"Perú tiene muchas figuras de culto popular (…) que pierden el papel de ejemplo de vida que tienen los santos oficiales y toman más protagonismo en los petitorios divinos, es decir como otorgadores de milagros", dijo Pérez Guadalupe, quien tiene publicados más de una decena de libros sobre los fenómenos religiosos.
La Beatita de Humay es una figura de culto popular no oficial, una mujer que, según la tradición oral, vivió una vida consagrada y obró milagros para sus fieles en temas de salud.
"Los santos populares se distinguen en particular porque sus fieles, mayormente de estratos bajos aunque no exclusivamente, acuden a ellos por temas de salud; por algo se suele decir en el Perú que los santos son los médicos de los pobres", apuntó Pérez Guadalupe.
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Para el teólogo, esta necesidad de resolver los problemas de salud es un fenómeno que se replica en los extremos de las iglesias evangélicas y pentecostales, que tienen una gran influencia por los milagros de salud que ofrecen al creyente.
Un estudio de la consultora Datum indica que 76,1 por ciento de peruanos consultados se declararon católicos en 2017, y 13,3 por ciento se declararon evangélicos.
Fe ciega
Sarita Colonia, una santa popular del puerto del Callao (colindante a Lima), tiene un culto muy extendido en Perú, así como el Niño Ricardito, José Luis Tipacti, conocido como el Niño Chicho, o Víctor Apaza Quispe.
El Niño Chicho fue un menor de edad que falleció en el terremoto de 2007 en la ciudad de Pisco (sur), donde está enterrado en el Cementerio General; mientras que Víctor Apaza Quispe fue fusilado en 1971 tras ser hallado culpable del asesinato de su conviviente en Arequipa (sur), donde descansan sus restos.
Todos estos santos populares tienen en común que los detalles de sus vidas son poco claros o totalmente desconocidos, algo que, según Pérez Guadalupe, distingue a estos cultos y es uno de los principales motivos por los que no se los incluye en los cultos oficiales de la Iglesia Católica.
"La Iglesia no se resiste a admitir a estos santos populares, lo que sucede es que hay todo un formato para que se determine si una persona es santa o no y ahí tiene que haber ejemplo de vida comprobado", explicó el estudioso.
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"Al devoto no le interesa si su culto está canonizado, no existen reclamos de los fieles porque la Iglesia lo admita oficialmente. De Sarita Colonia, personaje venerado por delincuentes, prostitutas o transexuales, no se sabe bien su historia y menos existe un expediente de sus milagros, pero a un hombre con 30 años de cárcel, comprenderás que la oficialidad no le importa", aseguró el teólogo.
La convivencia entre culto oficial y popular no implica contradicción para los creyentes que, en muchos casos, erigen como divinas a personas por consenso, en lo que sería un auténtico ejercicio democrático de la fe, concluyó el experto.