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El plan para que el sistema económico mundial no acabe saltando por los aires

© AP Photo / Fabrice CoffriniLa sede de la Organización Mundial del Comercio en Ginebra (Suiza)
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Donald Trump ha iniciado una guerra comercial contra China que ha costado miles de millones de dólares en importaciones y la contienda va a empeorar. Lo hará aprovechándose de las reglas de la OMC hasta que el sistema comercial multilateral explote por los aires. Pero se podría estar cociendo un plan para impedirlo, escribe The Economist.

"El asalto de Trump al sistema multilateral basado en reglas amenaza décadas de liberalización del comercio. Quienes apoyan el sistema —más allá de la Administración Trump y en la mayor parte del mundo— temen que el presidente estadounidense intente destruir la Organización Mundial del Comercio (OMC) y deshacer el camino andado. Tienen motivos para estar preocupados, pero no razones para la desesperación", escribe The Economist.

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Los Estados que acceden a la OMC aceptan y prometen no aumentar los aranceles sobre las importaciones más de lo acordado respetando el principio de la nación más favorecida. La norma prohíbe a los países discriminar a las naciones con las que se comercia en función de ser rivales o aliados. Un principio que Trump parece estar decidido a romper sobre el pretexto de que la seguridad del país está en entredicho aceptando, sin reservas, bienes chinos.

Sin embargo, el problema es más complejo del que dibuja Estados Unidos apelando a su seguridad. Para entender el asalto de Estados Unidos al sistema establecido, escribe The Economist, es necesario identificar los frentes que EEUU tiene abiertos. El primero es el desdén de Trump por la normas. Según Axios, un medio de comunicación estadounidense, Washington estaría planeando abandonar la OMC para tener las manos libres.

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"Libre del principio de la nación más favorecida, Trump sería libre de promulgar su propia versión del comercio recíproco con aranceles que coincidiesen con los que se aplican en otros países", alerta The Economist.

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Las posibilidades de que Estados Unidos finalmente acabe abandonando la organización son ínfimas, entre otras cosas, porque se requeriría la aprobación del Congreso, notablemente reacio a Trump. Pero mientras tanto, la Administración Trump puede dañarla desde dentro. Y es que sus alegaciones de que las importaciones de acero y de aluminio constituyen una amenaza para la seguridad nacional "aprovechan una laguna" que permite a los miembros de la OMC imponer aranceles en tiempos de emergencia nacional.

Y parece que a Estados Unidos no le importa que el hecho de que la primera potencia económica mundial apele a que su seguridad está en peligro por motivos comerciales pueda minar la confianza en el país.

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Para que el Gobierno de Trump no consiga hacer saltar todo el sistema comercial multilateral por los aires, Robert Lighthizer, Representante de Comercio de Estados Unidos, tendrá mucho trabajo por delante.

"A diferencia de muchas personas en la Administración, Lighthizer sabe cómo funciona el sistema comercial mundial gracias a su experiencia como abogado mercantil y como negociador comercial en la Administración Reagan. Valora el sistema y afirmó en diciembre [de 2017] que la OMC 'hacía muchísimo bien'", subraya The Economist.

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La visión de Lighthizer es mucho más moderada que la de Trump, aunque ha manifestado abiertamente su disconformidad con varios de los aspectos reinantes en la OMC. Entre ellos, en lo referente al Órgano de Apelación de la organización —una suerte de corte suprema comercial— y a los jueces que lo vertebran.

Los miembros de la OMC deben aprobar por unanimidad a los jueces para que formen parte de una lista de siete, tres de los cuales luego son elegidos para abordar una disputa comercial determinada. Pero a medida que han ido surgiendo vacantes, la Administración Trump no ha permitido que se cubran. Para diciembre de 2019, "los jueces que queden no serán suficientes para juzgar un determinado caso", advierte el periódico.

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"Los estadounidenses se quejan de que el Órgano de Apelación se excede en sus competencias. A menudo sus informes son largos, en parte, porque los jueces hacen comentarios legales sobre argumentos que no fueron presentados por ninguna de las partes. Para algunos, lo que hacen es aplicar la ley y sus principios cuidadosamente; para otros, parece que lo que están haciendo es comportarse como un imperio", explica The Economist.

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Lighthizer comparte este último punto de vista. Sus quejas apuntan a que el órgano se excede en sus prerrogativas y que en muchas ocasiones ha fallado en contra de Estados Unidos argumentando que el país violaba las normas comerciales de la organización.

El segundo punto en el que la Oficina del Representante de Comercio de Estados Unidos es crítico con la OMC tiene su origen en 2001, cuando la organización aceptó como miembro a China.

"[Lighthizer] sostiene que, cuando los negociadores de la OMC acordaron que China debía unirse en 2001, lo que esperaban es que [el país asiático] evolucionase hacia un capitalismo occidental. En su lugar, en lo que se ha convertido China es en una economía dominada por empresas subvencionadas por el Estado con un régimen regulatorio dirigido a robar la propiedad intelectual de Estados Unidos. El resultado es que el sistema no funciona", escribe The Economist.

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El reglamento de la OMC contiene un capítulo que limfita, efectivamente, las subvenciones estatales. Pero tiene lagunas, en parte, porque cuando se escribió, los negociadores estadounidenses y europeos no querían someter a escrutinio sus propios regímenes de subsidios. Ese reglamento no ha cambiado y China, ahora, está haciendo lo mismo que EEUU y Europa hicieron antaño.

Para Lighthizer, China amenaza el espíritu, si no el texto, de las reglas de la OMC. Arguye que el Gobierno chino exige a las empresas extranjeras que quieren invertir en el mercado del país que lo hagan sumando a empresas nacionales a sus proyectos. En demasiados casos, denuncian los norteamericanos, sus empresas tienen que entregar su tecnología como condición para acceder al mercado chino "y luego ven, impotentes, cómo sus socios huyen con sus ideas", añade The Economist.

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"EEUU quiere ahora cambiar esas reglas y, para ello, es necesario un consenso multilateral que requiere el consenso de los 164 miembros de la OMC", advierte el periódico. En lugar de atajar el problema optando por tejer acuerdos multilaterales —como la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión con la Unión Europea o el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica— para tentar a los chinos para que se sienten a negociar, Lighthizer ha optado por la artillería pesada. "Ha utilizado la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974 para acusar a los chinos de dañar la economía de EEUU".

Así las cosas, la única esperanza de que Estados Unidos no abandone la organización y la guerra comercial vaya a más pasa por las manos de Lighthizer, quien espera acabar arrastrando a China hasta donde quiere. Para conseguirlo deberá contar con que sus aliados —la UE y Japón— compartan su punto de vista, según The Economist.

"La UE podrá estar en desacuerdo con Trump en cómo este trata a China, pero reconoce que podría aprovechar la agresión de EEUU como una forma de conseguir que China acepte nuevas restricciones".

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En diciembre de 2017, Lighthizer y sus homólogos japoneses y europeos firmaron una breve declaración en la que manifestaban su preocupación ante lo que consideraban "condiciones competitivas injustas causadas por enormes subsidios que distorsionan el mercado y por corporaciones propiedad del Estado". Una manera de referirse a China sin mencionarla. Desde entonces y con la vista puesta en el gigante asiático, Japón, la UE y EEUU "han estado discutiendo la forma que podrían tomar las nuevas reglas de la OMC", lo que revela que Lighthizer no desea —a diferencia de Trump— acabar con la organización.

De ahí que haya motivos para pensar que el espacio de entendimiento comercial entre naciones no muera. Aunque pocos, porque "algunas preocupaciones estadounidenses son difíciles de abordar en el marco de la legislación de la OMC", añade The Economist.

Incluso si EEUU, la UE y Japón consiguen formular lo que consideran un nuevo y perfecto conjunto de reglas, China podría no seguirles el juego.

"[Lo que China] quiere es un mercado estable (…) No firmará algo que sabe que lo convertirá en un país más pobre a la larga. A los estadounidenses les gustaría redactar nuevas reglas sin los chinos y luego hacérselas tragar a China. Eso sería inaceptable para los chinos".

Los estadounidenses están haciendo un esfuerzo colosal para reformar el sistema que ellos mismos fundaron para que sirviese a sus propios intereses. Queda por ver si el gigante asiático se lo acabará permitiendo, resume The Economist.

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