El Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI), máxima potencia económica y militar de la teocracia iraní, asombró al mundo al colocar su primer satélite militar en órbita apodado Nur 1 (Luz 1), transportado por Ghased (Mensajero) a 425 km sobre la superficie terráquea en el 41 aniversario del bautizo del CGRI.
Siete años después de haber colocado un mono en el espacio, el comandante de la Fuerza Aeroespacial del CGRI, el general de brigada Amir Ali Hajizadeh, comentó los aspectos tecnológicos del satélite, que usa combustible sólido y líquido combinados que "solamente poseen esta capacidad las superpotencias", mientras que los "otros son solamente consumidores de esta tecnología".
El ministro iraní de Telecomunicaciones, Mohammad Javad Azari Jahromí, enfatizó que el programa espacial de la Fuerza Aeroespacial del CGRI era de carácter "defensivo" y civil.
En febrero, un mes después del asesinato del general Soleimaní por un dron de EEUU, Irán fracasó en colocar en órbita el satélite de comunicaciones Zafar, mientras que el año pasado fallaron otras dos colocaciones satelitales, en medio de una explosión misteriosa que destruyó el vehículo de lanzamiento satelital y que ha sido adjudicado a los servicios secretos del Mossad de Israel.
Al Mayadeen, portavoz del Hizbulá libanés, informa que el Departamento de Defensa de EEUU calificó de exitosa la colocación en órbita del satélite militar que constituye "el gran avance de Irán en su programa espacial pues utiliza la misma tecnología que la empleada para lanzar un misil balístico intercontinental (ICBM)". Añade que la agencia espacial de Irán proyecta fabricar en los próximos cinco años satélites de imágenes con una azorante precisión de un metro.
La irrupción espectacular de Irán a la élite del club espacial —con otros 9 miembros: los cinco permanentes del Consejo de Seguridad (EEUU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido) sumados a Japón, la India, Israel y Corea del Norte— posiciona a la teocracia chiíta como el único miembro de los 57 países de la Organización de la Conferencia Islámica de 1.800 millones feligreses, lo cual le confiere un inmenso prestigio a dos días del inicio del ayuno anual del Ramadán.
Muchos países de la talla de Alemania, España y Brasil han abandonado sus proyectos espaciales cuando han surgido nuevos actores del sector privado en EEUU—véase SpaceX— y en China.
La reacción de EEUU ha sido furibunda. Trump, en sus pugnaces tuits, se agarró de un supuesto acoso de patrullas iraníes a embarcaciones militares de EEUU en el golfo Pérsico para amenazar con severas represalias. Tales bravatas no inmutaron para nada al CGRI y, a mi juicio, quizá hasta hayan servido a ambos países para detener la brutal caída del petróleo.
Según Matthew Petti, de The National Interest —revista bimensual conservadora lanzada por el expresidente Nixon—, Pompeo "teme que el programa espacial de Irán pueda ser la cobertura para el programa de misiles balísticos intercontinentales", además de constituir una amenaza al espionaje de EEUU.
Como era de esperar, Israel, en plena apoplejía, denunció la hazaña chiíta y exigió todavía mayores presiones en medio de la pandemia, mientras China guardaba un silencio estratégico. Solamente Rusia dio la cara para afirmar en forma categórica que la colocación en órbita del satélite Nur-1 no infringía en absoluto la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU 2231.
La muy eficiente María Zajárova, portavoz del Ministerio ruso de Exteriores, desechó como "sin fundamento" los alegatos de EEUU, ya que la resolución de marras "de ninguna manera restringe los derechos y capacidades de Irán para explotar el espacio con propósitos pacíficos".
Zajárova agregó que Irán no está desarrollando misiles balísticos capaces de transportar armas nucleares ya que "no existen, nunca ha habido, armas nucleares en Irán". Todo lo contrario a EEUU, que "sorprende al mundo cada día con noticias sobre sus planes de desarrollar sus capacidades misilísticas nucleares".
El exdiplomático indio M.K. Bhadrakumar comenta la crueldad de las sanciones de la Administración Trump que obstruyó un préstamo a Irán del FMI por 5.000 millones de dólares para combatir el COVID-19 cuando EEUU ha desoído las súplicas de la ONU, la Unión Europea, Rusia y China, además del candidato presidencial Joe Biden, para aminorar las crueles sanciones contra Irán.
No solamente Trump no ha podido contener a Irán, ni cambiar su régimen, sino que sus tres guerras declaradas —contra el COVID-19, contra el terrorismo islámico y contra el narcotráfico en el Caribe desde Venezuela hasta la transfrontera con México— no han tenido hasta hoy el éxito y el impacto necesarios para fortalecer su tambaleante reelección cuando le queda únicamente la soledad de promover una feroz guerra de propaganda contra China —por el origen misterioso del COVID-19— y la amenaza terrorista chiíta de Irán, cuyos mandatarios, curiosamente, han tenido mejores relaciones con el candidato del Partido Demócrata a la presidencia, Joe Biden, y con Obama.
Suena paradójico, pero en esta fase Trump gana más cooperando con China e Irán que confrontándolos.
Una guerra contra Irán y/o China significaría el suicidio y la perdición de Trump, cuando los cadáveres estadounidenses se sumarian a los del COVID-19 que hoy arrasa EEUU.