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¿Será inevitable un nuevo brote de COVID-19 durante el otoño?

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Las medidas de confinamiento empiezan a dar frutos y los nuevos contagios decrecen día a día. Sin embargo, un relajamiento de las restricciones podría conllevar un nuevo incremento de la curva estadística. Las mutaciones del virus y la perspectiva realista de no poder contar con una vacuna hasta 2021 hacen temer un brote de la pandemia en otoño.

Los números ofrecen los primeros halos de esperanza y en el horizonte se vislumbra una relajación de algunas de las restricciones que caracterizan al estado de alarma, ya prorrogado hasta el 26 de abril. Pero es un arma de doble filo; la paulatina vuelta a la actividad económica por sectores podría perfectamente entrañar un crecimiento en la cifra de nuevos contagios. Es lo que está pasando en Corea del Sur y la misma China, que experimentan un alza de nuevos casos positivos.

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El ritmo de reproducción

Otro factor a tener en cuenta es el número básico de reproducción (R0), la tasa con la que el virus se reproduce. Durante el mes de marzo se estimó que R era superior a tres (R3). Es decir, que cada infectado contagiaba la enfermedad a tres o más personas. España encara la segunda semana de abril con un R de 0,95. O lo que es lo mismo, que un contagiado necesita más de un día para infectar a otra persona. Esta métrica epidemiológica constata que cuando R es inferior a 1, la infección se extingue tras un periodo sostenido de tiempo. Ese periodo, ahora mismo, es el confinamiento.

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¿Cuánto tiempo podrá sostenerlo la economía española? El sistema sanitario no aguantaría otro golpe de tal intensidad. La tentación de recuperar paulatinamente el ritmo laboral es grande, pero dependerá de los datos que aporte la comunidad científica y las autoridades sanitarias. Podría darse el caso de proceder a una desescalada de las restricciones de movilidad social y laboral cuando el porcentaje de infecciones se sitúe en, pongamos, un 0,5%. Con 150.000 infectados en el horizonte, equivale a 750 casos diarios. Una vez esté el país pertrechado de suficientes elementos de protección individual, así como de tests de detección del COVID-19, no es descabellado suponer que se intente organizar una vuelta al trabajo presencial por sectores y grupos de edad. Es decir, la población sana y joven podría reiniciar la actividad.

El temor a un brote en otoño

Pero la ausencia de una vacuna y de medicamentos plenamente eficaces, hace temer un nuevo brote de COVID-19 para los meses de otoño, una vez desaparezca el calor veraniego y, con este, una menor tasa de infectividad del virus. Las vacunas aún tardarán en estar listas unos meses. Pero el problema podría ser mayor: por efecto de las mutaciones, el virus que asola al sur de Europa ya es distinto del originario de Wuhan. Como resultado, el proceso de creación de la vacuna se torna más complejo y dura más tiempo.

"Es muy difícil controlar un virus que no se conoce y del que no se tienen vacunas o antivirales para luchar contra él. Es imposible controlar lo desconocido", avisaba ya durante el brote del virus del Ébola, Luis Enjuanes, director del laboratorio de Coronavirus en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB) en Madrid.

"El problema que tenemos con los virus es que cada uno de ellos puede dar lugar a varios miles de millones de virus progenie y ninguno de esos virus es uno igual al otro. Con esto, lo que ocurre es que un virus que se está replicando en un animal (y que normalmente no infecta al hombre) siempre se puede generar una variante que haga el cruce de especies, que es lo que está pasando".

El doctor Enjuanes, actualmente recluido en casa tras dar positivo por COVID-19, también resalta que se puede controlar una epidemia sin vacuna. Por ejemplo, pasados más de 30 años desde su detección, el virus del SIDA sigue sin tenerla. Por su parte, José Ramón Arribas, jefe de la Unidad de Enfermedades Infecciosas en el Hospital Universitario La Paz de Madrid, afirmaba durante esa misma conversación con Enjuanes en la Fundación Juan March: "Cuando hay una crisis de este tipo, estamos mejor preparados si la respuesta científica es global. Se tardó casi dos años en identificar el SIDA. Con el SARS, se tardó dos días en saber que era un coronavirus”, afirmó.

En pos de una vacuna

Queda claro que el argumento evolutivo resta letalidad a las diversas mutaciones del virus, pues si es demasiado virulento acaba con su huésped y no puede transmitirse al siguiente. Hasta ahora, las mutaciones más reseñables afectan a la zona que codifica la proteína S, justo donde se alojan las puntas de la corona del virus. Este se introduce en las células humanas  a través de esas puntas, y nuestro sistema inmunitario lo reconoce y lucha contra él. Pero si esa región cambiara mucho, una vacuna frente a un tipo de coronavirus no sería efectiva frente a otros así mutados, ya que las defensas no terminarían de identificarlos.  

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Con todo, hay más de 50 grupos de investigación en todo el mundo implicados en la creación de una vacuna contra el COVID-19. Los grupos de EEUU y China parecen ir por delante del resto. En China, donde ya el 11 de enero se logró secuenciar el genoma del virus SARS-coV-2, una vacuna en fase experimental se está probando con voluntarios y, tal vez lo más importante, la muestra es muy amplia. "Sería conveniente organizarse, sobre todo para no repetir el mismo tipo de experimentos", declara el virólogo Enjuanes.

Sea como fuere, el ministro español de Ciencia e Innovación, el excosmonauta Pedro Duque, afirmó recientemente que la investigación liderada por Luis Enjuanes e Isabel Sola en el CNB tendrá "probablemente antes del fin de abril" un primer candidato a vacuna contra el coronavirus Covid-19.

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