En su periplo de su vida —marcado por la criminalidad, la violencia y la clandestinidad—, el antiguo líder del cártel de Sinaloa logró escaparse dos veces de cárceles en México. Pero ahora, en el establecimiento penitenciario al que muy probablemente sea enviado, esta tarea no será coser y cantar.
Desde las estrechas ventanas de la cárcel solo se puede ver el cielo y en algunos casos el techo. En sus siete metros cuadrados hay una cama de una plaza, un váter-lavabo, una luz que se enciende a la distancia y que no pueden controlar los presos y una ducha que funciona solo a determinadas horas, también manejada desde afuera.
Los patios de recreo están dispuestos en pozos y los individuos no pueden ejercitarse por largas distancias. Así se evita el contacto entre unos y otros.
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Por ejemplo, en las celdas del complejo se encuentran miembros del grupo terrorista Al Qaeda —proscrito en Rusia y varios países—, entre ellos Zacarias Moussaoui, detenido por su participación en los ataques del 11 de septiembre de 2001, sentenciado a seis cadenas perpetuas. También Dzhokhar Tsarnaev, responsable de los bombardeos en la maratón de Boston en 2013, y condenado a muerte por ese hecho.
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Otro célebre preso latinoamericano de la cárcel Florence es Simón Trinidad, miembro de la extinta guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), acusado por los tribunales de EEUU de delitos de narcotráfico y lavado de dinero.
Según el mismo documento, los prisioneros están sometidos hasta a siete conteos diarios, algunos de ellos dentro de la celda, otros parados, en la puerta de la unidad. Toda la correspondencia dentro de la cárcel y fuera de ella debe ser revisada por las autoridades. Los reclusos pueden realizar llamadas: deben registrar hasta 30 números de teléfono con los que quieran comunicarse, aunque en aislamiento este derecho se pierde.
Al ingresar, se realizan tests de VIH a la población en riesgo de contraerlo, aunque se le recomienda a todos. Además, se efectúan exámenes para detectar tuberculosis y bacterias resistentes. Por otra parte, se busca aleatoriamente el consumo de narcóticos a través de pruebas de sangre a la población carcelaria.
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Por mes, los reclusos pueden comprar hasta 250 dólares en objetos de higiene, alimentos, caramelos, galletas o algunos elementos de vestimenta o necesarios para profesar la religión. La cantidad que pueden comprar está limitada en número, además de en precio. Cada celda tiene una televisión, que provee información institucional, apoyo psicológico y transmite servicios religiosos, salvo en las unidades disciplinarias o las SHU (en inglés, special housing units, unidades de alojamiento especial).
La organización Solitary Watch, una entidad que sigue de cerca el confinamiento en cárceles de EEUU, ha indagado sobre el aislamiento al que están sometidos los reclusos en Florence ADX, que exacerba o desencadena problemas de salud mental. Según dijeron las autoridades a la organización, en la unidad de máxima seguridad elevada no hay casos de enfermos mentales.
Sin embargo, un interno del establecimiento llamado Jesse Wilson indicó a la entidad que esto es "una mentira". "No he dormido en semanas debido a estos reclusos inexistentes que golpean las paredes y gritan toda la noche. Y los muchos 'no-enfermos' desparramando heces en sus celdas", afirmó el reo en un testimonio disponible en el sitio web de Solitary Watch.
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De momento, mientras no se sabe adónde irá el Chapo Guzmán, el narco está en una cárcel en el medio de Manhattan, el Centro Correccional Metropolitano. Esta prisión, destinada para los reos en juicio, tiene también altísimas condiciones de seguridad, y está en las proximidades de los juzgados federales en plena manzana grande.
Una nota del New York Times indica que un reo que estuvo allí la describió como peor que el penal en la base estadounidense en Guantánamo, donde también permaneció encarcelado. ¿Qué destino le espera al exlíder del cártel de Sinaloa si estuviera en Florence? ¿Mejor o peor que en el Centro Correccional Metropolitano? Es difícil que algún día se sepa.