Inicialmente, el universo se calentó hasta una temperatura récord en el momento preciso de su nacimiento. En aquel instante —que duró mucho menos de un segundo— su temperatura llegó a ser de 1032 grados Kelvin.
Curiosamente, el segundo lugar más caliente se encontraba en la Tierra durante el experimento del Gran Colisionador de Hadrones en 2012. Fue entonces cuando los científicos aceleraron dos haces de protones e iones de plomo hasta que estos alcanzaran el 99,99% de la velocidad de la luz.
Las partículas produjeron altísimas energías nada más colisionar, y como consecuencia, la temperatura rebasó los 5*1012 grados Kelvin.
Mucho más lejos de la Tierra, las grandes temperaturas se producen dentro de las estrellas de neutrones recién nacidas. Al alcanzar temperaturas parecidas, las sustancias ni siquiera adoptan formas convencionales y parecen una mezcla hirviente.
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La estrella tarda unos minutos en enfriarse hasta 109 grados Kelvin, y durante los siguientes 100 años se hace 10 veces más fría.
Además de las estrellas de neutrones, existen estrellas ordinarias que, sin embargo, generan temperaturas enormes. La temperatura de la superficie solar es de unos 6.000 grados, mientras que algunos objetos espaciales son mucho más grandes y calientes.
Otro calentamiento extremo que puede surgir como resultado de la actividad humana está relacionado con las explosiones atómicas. La temperatura en el centro de la bola del fuego que aparece tras la explosión es alrededor de 20.000 grados Kelvin.
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