Fútbol, feminismo y negocio

© REUTERS / Emmanuel FoudrotSelección de fútbol femenina de Suecia
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El Mundial de fútbol femenino disputado en Francia se ha convertido en un vector de propaganda de Estados Unidos que impone también su visión de un feminismo identitario que no tiene cabida en otros deportes practicados por mujeres.

Si usted es hombre, no se le ocurra decir que el fútbol femenino es aburrido o que, simplemente, ese deporte en su versión femenina no le atrae. Podría ser crucificado por macho y, por lo tanto, fascista. En Francia, país que acoge el Campeonato Mundial de fútbol femenino, una competición deportiva se ha convertido en un fenómeno social, en una religión a la que mujeres y hombres deben entregarse si no quieren ser objeto de la inquisición moral y sufrir el castigo de escarnio en la mayoría de los medios de comunicación y redes sociales.

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Así le pasó al célebre filosofo Alain Finkielkraut, que osó manifestar que no le interesaba pasar el tiempo viendo por televisión el fútbol femenino. Ya conocido por sus posiciones políticamente incorrectas —incorrectas para los autodenominados correctos—, Finkielkraut se volvía a convertir así, gracias a la presión exacerbada por la prensa, en el monstruo número uno del verano.

Castigo parecido sufrió el exfutbolista y exentrenador francés, Paul Le Guen, quien tuvo la desfachatez de opinar que el partido Francia-Corea le había parecido "un poco largo". A partir de entonces, el "terror mediático" y el consenso forzado obligaba a considerar en público al fútbol femenino como uno de los factores principales de la liberación de la mujer y de la lucha por la igualdad de derechos entre sexos.

Las marcas comerciales ya habían empezado a lavar su imagen y a adaptar sus mensajes comerciales al evento, utilizando el feminismo como añagaza para vender productos de todo tipo, a excepción, claro está, de los habituales ideados "para la mujer", como lavadoras, cocinas o estropajos.

Pero que la publicidad se tome unas vacaciones feministas aprovechando el mundial de fútbol femenino era algo inevitable. Volverán en otoño a la carga con sus anuncios donde la mujer seguirá en el rol que esos anunciantes consideran tradicional. Lo que es más curioso y, a veces, un poco ridículo, es que organizaciones como la UNESCO quieran utilizar un deporte de masas completamente inserto en una dinámica capitalista para "movilizarse contra la discriminación, el acoso, el sexismo y la diferencia entre salarios".

Ley de mercado vs igualitarismo

En la equiparación de premios y salarios se centraron muchas críticas de intelectuales y medios autoconsiderados progresistas, sin caer en que este deporte, como cualquier actividad, se rige siguiendo la ley de mercado. Y con algunas cifras se puede comprender por qué las diferencias entre salarios y otros conceptos son tan elevadas entre fútbol femenino y masculino.

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El número de telespectadores en el mundo en el último torneo masculino fue de 1.120 millones; de los femeninos, 61 millones. Los derechos de televisión para el mundial masculino se pagan a más de mil millones de euros, y apenas a más de un millón el femenino. En Francia, la estrella del Paris Saint Germain, Kylian Mbappé, tiene más de 29 millones de seguidores en Instagram; la del fútbol femenino, Le Sommer, 308.000.

La lucha por la igualdad de derechos es una tarea que incumbe a cualquier ciudadano, pero a veces, la batalla puede perder fuerza por disparatada. Las mujeres futbolistas ganarán más dinero a medida que la atención de los espectadores aumente y los medios sigan esa corriente.

Que la acción militante deba ayudar es también obvio, pero como también está claro que los deportistas, hombre o mujeres, que practican otros deportes, como el tiro con arco o el ping-pong, nunca alcanzarán las cifras de los futbolistas, los jugadores de la NBA, o las figuras del béisbol.

"Soccer moms"

La presión de la reivindicación de un feminismo sui generis en el fútbol femenino es un efecto importado desde Estados Unidos, donde este deporte, hasta ahora coto de las clases medias pudientes, es objeto de atención política y electoralista. En Estados Unidos, las "soccer moms" —mujeres blancas, de clase media que viven en zonas privilegiadas y que emplean la mitad de su tiempo en llevar a sus niñas/os a entrenamientos y campeonatos— son un botín electoral.

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El término "soccer mom" fue ya acuñado por los consejeros de comunicación, Alex Castellanos y Ed Gillespie, del republicano Robert Dole, rival de Bill Clinton en las presidenciales de 1996. Los dos rivales se abalanzaron sobre ese caladero de votos, un fenómeno social que ha ido perdiendo poder político a medida que familias hispanas y otras minorías accedían a la clase media y la práctica del fútbol femenino se hacía menos elitista.

El feminismo universalista europeo está dejándose "invadir" por el feminismo secesionista de Estados Unidos y el caso del Mundial de fútbol femenino es un ejemplo del "poder blando" de una potencia que no encuentra resistencia al otro lado del Atlántico, como ocurre en otros ámbitos políticos o culturales.

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Acabar con los prejuicios machistas y luchar por los derechos de las mujeres es un compromiso de toda la sociedad, pero dejar de comparar jugadoras y jugadores sería abonar el terreno para una igualdad efectiva. Las consideraciones económicas vendrán por la asistencia de público y, en menor medida, por el voluntarismo político. De hecho, tanto en Francia como en otros países europeos, cuyas selecciones fueron eliminadas antes de las semifinales, la atención de la prensa empezó a menguar y a ocupar tan poco espacio como si del campeonato japonés de sumo se tratara.

Que el diario Le Monde, que se autodefine "de referencia" en Francia emplee un editorial para anunciar que "la mujer es el porvenir del fútbol" no es sino utilizar, como hacen las marcas comerciales, un lavado de cara feminista para intentar ampliar su menguante tirada.

En cambio, insistir sobre el 18,5% que separa el salario de hombres y mujeres en Francia por el mismo empleo sería más efectivo para la mayoría de la población, incluidas las jugadoras de fútbol que mantienen un trabajo aparte del deporte. 


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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