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Francia-Italia: la guerra de Europa

© REUTERS / Darrin Zammit LupiUn migrante en Italia (imagen referencial)
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La guerra verbal entre Francia e Italia aumenta a medida que se acerca el 26 de mayo, la fecha de las elecciones europeas. La salva de acusaciones e insultos beneficia tanto a Emmanuel Macron como a Matteo Salvini y sus aliados en el Gobierno de Roma.

Hasta los italianos más moderados reconocen que en su país adoran hablar mal de Francia. En esa afición, los representantes del nuevo Gobierno italiano se han especializado en los últimos meses, pero sería injusto obviar que fue el primer mandatario francés el que se permitió el primer ataque.

En plena campaña europea y con el fondo de la inmigración masiva que llega a las costas del sur del continente, Macron habló de "la lepra nacionalista" refiriéndose a la actitud del Gobierno italiano. La respuesta de Matteo Salvini, ministro del Interior y viceprimer ministro, no se hizo esperar:

"Si Macron dejara de insultar y practicara la generosidad de la que se le llena la boca, acogiendo a los miles de inmigrantes que Italia ha acogido estos últimos años, sería mejor para todos".

A partir de ese duelo verbal, la rivalidad a los dos lados de los Alpes no ha cesado. El último capítulo lo ha protagonizado el viceprimer ministro italiano y miembro del Movimiento 5 Estrellas, Luigi Di Maio, que lanzó en Bruselas una carga de profundidad contra la política africana de París. Para Di Maio, Francia es en buena parte responsable de la inmigración africana a Europa por su política de colonización. El franco CFA, la moneda utilizada por 14 países africanos —excolonias francesas— es, según el jefe de Gobierno italiano, "una espada de Damocles que pesa sobre esos países y que ayuda a Francia a financiar su deuda". Nunca unas declaraciones de un responsable italiano habían tenido tan gran acogida en la prensa africana.

Inmigración, colonialismo, Libia, terrorismo…

Sin salir de ese continente, la situación en Libia también fue motivo de enfrentamiento diplomático entre los dos gobiernos. Con el recuerdo de la intervención militar franco-británica contra Muamar Gadafi en 2011, no digerida nunca en Italia, Macron se arrogó el pasado año el liderazgo internacional en las negociaciones entre las partes enfrentadas en esa excolonia italiana. Para Roma, a Francia no le conviene la estabilidad en Libia, solo le interesa su petróleo.

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Con el presidente Macron dedicado al cien por cien a apagar la crisis protagonizada por los 'chalecos amarillos' y debilitado en el exterior por esa misma circunstancia, fue la secretaria de Estado para Europa, Nathalie Loiseau, a quien tocó responder al misil verbal de Di Maio: "Cuando las palabras son excesivas, se convierten en insignificantes", zanjó.

Salvini y Di Maio no han dudado en apoyar las protestas de los chalecos amarillos del país vecino. Cualquier ocasión es buena para atacar a Macron, autoproclamado —hace ya meses— como el campeón de los progresistas europeos en su lucha contra los nacionalpopulistas. En un reciente vídeo, Salvini se implicó en la campaña electoral francesa con un mensaje/bomba: "EL 26 de mayo será la ocasión para el pueblo francés de tomar el control de su destino y de su orgullo, mal representados por un personaje como Macron".

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Para Salvini y Di Maio, cualquier ocasión es buena para atacar al presidente francés. Y la actualidad les ofrece munición cada semana. La captura en Bolivia y extradición a Italia del terrorista Cesare Battisti sirvió también a las autoridades de Roma para recordar que, como Battisti (acusado de asesinato en su país y después refugiado durante años en Francia) hay todavía 14 individuos perseguidos por la justicia italiana que viven tranquilamente al otro lado de la frontera. Salvini se declaró dispuesto a "ir a París y repatriar a esos asesinos".

Durante décadas, París ha hecho caso omiso de los requerimientos de los jueces italianos, de la misma manera que ofrecía su territorio para servir como base a ETA u otras organizaciones terroristas europeas.

Bajo el velo de "la protección a los perseguidos" escondía la defensa de sus intereses políticos y económicos.

Italia-Brasil-Francia y Mercosur

La guerra verbal franco-italiana ha subido en volumen y ha radicalizado el vocabulario, pero no es solo política. Ambos países se han enzarzado también en los últimos años en batallas comerciales. Durante un período, empresas francesas se lanzaron a la conquista de joyas industriales de Italia, hiriendo el orgullo italiano.

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Años más tarde, la situación se ha invertido y gigantes como la italiana constructora de buques Fincantieri protagonizan el último choque industrial entre Roma y París. Francia decidió a principios de año denunciar ante la Comisión Europea el control mayoritario de Fincantieri en los franceses Astilleros del Atlántico.

Del este asunto se habló también en Davos. El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, criticó a Francia durante su encuentro con el nuevo líder brasileño, Jair Bolsonaro. Cuando este le mostró su interés por la compra de naves militares italianas, le pidió —a cambio— ayuda para desbloquear el acuerdo UE-Mercosur y dar salida a los productos ganaderos y agrícolas brasileños. El italiano criticó la posición proteccionista de París y prometió crear un grupo de presión en la UE para vencer la resistencia francesa. Conte pasaba por ser el dirigente que iba a acercar posturas entre París y Roma, pero la realidad le he llevado a decantarse por defender los intereses de su país y censurar lo que se considera una nueva afrenta francesa.

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La rivalidad que atiza los ánimos políticos en Francia e Italia conviene electoralmente a las dos partes y la guerra verbal puede durar hasta los comicios europeos de mayo. Hasta entonces, los italianos juegan con una ventaja: Salvini cuenta con un aliado francés que anhela la derrota de Macron aún más que él, Marine Le Pen. El presidente francés, por su parte, no tiene en Italia ningún apoyo de peso en su cruzada contra el 'nacionalismo'.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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