"Antes de venirme a la Amazonía brasileña una maestra me dijo que me iba a vivir en medio de la nada, pero en realidad ¡estoy en medio de todo!", dijo con ironía esta moreliana, de 32 años, que ya hizo carrera en México, Escocia, Australia, España, Italia y se prepara para trasladarse a Estados Unidos.
Del tamaño de Suiza oriental, la reserva cuenta con una población de apenas 11.000 personas que viven de forma sustentable de la pesca, la agricultura, la caza y el turismo, en una región de extraordinaria biodiversidad, con hasta 120 especies de árboles por hectárea.
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Es también en la Mamirauá donde se estudian dos especies de gran densidad en la región: el delfín rosado de la Amazonía (el delfín de río más grande del planeta) y el jaguar, uno de los felinos más bellos y temidos de América.
"Aquí tenemos una de las mayores densidades de jaguares del mundo, con más de 10 individuos por cada 100 kilómetros cuadrados", explicó a Notimex Del Toro, entrevistada en una casa flotante sobre el río que sale del lago Mamirauá, infestado de caimanes y pirañas.
"Hay la percepción de que el jaguar es agresivo, pero no es cierto, en realidad se defiende. Y no come carne humana, en esta región se alimenta principalmente de caimanes, monos y perezosos", agrega Del Toro, quien lleva cinco años y medio en la región y ahora prepara un doctorado sobre la percepción del felino entre unas 400 comunidades locales tradicionales.
En su computador hay cientos de fotografías que dan cuenta de una fascinante labor como investigadora: expediciones en canoa por la selva inundada para ir en busca de los jaguares, con el objetivo de estudiar su comportamiento, alimentación y salud.
Así, ha participado junto al investigador brasileño Emiliano Ramalho —que estudia los felinos desde 2004 y es considerado uno de los mayores expertos del jaguar en esta zona de la Amazonía— en misiones en las que sedan a los jaguares, toman muestras de sangre y les colocan collares para monitorear sus movimientos por GPS y telemetría.
"He tenido algunos sustos por cosas imprevistas", dijo esta maestra en ciencias por la UNAM, que explica algunas anécdotas como cuando un día, en su canoa a remo, pasó varias veces por debajo de un árbol en cuyas ramas estaba, tranquilamente, un jaguar que la observaba desde lo alto (y que jamás se lanzó a atacarla).
En sus últimas semanas en la Reserva Mamirauá, de un tamaño superior al millón de hectáreas y sin apenas una carretera, Del Toro señaló que la Amazonía es "un paraíso para los biólogos", en parte por su extraordinaria biodiversidad, aún no descifrada, pero que llega a cifras de más de 2.500 especies de peces o 16.000 tipos de plantas y árboles.
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Una región fundamental para el futuro del planeta no solo por sus contribuciones en la lucha contra el cambio climático, sino también por la presencia de especies animales y vegetales que podrían contribuir, si estudiadas, con el desarrollo de nuevos fármacos contra enfermedades como el alzhéimer o el cáncer, cuya cura todavía no existe.
Estimaciones recientes de investigadores como el estadunidense Thomas Lovejoy y el brasileño Carlos Nobre, que llevan décadas investigando sobre la Amazonía, señalan que la mayor selva tropical del planeta podría estar cerca de un punto de colapso por la destrucción humana.
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Se cree que el porcentaje de selva destruido desde 1960, cuando comenzó el período acelerado de destrucción para dar paso a actividades como la agricultura, la minería o la construcción de infraestructuras, está entre 17 y 20%.
El corte raso de selva amazónica se situó entre agosto de 2016 y julio de 2017 en los 6.600 kilómetros, una caída del 16% respecto a los casi 8.000 del mismo período del año anterior, cuando la Amazonía brasileña tuvo su año más destructivo desde 2008.