A sus 66 años, Apolonio Atelco Jalalpa, es un veterano de estas procesiones a las que acude para rogar por su gente a la "virgencita" de los desamparados, pero este año, en su mente está el futuro de sus hijos y quizá de su familia.
"Voy a pedirle por mis dos hijos en EEUU para que les vaya bien y no me los deporten", dijo a Sputnik el hombre que maneja un viejo auto Ford rojo, en el que ha montado una imagen enmarcada con adornos, flores y ramas de palmeras.
Desde 2002 aquel indígena chichimeca se convirtió en San Juan Diego, al ser canonizado cuando el Vaticano ratificó su existencia histórica y validó el milagro de la imagen impregnada en su túnica.
La mayoría de los más de 400 peregrinos del pueblo Santa María Zacatepec viajaron en cinco gigantescos camiones de carga y varios automóviles.
Pero quienes le dieron el sentido de sacrificio a la procesión fueron casi un centenar de ciclistas que portaban camisetas blancas con la imagen de "La Guadalupana".
Esas camisetas son la moderna manifestación del milagro católico: la eternización de la imagen de la virgen de piel morena.
La pintura se preserva y es venerada en la Basílica de Guadalupe, cuya misteriosa pigmentación ha sido objeto de los más insólitos "análisis científicos" para probar su singularidad.
Las autoridades de la capital se prepararon para recibir a 10 millones de católicos, cifra que duplica los cinco millones de peregrinos que recibe la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
Rogar por trabajo y salud
Los pobladores llegaron a sumarse para entonar la madrugada de este 12 de diciembre el canto de Las Mañanitas, la canción popular de los cumpleaños mexicanos.
A sus 35 años, Miguel Ángel Gomez Romero, nunca había hecho la peregrinación, pero sabe que la creencia se funda en una memoria colectiva de múltiples relatos de hechos que consideran milagrosos.
"Todos sabemos que la virgen ha hecho muchísimos milagros", dice el trabajador de una fábrica local.
Una razón íntima lo ha movido a montarse en una bicicleta y arriesgar la vida en las peligrosas carreteras en las que, cada año, se reportan accidentes fatales de peregrinos.
A su lado, Antonio Pérez Rojas, de 16 años, monta una precaria bicicleta que está muy lejos de ser adecuada para una carretera, con otra ilusión: conocer las peregrinaciones desde todo el país a la Ciudad de México, la mega urbe de 20 millones de habitantes.
Está a solo 120 kilómetros de distancia de su pueblo, pero nunca ha conocido el templo mariano.
Cuando caía la tarde del 11 de diciembre, los peregrinos aceleraron el paso para llegar al amanecer de la fecha festiva y asistir a una de las misas del aniversario de la Guadalupana, que se celebran toda la jornada.
La imagen que se plasmó hace más de cinco siglos en el ayate del indígena sigue allí, y no solo es visitada por gente común sino dignatarios y gobernantes.
El más reciente fue el fiscal general de EEUU, William Barr, después de su visita al presidente Andrés Manuel López Obrador en el Palacio Nacional para tratar, la semana pasada, una controvertida intención de Donald Trump para designar "terroristas" a los narcotraficantes.
Los fervorosos cantos y actos sincréticos, en los que himnos católicos se mezclan con mariachis y danzas prehispánicas, olores de inciensos y la multicolor comida popular mexicana, confirman la frase que le costó el puesto a un guardián de la Basílica en 1996.
Fue el abad Guillermo Schulenburg, quien dijo después de 33 años como rector del rito, a sus 80 años, que la existencia de Juan Diego era "un símbolo de la evangelización, no una realidad".
De Juan Diego solo se supo más de un siglo después del milagro en un texto de 1649, el "Nican Mopohua".
La polémica sobre su existencia histórica continúa, pero la extendida profunda fe colectiva en la virgen ha perdurado.