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Pigmeos bagyelis en Camerún: cuando la pandemia no es el drama principal

Pigmeos bagyelis en Camerún: cuando la pandemia no es el drama principal
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"La crisis más fuerte aquí no es el coronavirus sino el hambre que genera la crisis económica", dijo a Sputnik la misionera Victoria Braquehais desde el poblado Ngowayan en la Región Sur de Camerún, uno de los países más afectados por la pandemia en África. Allí vive la última comunidad pigmea bagyeli, en constante riesgo de extinción.

En un valle rodeado de montañas está instalada, junto con otras religiosas, Braquehais, una misionera nacida en Mallorca (España) que 11 años atrás se mudó a África. Pertenece a la Congregación de la Pureza de María y coordina los proyectos de Cooperación al Desarrollo y Voluntariado de la ONG Manos Unidas en Congo y Camerún.

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Como en el resto del mundo, la declaración en marzo del COVID-19 como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) determinó que los gobiernos desarrollen planes de prevención y contención de la enfermedad. Entre ellas el cierre de escuelas, medidas de aislamiento social y cierre de fronteras, vigentes en Camerún desde el 18 de ese mes.

En pleno corazón de la selva, las misioneras gestionan un centro educativo y un hogar para niñas pigmeas. "Tenemos una escuelita infantil primaria que acoge a 183 niños pigmeos y bantúes, y un hogar donde viven y estudian 44 niñas pigmeas entre tres y 15 años", contó Braquehais.

"Algunas pautas con respecto a la pandemia son más fáciles de aplicar, por ejemplo el cierre de los establecimientos educativos. Pero otras son difíciles", apuntó. Entre ellas las relacionadas con la higiene preventiva, pues en África Central y subsahariana, según datos de Naciones Unidas, "63% de la población no tiene acceso a agua y jabón, por lo tanto no hay medidas básicas de prevención".

Aislados

© Foto : Gentileza Victoria BraquehaisNiños de la comunidad de pigmeos
Niños de la comunidad de pigmeos - Sputnik Mundo
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© Foto : Gentileza Victoria BraquehaisComunidad de pigmeos
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Niños pigmeos
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"En nuestra zona rural no hay problemas, pero en las concentraciones urbanas las condiciones de hacinamiento hacen que el distanciamiento social sea muy complicado", explicó la entrevistada.

Si bien mantener distancias no es un problema, sí lo son otros factores. "Se cierran los establecimientos escolares pero como no hay electricidad, ni acceso a ordenadores, ni a teléfonos móviles ni nada, los niños prácticamente se han quedado sin enseñanza", relató.

Braquehais consideró que "no se está gestionando mal la crisis. (...) El Gobierno, con muy pocos casos, ya estableció medidas estrictas porque tenemos un sistema de salud muy frágil que no hace fácil el control de la pandemia".

Respecto a la situación en particular en Ngovayang, explicó que no hay ningún caso sospechoso y que se están aplicando medidas preventivas muchas de las cuales se difundieron desde la parroquia. "La gente procura lavarse las manos con agua y jabón más frecuentemente", precisó.

"Mucha gente lleva mascarillas de confección local, que a lo mejor no son los modelos que mas previenen, pero siempre favorece. En la capital y en otras ciudades el uso sí está muy controlado y en los espacios públicos es obligatorio", relató acerca de cómo se vive la crisis sanitaria en distintos puntos del país.

"Aquí el hospital tiene muy poco medios, no tenemos médicos, a veces faltan los medicamentos más básicos como paracetamol. Por tanto, si se dieran casos serían derivados a centros que el Gobierno ya estableció como referencia para tratamiento de COVID-19", aportó.

Cooperación

Las medidas de restricción social y la limitación de agrupaciones a menos de 50 personas afectaron mucho el comercio y "desde luego a nosotros nos afecta", deslizó la entrevistada. También se sintió el golpe de la paralización de los vuelos y de los apoyos periódicos que recibían en el marco de la cooperación internacional.

"Se han destinado mucho recursos al COVID-19, por lo tanto no se van a destinar a combatir otras cosas, porque además las ONGs, fundaciones, personas físicas, etcétera ven mermados sus ingresos por lo cual se puede ayudar menos o de otra manera", dijo.

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En la actual coyuntura se está viendo afectada "la atención a otras enfermedades presentes en el país, como malaria, cólera, fiebres tifoideas y, no aquí pero en otras zonas si, el ébola, el sarampión (...) por no decir lo que es el hambre y la malnutrición", añadió.

Braquehais resaltó la ayuda recibida desde la Diócesis de Mallorca, cuyo obispo se contactó con los 90 misioneros de ese origen distribuidos por el mundo para ver cómo podría ayudar. Lo hicieron con "un proyecto de 3.000 euros para comprar jabón, lejías, paracetamol, cubos para almacenar el agua y soluciones hidroalcohólicas".

Otro proyecto involucra aspectos agrícolas. "Se trata de cultivar una hectárea de maíz, plataneras, macabo, cacahuetes, para tener más recursos alimenticios porque los precios han subido y cuando vuelvan las niñas al hogar eso nos va a ayudar", explicó. En este mismo plan se incluyó a ocho profesores de la escuela que se habían quedado sin trabajo, de manera tal que "durante la pandemia cultivan el campo y tienen el salario equivalente".

Mediante el apoyo la congregación Pureza de María en África, Manos Unidas y de la Fundación Recover, se están destinado 70.000 euros para equipar a dos hospitales de referencia en la República Democrática del Congo al sur que cubren una área de salud de 269.960 personas", incluyendo a los bagyelis, informó.

Amenaza constante

Con el cierre de las escuelas, niños y niñas volvieron a sus campamentos y casas, perdiendo el contacto con el sistema escolar y sus beneficios colaterales como control sanitario permanente y apoyo alimenticio.

"Es verdad que se pueden alimentar porque los pigmeos saben vivir bien en la selva. Aunque se va destruyendo todavía hay grandes espacios y pueden vivir de la caza, de la pesca y pueden salir adelante", explicó. Los varones suelen sumarse en estos días a las tareas de su padre, y las que quedan más expuestas son las niñas, "sobre todo las que son un poco mayores" por la violencia de género y agresiones sexuales que padecen.

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Más allá del nuevo coronavirus y de estas situaciones que en mayor o menor medida se reproducen en todas las sociedades, la comunidad pigmea de Ngowayan ve amenazada su supervivencia como especie, principalmente por la destrucción de su hábitat natural. "A finales de los años 90 los gobiernos de Chad y de Camerún firmaron un acuerdo para el paso de un oleoducto desde Chad al puerto de Kribi a 90 kilómetros de aquí", relató la entrevistada.

Culminadas las obras y puesto en marcha el oleoducto, los ingresos para Camerún por esa vía representan 3% de su Producto Interno Bruto. "Pero para hacerlo se han destruido grandes cantidades de selva (...) los pigmeos tuvieron que salir de sus tierras y para lograrlo los engañaron, sobre todo con alcohol, con lo cual prácticamente 90% de aprobación bagyeli, que ya son muy poquitos en el mundo, unos 3.000, está alcoholizada", consideró la misionera.

Braquehais manifestó que en su momento las autoridades hicieron saber que la comunidad sería contemplada debido al impacto que traería el proyecto a sus costumbres y territorio.

"En teoría había un plan de protección para los pueblos indígenas, que empezó mal porque no había dentro miembros de los pigmeos en la elaboración y consideración, y luego porque en realidad muchas ayudas terminan desviándose o son muy pequeñas en proporción con lo que está suponiendo el cambio de vida y hábitat", finalizó.

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