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"Es de otra pasta": en España, un abuelo de 102 años sobrevive al coronavirus

© REUTERS / Laurent GillieronUn médico con un enfermo de COVID-19
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La pandemia de coronavirus, que suma más de 188.000 contagios y 19.130 muertes, afecta sobre todo a la población envejecida, la más vulnerable. Hay excepciones que aportan destellos de esperanza.

"Fumó hasta cuatro o cinco días antes", presume Enrique Antolín. Este madrileño es el hijo de un superviviente al coronavirus con 102 años. Comparten nombre, apellido y la garra por seguir adelante. Su padre acaba de volver a casa después de 17 días hospitalizado. Es parte de esa población de riesgo a la que la enfermedad originada en Wuhan (China) puede sentenciar.

Sin embargo, su camino ha sido de ida y vuelta. Contra todo pronóstico. Aunque no atienda en persona ni por teléfono, porque no todo es un cuento de hadas y el paciente aún anda "muy flojo", su caso ha sido un motivo de esperanza y un testimonio viral en redes sociales.

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Según su hijo, que es el que colgó la historia en Twitter y el que la relata a Sputnik (a pesar de preferir no aportar fotos o negarse a contarla en "medios de comunicación sensacionalistas"), uno de los motivos de esta proeza se debe a que "está hecho de otra pasta". "Es de hierro", señala, "yo le digo que parece de cuero, que nunca se desgasta".

Para contextualizar estos últimos sucesos en la vida de su padre, Antolín recapitula esos 102 años de existencia que van camino de los 103 el próximo septiembre. "Nació en 1917. Piénsalo. Vivió con Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la República, la Guerra Civil, el franquismo y la mal llamada democracia", comenta.

​Defendió la República en el frente de Arganda. Luego, un vecino le delató "por rojo" y fue de prisión en prisión, incluso haciéndole los paseos nocturnos en los que simulaban que les iban a disparar. Siguió hasta 1962 yendo cada dos semanas a una comisaría. Y, por fin, vivió la Transición, según la cronología que cuenta su hijo después de que haya cambiado la camilla del hospital público Infanta Sofía (en San Sebastián de los Reyes) por una habitación de la casa de su otra hija, residente en esta localidad del norte de Madrid.

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"Ahora tiene una máquina para el oxígeno que nos dieron (vinieron, explicaron por el telefonillo cómo funcionaba y se fueron) y una ristra de pastillas del copón: la heparina para la coagulación de la sangre, un suplemento de hierro, etcétera", enumera Antolín hijo, contento de que el pasado 14 de abril —día en que se conmemora el inicio de la Segunda República— pudiera desearle otra vez más '¡Salud y República!' como buen camarada.

Enrique Antolín (el de 102 años) ya tenía una novela vital antes de pasar por el centro de salud donde, curiosamente, había fallecido su esposa justo una década atrás, con 84 años. Este superviviente del COVID-19 (que en Madrid suma casi 190.000 contagios y 19.130 muertes) empezó a trabajar con 14 años. Conoció a su mujer (menor que él y "una guayabita: era preciosa", según su hijo) en las calles del barrio de las letras donde vivió hasta que se mudaron a Móstoles.

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Con una edad considerable y unos ahorros conquistados a base de pequeñas dentelladas al sueldo "humilde" que sacaba al mes, pudo adquirir una segunda residencia en Santa Pola. En este rincón levantino de la provincia de Alicante se evadía durante meses del trajín urbano. Cada mañana, según comenta su hijo, se levantaba a las siete, regaba las plantas y se iba con la bici entre las huertas.

"Era muy deportista. De joven hizo boxeo y participó en carreras hasta tarde. Eso ha ayudado", incide el vástago, que hace poco le tuvo que requisar precisamente la bicicleta por el peligro que ya entrañaba a su edad. "Lo único que perjudicaba su salud es que era un fumador empedernido", repite Antolín, que narra cómo pasó del Ducados o el Rex, marcas de tabaco negro, al Fortuna.

Desde hacía un tiempo vivía con su hija, separada de 70 años y con los hijos ya emancipados. Ella, jubilada pero aficionada a la pintura, iba al taller cada mañana y él no tenía ningún problema en hacerse el café y tomárselo con unas galletas frente a la tele, donde más que ver los programas, solía "hincar la cabeza en el esternón, porque se quedaba dormido", afirma su hijo. Hace un año sí que empezó a perder movilidad, pero seguía manteniendo la cordura.

No salía de casa. Y menos en el confinamiento.

"No sabemos cómo leches ha cogido el virus, porque mi hermana es la única que iba fuera", exclama Antolín hijo. Antes de ser ingresado, en la madrugada del 25 al 26 de marzo, se quejaba de que no podía respirar. Y lo acercaron al hospital. "Le metieron directamente en el box de urgencias, pero descartaron intubarle porque era muy peligroso", rememora Antolín, "dada su avanzada edad y en las condiciones en las que entró, se lo cargaban".

Las 17 jornadas que pasó fue mejorando, aunque aún mantiene la atención médica por teléfono y la citada máquina de oxígeno. El informe del alta comprende 18 folios, dice Antolín, agradeciendo a todo el equipo sanitario el trato personal y profesional: "Le hacían una analítica y un control diario, porque encima cuando ingresó —con neumonía bilateral— tenía insuficiencia renal y cardíaca".

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"Llega muy tocado, pero ha llegado", remata su hijo, incidiendo en que la última prueba de coronavirus, del 13 de abril, es negativa. "Mi hermana y yo creemos que, si sobrevive con esta edad, pues le queda poquito. Pero, siendo como es y con las ganas de salir adelante que tiene, este pollo lucha como un jabato", expresa convencido y con la ilusión de "pegarle un achuchón" lo antes posible. "Mi padre ha sido un rara avis. Él mismo decía –y dice– que es un marciano. No ha dado nunca ni un jodido problema", concluye horas antes de mandar un mensaje por whatsapp con un parte optimista: "Está mejorando mucho. Estamos asombrados. Como los chavales, progresa adecuadamente".

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