El 2 de abril de 1982, los argentinos desembarcaron en las Malvinas y comenzó un conflicto que se prolongó durante 74 días. Apenas llegados, se encontraron con resistencias de parte de los isleños, a quienes intentaron 'seducir'. En aquel momento, las islas solo contaban con dos horas de transmisiones de la BBC, recuerda la nota de La Nación firmada por el periodista Daniel Santa Cruz.
Otros desencuentros se plasmaron en el rechazo al cambio de sentido en la circulación para igualarla en el continente o en el envío de panfletos que invitaban a confraternizar. La desconfianza hacia los isleños desde el lado argentino se notaba también, por ejemplo cuando realizaban ruido con helicópteros para evitar que los radioaficionados pudieran comunicar a los británicos sobre el aterrizaje o despegue de aviones de bandera albiceleste.
El gesto no fue bien recibido y los objetos terminaron en la basura. Los que los conservaron, los tomaron apenas como una excentricidad de las autoridades del entonces Gobierno de Carlos Menem, cuenta una crónica de Clarín en 1998.
Pero si hubo dificultades para que los argentinos y los isleños pudieran entenderse, tampoco estuvo exenta de obstáculos la relación con los soldados provenientes de Gran Bretaña una vez terminado el conflicto. Santa Cruz recuerda cómo les llamaban 'Bennies' a los lugareños, por su presunto parecido al mítico cómico televisivo británico Benny Hill.
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Una fábrica de pastas ayudó a salvar la vida de varios aviadores argentinos, también cuenta Santa Cruz. Normalmente, para defenderse de misiles, las aeronaves lanzan cintas plateadas para confundir la artillería guiada por radar, llamadas 'chaff'. Algunos aviones argentinos no tenían esta capacidad, pero los militares se dieron maña para dotarse de esta posibilidad.
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Del mismo modo, se supieron apoyar en otros artilugios como toboganes o tractores para mejorar el rendimiento de armas, narra el periodista de La Nación.
Hubo, sin embargo, personajes locales que lograron mantenerse al margen del conflicto. Se trata de los pingüinos, que, según Santa Cruz, han aumentado de número en el territorio a pesar de las 20.000 minas antipersonas colocadas por los argentinos durante la guerra. Es que las aves pesan menos de los 45 a 60 kilogramos necesarios para activarlas, de modo que son inmunes a esta peligrosa pieza bélica.
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Desde el final de la guerra, la población de pingüinos ha llegado al millón —cientos de veces más de los cerca de 3.000 isleños— gracias a estos 'santuarios' en los que la presencia humana puede acarrear un desenlace fatal.