'Pixel': la trascendencia de lo efímero (vídeo)

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Un pixel es "la unidad mínima de color homogéneo que compone una imagen"; el cuerpo humano, "la unidad mínima de expresión coreográfica". Cuando imagen y danza se conjuntan, el resultado es un espectáculo de ensoñaciones poéticas llamado 'Pixel', en el que la música dialoga con el movimiento en un espacio de dimensiones infinitas.

Tras 'Pixel' palpitan los talentos polifónicos del coreógrafo Mourad Merzouki, una de las figuras del hip-hop francés desde los años 90 y director de la Compañía de Danza Käfig; de Claire Bardainne, diseñadora; y Adrien Mondot, especialista en tecnología digital, codirectores de la Compañía Adrien M / Claire B, y del músico Armand Amar, un creador autodidacta francés de origen marroquí que ha colaborado con coreógrafos como Marie-Claude Pietragalla y Russell Maliphant.

El propio Merzouki ha reconocido que Pixel nació de su descubrimiento —y fascinación inmediata— de la obra de Adrien Mondot y Claire Bardainne, una obra en la que el ser humano es el centro del reto tecnológico y el cuerpo el corazón de las imágenes.

"Tuve la sensación de ya no poder distinguir la realidad del mundo virtual y, rápidamente, surgió en mí el interés de probar una nueva aproximación de la tecnología con y para la danza", ha dicho Merzouki, quien desde 2009 se desempeña como director general del Centro Coreográfico Nacional de Créteil y del Val-du-Marne.

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Con Pixel —obra creada en el 2014 que se presentó en el Auditorio del Estado de la ciudad de Guanajuato como parte de los espectáculos del Festival Internacional Cervantino—, Merzouki, Bardainne y Mondot articulan en poco más de una hora una novedosa propuesta artística en la que conviven sin sobresaltos dispares disciplinas artísticas y en la que se dinamitan límites preestablecidos por la tradición: los espaciales del teatro, los folclóricos de la danza.

De ahí que sobre el escenario —cambiante, desconcertante, fugaz— los 11 bailarines de la Compañía Käfig sean tan protagónicos como las imágenes virtuales con las que se entreveran y danzan al compás de la música de Armand Amar; de ahí que el break dance, el patinaje, la acrobacia y la danza coexistan en un mismo universo donde espacio, tiempo y movimiento son nociones en transformación.

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En una época donde impera la cultura de lo fugaz, Pixel hace arte de lo efímero, un arte en el que trascienden tres realidades elusivas: la luz de la que nacen las imágenes, el sonido del que brota la música, y el movimiento de los cuerpos que danzan. Su trascendencia reside en su condición de experimento creativo, en su capacidad para ser a la vez camino y meta, misterio y epifanía, regla y excepción. Como Quentin Tarantino, que llevó las películas de serie B del consumo casero a las salas de cine, con Pixel Mourad Merzouki sacó al break dance de la calle en que nació y de la cultura pop que lo prohijó, y lo elevó a una dimensión estética que va más allá de la expresión urbana y la destreza corporal, una dimensión donde la energía de los bailarines y las variaciones visuales se imbrican hasta tal grado que se pierden las coordenadas de causalidad y consecuencia.

"Cuando recuerdo nuestros comienzos, siempre me doy cuenta de que creíamos que el hip hop y la danza urbana era algo pasajero. Para la cultura del suburbio era una moda. Era impensable, en ese entonces, que algún día el hip hop fuese a llegar a las instituciones culturales", declaró Merzouki en entrevista concedida en el 2014.

Con Pixel, la danza, en tanto representación inmaterial de significados, encuentra cómplice perfecto en la virtualidad de un entorno con el que se funde en armoniosa y fructífera sinergia, como si no hubiesen transcurrido cientos de miles de años entre el lejano y cavernario día en que el ser humano supo del arte esenciado en la cadencia del cuerpo y otro más reciente e informatizado en el que hizo de la torpe realidad un prescindible sucedáneo de la ficción digital.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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