el 59% piensa que debe dimitir.
Conexión rusa
Dominic Cummings nació en Durham en 1971 y estudió en un colegio privado de la amurallada ciudad inglesa. Se licenció en Historia Antigua y Moderna, en 1994, por la Universidad de Oxford, donde estuvo bajo la tutela del eminente académico Norman Stone, asesor de Margaret Thatcher.
Su estancia en la Federación de Rusia reverberó el otoño pasado. La entonces canciller en la sombra, la laborista Emily Thornberry consultó al Gobierno si Cummings "fue sujeto al nivel más alto de verificación" de sus antecedentes antes de ser fichado por el primer ministro en julio de 2019.
La todavía diputada planteó una serie de preguntas, insinuando la posibilidad de que el asesor de Johnson hubiera colaborado con la Inteligencia o el Gobierno rusos en los años 90.
Alianza del Brexit
Johnson y Cummings trabajaron juntos en la campaña del Vote Leave (Vote salir) del referéndum europeo de 2016. El primero era la cabeza visible del movimiento y el segundo movía los hilos en la retaguardia. Se le reconoce al estratega la autoría del lema "Get back control" (Recuperemos el control), que contribuyó a la victoria del Brexit con el respaldo del 52% del electorado.
Pero Cummings ha saltado ahora al primer plano con su infracción, si no de la letra, al menos del espíritu de las reglas contra la propagación del coronavirus. Ocupa actualmente una posición que un asesor político debe evitar, según advierte Jonathan Powell, mano derecha de Tony Blair en la década en que gobernó el país.
"Cuando te posicionas al frente y en el centro y te haces notar, concluyes como Rasputín, encadenado, en el río Neva", alertó Powell.
Grigori Rasputín, favorito de la zarina Alejandra Románova, despertó tal inquietud en la corte de Nicolás II por su aparente influencia en Palacio que fue asesinado y su cuerpo apareció en las aguas de San Petersburgo en 1916.