Para muchos gobiernos la cruzada contra el COVID-19 se ha convertido en una batalla en dos frentes: una contra el virus y otra contra cualquier formación política contraria, esas que, en la inmensa mayoría de los casos, consideran erradas las regulaciones para frenar la propagación de la enfermedad.
Muy pocos gobiernos consiguen consenso total a la hora de aplicar medidas en tiempos de pandemia, en unos casos porque sus líderes tomaron decisiones acertadas o porque tienen tanto arraigo en la población que los opositores pensaron que plegándose a sus políticas les iría mejor que enfrentándolos.
Trump entre un mundo de críticas
Unos meses atrás parecía que el camino de Donald Trump hacia la reelección estaba allanado. Incluso, el impeachment promovido desde el seno del Partido Demócrata por supuestos manejos sucios en sus relaciones con el Gobierno de Ucrania para perjudicar al aspirante a candidato Joe Biden no parecía ser un impedimento para que el magnate inmobiliario permaneciera otros cuatro años en la Casa Blanca, elecciones mediante.
Trump, sin embargo, no ha tenido las manos atadas como otros mandatarios, que, a la hora de tomar determinaciones, se encontraron con algún freno parlamentario, como ha sucedido en algún país europeo.
Sin embargo, los casi un millón y medio de contagiados —un tercio de los registrados en el mundo—, los casi 87.000 muertos y su afán por priorizar la economía a la vida de las personas, pueden terminar por apartarlo de un segundo mandato.
La oposición, si existe en Estados Unidos oposición, sacará partido entonces del accionar del mandatario para volver a la presidencia, el sueño de todo partido político.
España con Sánchez en la mirilla
A duras penas y luego de repetir elecciones y de negociaciones enrevesadas, Pedro Sánchez pudo formar Gobierno en España y mantener al PSOE en el poder. Lo logró tras pactar con Unidas Podemos, a la que entregó a cambio una vicepresidencia y varios ministerios, en un juego político que muchos no le perdonarán, porque involucró también a pequeñas formaciones nacionalistas.
El Gobierno extremó las medidas, confinó a las personas con la intención de detener la propagación de la enfermedad, con lo cual desató una ola de críticas enormes desde los partidos opositores. Si la centralización de los recursos salía mal, la oposición alegaba que debió mantenerse la autonomía de las regiones, pero si lo hubiera hecho así, igual le lloverían los palos.
A la hora de la desescalada del confinamiento también se tropezó Sánchez con una oposición dura, aunque la actitud asumida por algunos dirigentes de los partidos de derecha los dejó también mal parados ante los ojos del español común, ese que sufre más que nadie verse recluido en su casa, a veces sin los recursos necesarios.
Incluso en la capital, en manos del Partido Popular, critican al Ejecutivo por no dejar en manos de las autoridades locales la opción de determinar cuándo y cómo comenzar la desescalada.
Paises diferentes, situaciones similares
Lo que sucede en España se vive también en Francia, donde el presidente Enmanuel Macron se lleva las críticas por la aprobación de una ley contra el ciberodio, que no sentó bien ni a la izquierda tradicional ni a la extrema derecha.
Eso sí, el tema coronavirus puede pasar factura a los gobiernos de allende el océano, en América del Sur sobre todo, porque las gestiones de algunos gobernantes dejan tantas dudas en la lucha contra el coronavirus que muchos de ellos no volverán a imponerse en las urnas.
Eso puede pasar en Ecuador, Brasil, Chile y Bolivia, donde habría que ver si el partido de Evo Morales, el Movimiento Al Socialismo, saca ventajas de lo que dijo una vez el expresidente, sobre eso de que es mejor ser oposición que gobierno, máxime si el inquilino de la silla presidencial presta más atención a otros temas que a velar por la salud de su gente.