Y es que dentro de esos millones de años el Sol se quedará sin combustible y se hinchará como una pelota a punto de explotar que muy seguramente engullirá a nuestro planeta. Con el tiempo, el Sol acabará por apagarse y se convertirá en una estrella moribunda, fría y densa del tamaño de un planeta: en una enana blanca. Precisamente lo que, según el estudio, publicado el 4 de abril, le ocurrió a la estrella SDSS J122859.93+104032.9.
El planetesimal mide de seis a 600 kilómetros de diámetro y, en algún momento de su existencia, giró alrededor de una estrella amarilla y brillante. Ahora mismo se encuentra brotando de un pequeño objeto rocoso y no es más que el núcleo metálico de un planeta fallecido. Es rico en hierro, lo que probablemente le ha permitido no quedarse desgarrado.
"La gravedad de la enana blanca es tan fuerte —alrededor de 100.000 veces mayor a la de la Tierra— que un asteroide típico habría quedado despedazado por las fuerzas gravitaciones si hubiera pasado lo suficientemente cerca de la enana blanca", según ha explicado al periódico ABC Christopher Manser, el autor principal de la investigación.
¿Y qué le ocurrió al entorno de la estrella? Eva Villaver, investigadora del departamento de física teórica de la Universidad Autónoma de Madrid y coautora del estudio, ha explicado al ABC que una de las opciones que baraja el equipo para la supervivencia de este tipo de asteroides es que sean los restos de objetos más grandes erosionados dentro de la estrella. Tampoco descartan que "hayan sido lanzados a esas órbitas cercanas después por planetas que sobrevivieron más alejados de la estrella y que no fueron engullidos".
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El objetivo al analizar las enanas blancas, dice Villaver, es adelantarnos al final evolutivo de las estrellas como el Sol y, por tanto, al nuestro.