Rojas lleva una corbata naranja de nudo gordo, tirantes, una camisa de estética vintage o vieja y unos pantalones oscuros a los que le sobran unas cuantas tallas, o le faltan unos cuantos kilos dentro para mantenerse firmes en la carne. Es domingo por la mañana y la puerta de la iglesia está custodiada por un par de creyentes fervorosos y bien vestidos que dan la bienvenida a los visitantes.
En otro punto de la plaza, que es bastante grande, los viejitos caraqueños juegan al dominó en unas mesas preparadas para el pasatiempo nacional por excelencia, y justo enfrente una panadería socialista vende panes más o menos duros a diestro y siniestro. ¿Café? "No queda, mami". ¿Y el baño? "No hay agua".
En Venezuela, la religión mayoritaria sigue siendo el catolicismo: según los últimos datos del Latinobarómetro de 2018, los católicos suponen el 67 % de la población religiosa del país. Pero en los últimos años ha crecido exponencialmente los fieles al Evangelio, alcanzando el 18 % según el mismo medidor.
El pastor Rojas cree que los años de crisis en el país han sido determinantes para el aumento de fieles en su iglesia y en el resto de iglesias evangélicas repartidas por todo el territorio nacional.
"Creo que los países donde hay pobreza, necesidad, escasez, la gente tiende a buscar a dios. Si no, hacen de su dinero un dios. Mucha gente se ha convertido por la crisis en Venezuela. La iglesia está full, últimamente viene mucha gente que ni conozco", sostiene en entrevista con Sputnik.
La fe lo es todo
Es un domingo soleado de febrero y efectivamente la iglesia es una algarabía. El recinto puertas para adentro es enorme. Son varias plantas de fe, oración y merchandising cristiano. El pastor acaba de oficiar su culto. Los domingos hay cinco cultos con varios pastores diferentes que enseñan su palabra, oran, cantan, hacen partícipe a un público entregado que baila y levanta las manos en sus gradas; y lo más importante: curan enfermos de males físicos y espirituales.
"Hacemos lo que llamamos 'unción de anestesia'", explica Rojas y completa: "Impongo mis manos sobre las cabezas de los fieles y ellos caen como muertos. Es los que hacía Cristo en el Evangelio. Les cura la fe".
Hay una fila de caídos como muertos sobre el escenario y un tumulto que les reclama fe para su sanación. Hay música, instrumentos y espectadores del milagro. En el suelo, fieles adultos y también niños, hombres o mujeres con diferentes peticiones a dios. La fiesta dura unos 30 minutos y después ocurre el prodigio. Dicen que ya están curados.
"Es que esta es una iglesia de guerra y por eso curamos enfermos de todos sus males, dolencias físicas o del espíritu", dice Mari Cruz González. Ella también es pastora, y peluquera en su tiempo libre. Está predicando en una habitación especial aparte que llaman "la sala de liberaciones". Allí llegan de manera individual diferentes personas con peticiones diversas. Es una unción privada.
"Les curamos el cáncer, tumores, pies planos o les liberamos de los espíritus malignos", dice Mari Cruz. "Tenemos ese poder porque oramos todos los días y agradamos al Señor. Él deposita en nosotros esa autoridad. Así sacamos a los demonios de las personas que llegan inquietas porque se han encomendado a la brujería o porque simplemente no habían encontrado el camino de la fe", agrega.
En ese momento hay dos personas en la sala de liberaciones. Una es joven, dice sentirse inquieta desde hace un par de noches. Tiene zozobra desde que discutió con su marido "por culpa de otra mujer". Mari Cruz y el pastor Rojas la están liberando. La mujer agacha la cabeza y grita. Tiene náuseas. Grita más fuerte. Mari Cruz le acerca un cubo para que vomite.
"¡Fuera! ¡Así vas a ser libre! ¡Suéltalo!" le dicen los pastores mientras la sujetan el pelo y la cabeza para que no se ponga perdida de vómito. Al final hay una explosión de voces y la joven llora aliviada.
La otra persona que espera su liberación es una anciana de 74 años a la que los médicos le diagnosticaron prolapso y se hace pis encima todo el tiempo. Además, ahora le duele la vagina y por eso ha acudido al pastor. El procedimiento es el mismo que el anterior.
"Le doy la gloria a mi padre, siento el poder de dios y del espíritu santo sanándome, padre. Yo vine con una fe grande y sabía que usted me iba a sanar. Gracias, padre bendito", aclama la señora llorando de alegría. Dice que ya está curada.
"Hay varios aspectos controvertidos del movimiento evangélico y las curaciones son uno de ellos", evalúa en diálogo con Sputnik Jordi Puig i Martin, investigador de Sociología de la Religión en la Universidad Autónoma de Barcelona. "En el protestantismo se afirma la sanación por imposición de manos. Si en el protestantismo clásico esto no deja de ser simbólico, como una oración, en las iglesias pentecostales se acepta literalmente", añade.
"Hay pastores que afirman poder curar enfermedades con la imposición de sus manos sobre el fiel. Y es perverso: si la persona se cura, es gracias al pastor. Pero si no se cura, es por culpa de la poca fe de la persona. Además, cuando un pastor ha 'curado' a alguien su popularidad se dispara, aumentan los miembros de su iglesia y se incrementan los ingresos por el diezmo", observa Puig.
Diezmo, crisis y política en Venezuela
El diezmo que los fieles aportan para el mantenimiento de la Iglesia evangélica es el 10 % de sus ingresos. Puig i Martin dice que no hay nada "oscuro" en su financiación sino "meridianamente transparente". "Aparte del diezmo existen grandes donantes, sobre todo norteamericanos, que aportan dólares a las iglesias y a los medios de comunicación evangélicos", cuenta.
El auge del movimiento evangélico no es exclusivo de Venezuela sino que es un fenómeno que recorre todo el continente latinoamericano. Para el sociólogo de Barcelona se trata de "un auge progresivo, un crecimiento exponencial cuyo inicio hay que buscarlo décadas atrás".
Según i Martin, muchos motivos explican por qué "América Latina se vuelve protestante", como se dice habitualmente: presencia de misioneros norteamericanos, seducción por todo lo que venga de EEUU, una teología muy básica y poco intelectual en la que cualquier persona puede convertirse en pastor, inexistencia de jerarquía unificada, una vivencia muy emocional de la fe…
"Pero normalmente se habla de dos grandes razones: la dimisión de la Iglesia católica de la espiritualidad popular, y el apoyo de los sectores políticos conservadores a una Iglesia más cercana a sus intereses", resume.
En Venezuela, la política y el Evangelio se entremezclan en la medida en que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, afirma constantemente en sus discursos ser cristiano y un devoto de dios. En diciembre de 2019, Maduro sorprendió pidiendo desarrollar un "poderoso" movimiento cristiano evangélico "para elevar los valores morales" del país.
Otro nombre que no pasa desapercibido y que está estrechamente vinculado con este movimiento creciente en Venezuela es el del pastor Javier Bertucci, que se hizo famoso cuando decidió presentarse a las elecciones presidenciales de 2018. Fundó su propio partido y apostó a una campaña electoral muy mediática en la que se dedicó a repartir sopas a lo largo y ancho del territorio nacional en uno de los momentos más duros (y de más hambre) de la crisis venezolana. Quedó tercero en votos alcanzando casi el millón en las urnas.
Bertucci no es una figura exenta de polémica. Estuvo procesado penalmente en 2010 por el contrabando de 5.000 toneladas de combustible diésel a República Dominicana y su entramado empresarial —que incluye compañías en Panamá y Miami—. Apareció en los famosos Panama Papers.
¿Por qué los evangélicos se meten en política?
Responde Puig i Martin: "Llegado el momento, se dan cuenta de que la política puede ser también un instrumento de evangelización. Además, aquí también aparece la peligrosa 'teología de la prosperidad': si una persona llega a tener poder político, es una demostración de que está bendecido por dios, y por tanto que su ideología política es la buena, la cierta".
"Vienen días de gloria", dice también Eusebio Rojas el domingo en su iglesia. Está sentado junto a otros cuatro pastores de menor rango y contando cómo es su vida cuando no está allí. También es pastor, pero de los del campo. Tiene una finca en un terreno como a tres horas de Caracas, siembra y cría reses.
Rojas es afable, abierto y se nota que la comunidad le quiere. En apenas 30 minutos varias mujeres se han acercado a saludarle y a ofrecerle algo de comida. Las empanadas de cazón son sus ofrendas favoritas y hay quienes lo saben y llegan con una bolsa grasienta de la panadería de la esquina.
El pastor habla de su vida mientras lee el Evangelio en su celular donde tiene guardados algunos de sus capítulos favoritos.
"Fíjate que yo antes de meterme en esto no sabía nada del Evangelio, solo que se dejaba de ser borrachito", cuenta riéndose Laura Urribarri, una fiel de 69 años que se acerca al pastor para besarle las manos y darle un abrazo.
"Pero desde que lo conocí [al Evangelio] me di cuenta de que todos mis males eran sobrenaturales, como esta crisis económica, que también es sobrenatural. A Venezuela le ha pasado lo mismo que le pasó a Israel, que se olvidó de dios porque estaba bien y construyó sus ídolos. El pueblo se contaminó pero ya estamos saliendo de eso", opina.
Urribarri da media vuelta con una sonrisa y se mete en el culto de turno. Desde afuera se escuchan de fondo los cánticos de los fieles que están participando en alguna unción de anestesia, dejando ofrendas, levantando las manos y orando con certeza absoluta de que aquél es el único camino para ser feliz y para salvarse de absolutamente todo.
Las empanadas grasientas de cazón nunca sentaron tan bien. No hay culpa en cualquier obstrucción en las arterias que serán liberadas bajo la fe de la imposición de manos un domingo cualquiera en una iglesia de guerra. Es la palabra de dios y del pastor en la tierra.