A Piche, catador profesional y asesor agrícola con larga experiencia en los cafetales salvadoreños, le duele que el Estado deje morir, imperturbable, al que alguna vez fue bautizado como "el grano de oro" de Centroamérica, pero más le inquieta quedarse sin trabajo.
Ya para entonces el quintal de café se cotizaba a menos de 100 dólares en el mercado mundial, y muchos productores en El Salvador vislumbraban otra cosecha con números rojos, más deudas y poca solvencia para recibir un crédito que les permitiera atender sus plantaciones.
El asunto empeoró con la cuarentena domiciliaria decretada para impedir la propagación del virus, una medida comprensible pero que le pasó factura a cultivos que necesitan de la atención directa del trabajador agrícola.
"Lo más difícil ahorita es movilizarse a ver los trabajos en la finca. Ya teníamos que haber pegado una abonada con fertilizante foliar, pero las autoridades no nos dejaron pasar. Y si no nutrimos el cafeto, se nos cae la flor", relató Piche a Sputnik.
Padre de dos hijas en edad escolar, Piche cree que la pandemia dará el tiro de gracia a un rubro agonizante. Para él, lo peor es que la vacuna contra el COVID-19 no curará los males del café salvadoreño.
Panorama desolador
Según estimados de la Asociación Cafetalera de El Salvador (Acafesal), al menos 15.000 empleados del sector perderán su trabajo este año ante la inminente caída en la producción, que apenas llegaría a 520.000 quintales.
"Tenemos un retraso de 130 año en la caficultura nacional", admitió el presidente de Acafesal, Omar Flores, al informar que no había una producción tan baja desde 1890.
La crisis es tal que los productores pidieron al Gobierno ser incluidos en un recién aprobado plan de salvataje económico de 1.000 millones de dólares, así como beneficiarse de créditos blandos y de una reestructuración de la deuda.
Todo comenzó a desmoronarse en 2012, con una plaga de roya que desplomó la producción de 1,73 millones de quintales a 700.025 quintales en apenas un año, sin que haya sido posible una recuperación necesaria económica, social e incluso ambientalmente.
Los cafetales aportan a la conservación de los mantos acuíferos, constituyen reservorios naturales de la flora y fauna, y actualmente son considerados el mayor pulmón vegetal del país, amenazado por la diversificación de cultivos a la que han tenido que recurrir los productores.
Milagro o utopía
Según Amílcar Vega, presidente de la Asociación Cafetalera de Santa Ana (occidente), el sector opera en "número rojos" desde 2012, las promesas de apoyo gubernamental se han quedado en palabras, y falta una auténtica voluntad política para rescatar al producto insignia del agro local.
El problema con los exportadores es que compran la cosecha a un precio pactado y luego venden al doble y más, aunque el productor corre con gastos de preparación de las plantaciones, tandas de abono, pago de jornales y el tratamiento de enfermedades como la roya, que aún persiste.
"A la larga seguís perdiendo, y mucha gente ya no quiere sembrar café en sus fincas, y prueba con el cacao", comentó Piche.
Así, algunos dueños de varias manzanas de cafetales prefieren perder la cosecha, porque les sale más rentable que tener que pagar por recoger el grano.
Así, quien coseche un café de calidad tiene que encargarse también de llevarlo a subasta, entregar muestras y buscar a sus compradores en el extranjero, o traerlos a su propia finca, lo cual suena utópico en estos tiempos de pandemia, que nadie sabe a ciencia cierta cuándo acabarán.