Los miembros de la familia real tenían muchos amigos de cuatro patas, algunos de los cuales permanecieron junto con sus amos hasta sus últimos días. Al exiliarse en los Urales, la familia se llevó el bulldog francés de la princesa Tatiana, Ortipo, un pequeño perro de la princesa Anastasia, Jimmy, y el cocker spaniel del príncipe Alexéi, Joy, escribe el periódico MK.
Tatiana vio a Ortipo por primera vez en el otoño de 1914 gracias a uno de los oficiales que se estaba recuperando en la enfermería que la princesa visitaba para ayudar a los heridos.
Al parecer, Kotka no tenía uñas, ya que el príncipe sufría de hemofilia y no podía tener una mascota capaz de arañar. No obstante, en 1917, Alexéi tuvo que despedirse de su amigo peludo: lo dejaron en el palacio. Más tarde se conoció que alguien salvó al gato.
Durante la estadía de los Románov en Tobolsk, Siberia, y luego en Ekaterimburgo, en los Urales, los perros que los acompañaban disfrutaron de una libertad sin precedentes. Así, Joy comía desechos y engordaba cada día más.
Al momento del asesinato de Nicolás II y su familia, Joy estaba en la calle, lo que le salvó la vida. Jimmy se encontraba en el sótano junto con los Románov y murió junto con ellos. Sobre Ortipo, no se sabe nada con seguridad, pero lo más probable es que haya escapado aquella noche sangrienta.
Le puede interesar: Se continúa el estudio de los restos de los Románov
Según algunas versiones, Ortipo aullaba y ladraba, lo que atraía la atención de testigos innecesarios, por lo que pronto fue también eliminado. Joy guardaba silencio y por lo tanto escapó de la muerte y llegó a las manos de uno de los verdugos de la familia real, quien lo llevó a su casa.
Después de que la ciudad de Ekaterimburgo fuera ocupada por los blancos, el oficial Pável Rodzianko, que conocía bien a la familia real, vio a Joy en la calle. Rodzianko se llevó al perro como recuerdo de su dueño, asesinado dos semanas antes de cumplir los 14 años.
Al comenzar la retirada de las tropas blancas, el coronel Rodzianko llegó a Vladivostok. Desde allí emigró al Reino Unido, donde fue recibido por el rey Jorge V. A Joy le dejaron vivir en el palacio real y después de su muerte fue enterrado en el cementerio de los perros reales en el castillo de Windsor.