La Proteus anguinus es una especie de salamandra que habita en los lagos cavernosos de la península balcánica. Como lleva toda su vida en la oscuridad bajo el agua, carece de visión y su epidermis está descolorida.
Durante ocho años los científicos de la Universidad de Budapest (Hungría) y los de la Sociedad de Investigación de Karst (Reino Unido) analizaron con ayuda de sensores poliméricos los movimientos de 56 especies en la cueva de Vruljak, en Bosnia y Herzegovina. Estos dispositivos permitían detectar salamandras a un par de metros.
Esta extraordinaria inmovilidad puede explicarse por la necesidad de ahorrar energía. Lo hacen mediante una estrategia de caza específica: llevan años esperando a que la comida se acerque por sí misma. La Proteus anguinus vive más de medio siglo y se reproduce una vez cada 12,5 años. Además, se adapta muy bien al déficit de oxígeno en el agua y no tiene hambre durante muchísimo tiempo.
El perezoso y las tortugas de Mojave, entre los más lentos
Esta especie de salamandra no es la única representante del mundo animal caracterizada por la lentitud extraordinaria de sus movimientos. Las tortugas del desierto de Mojave que habitan en los terrenos áridos de America del Norte pasan nueve meses al año durmiendo en sus madrigueras. Pueden no beber durante meses, dado que almacenan la mitad del agua necesaria para su organismo en su vejiga. Los ejemplares adultos pueden desplazarse a unos 1,2 kilómetros de velocidad al día.
Si bien una de estas tortugas es capaz de vivir entre 50 y 80 años, esta especie está en peligro de extinción. El cambio climático en combinación con una reproducción rara y una longevidad extraordinaria las hace vulnerables frente a ciertos riesgos, según varios científicos. Incluso si se eliminan todos los factores negativos, estas tortugas experimentarán dificultades a la hora de recuperar su población.
Los perezosos de tres dedos son los más lentos. Los científicos durante mucho tiempo no pudieron entender por qué estos tridáctilos se podían permitir bajar de los árboles para defecar a pesar del riesgo de convertirse en la presa de un depredador. Hasta que descubrieron que lo hacían para ocultar sus excrementos en el suelo. La polilla pone sus huevos en ellos y las larvas que nacen ascienden por el aire hasta pegarse al cuerpo de estos perezosos, fertilizándolo con nutrientes saludables. De ellos proliferan microalgas que confieren al pelaje del animal su característico color verde.