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'Grito de Dolores': controversias e incertidumbres de una fecha histórica

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Como toda historiografía que se respete, la mexicana está llena de sucesos cuya narrativa responde a las interpretaciones diferenciadas de sus cronistas. El 16 de septiembre de 1810, la fecha patria por excelencia, la que fija por tradición en México el inicio de las luchas por independizarse de España, no está exenta de tales controversias.

El propio objetivo de la insurrección resulta la primera de ellas. Se habla de la independencia como la razón toral del levantamiento, pero las mismas palabras de su cabecilla, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, párroco de la iglesia de Dolores, abonan la polémica sobre el propósito verdadero de la revuelta. Si bien es cierto que no existe fuente documental alguna que de fe de las palabras con que Hidalgo arengó a los insurgentes durante el hoy llamado 'Grito de Dolores', los historiadores coinciden en señalar que en ellas no palpitaba ninguna vocación independentista. Los gritos de "¡Muera el mal gobierno!" y "¡Viva Fernando VII!" —Rey de España depuesto en 1808 por la invasión napoleónica—, apuntan, dicen, hacia la condena de las políticas virreinales y de los privilegios que los españoles les negaban a los nacidos en sus colonias, no hacia empeños emancipadores. Algunos historiadores van más allá y sostienen que el título de 'Padre de la Patria' que detenta Hidalgo es una dignidad que en realidad debiera portar su discípulo, y también sacerdote, José María Morelos, quien devenido en brillante estratega militar por las contingencias del destino logró sacar adelante al movimiento insurgente tras la captura y muerte de algunos de sus líderes primigenios, Hidalgo entre ellos.

© Foto : NotimexCampana conmemorativa del Grito, México
Campana conmemorativa del Grito, México - Sputnik Mundo
Campana conmemorativa del Grito, México

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La controversia en torno al 'Grito de Dolores' no se agota en la cuestionable razón del alzamiento. La tradición histórica refiere que en la madrugada de aquel 16 de septiembre —a las 2.00 o a las 5.00 de la mañana, divergen los historiadores—, el cura Miguel Hidalgo despertó a la feligresía del pueblo de Dolores con el tañido extemporáneo de las campanas de la parroquia y pidió a la muchedumbre reunida que se uniera a la insurgencia. A la fecha, la 'puesta en escena' de la conmemoración del 16 de septiembre incluye que alcaldes, gobernadores y el presidente del país, repliquen hacia las 11 de la noche del 15 las circunstancias de un acontecimiento cuya realidad parece ser ligeramente diferente, pues aquellos repiques sediciosos no fueron responsabilidad del padre Hidalgo, sino de José Galván, el campanero oficial de la parroquia, mientras que Hidalgo se limitó a comunicar a los reunidos en el atrio de la iglesia —o en la entrada, que tampoco hay coincidencia en ello— el porqué de esos campanazos tempraneros. El sentido común apoya esta última versión: muy poco conoceríamos hoy del rosario de aclamaciones que la tradición pone en boca de Hidalgo a partir de las reminiscencias fragmentadas de testigos de segunda mano —"¡Viva la América!", "¡Viva la religión católica!", "¡Viva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe!", entre otras—, pues habrían resultado totalmente inaudibles de haber sido proferidas por Hidalgo bajo el estrépito ensordecedor de la histórica campana de la parroquia de Dolores. Por cierto, aunque se asegura que el siete veces presidente de México Porfirio Díaz fue quien impuso la costumbre de festejar el 'Grito de Dolores' desde la noche del 15 de septiembre porque ese día era su cumpleaños, ello es otro de los muchos mitos que rodean a esta fecha patria, pues existe evidencia de que en 1824 'el Grito' ya se festejó desde el 15, cuando Díaz ni siquiera había nacido. Con el tiempo, esa costumbre devino en preceptiva.

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Si lo ocurrido el 16 de septiembre transita por el terreno movedizo de la remembranza y la exégesis, la figura de su principal protagonista no está ajena a la controversia iconográfica: ese anciano sacerdote de rostro bonachón, con la cabeza casi calva, salvo por el largo cabello cano de las sienes y la nuca, puede que no se corresponda exactamente con la imagen real de Miguel Hidalgo y Costilla, cuya recordación trató de borrar a toda costa el poder virreinal al que osó cuestionar. Fue una empresa tan exitosa, que aún muchos años después de consumada la independencia —se logró en 1821— no existía un retrato oficial de Hidalgo en el México nacido de las cenizas del Virreinato de la Nueva España. Fue Maximiliano de Habsburgo, segundo emperador de México, quien puso fin a ese absurdo hacia 1865, y para ello, refieren algunos historiadores, le pidió a un sacerdote belga de su séquito —austríaco, dicen otros— que posara para el pintor mexicano Joaquín Ramírez. El sacerdote fue elegido por la cercanía de sus rasgos con la descripción que hizo de Hidalgo el historiador y político guanajuatense Lucas Alamán, quien lo conoció en persona: "Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años (…)".

El hombre que nunca existió

Pero Miguel Hidalgo no es el único de los protagonistas de aquella gesta sediciosa cuya iconografía se presta a la controversia.

El 28 de septiembre de 1810, las tropas comandadas por Hidalgo cayeron sobre la ciudad de Guanajuato donde civiles y tropas realistas se habían atrincherado en la Alhóndiga de Granaditas. La maciza construcción, que habitualmente servía de granero, se había convertido en un refugio inexpugnable al que resultaba imposible acercarse sin perder la vida en el intento. Pese a todo, los insurgentes pudieron tomarla. El éxito de la acción recayó sobre las espaldas —nunca mejor dicho— de un hombre: Juan José de los Reyes Martínez —o Juan José Raya—, apodado 'el Pípila' —así se le llama en México a la hembra del pavo, y las pecas del rostro del insurgente remedaban el plumaje punteado de dicha ave—, quien protegido de las balas enemigas por una lápida que cargó en hombros logró incendiar la puerta que daba acceso al interior de la Alhóndiga, lo que permitió la entrada de los insurrectos. Aunque los historiadores no han encontrado rastros de la existencia real de 'el Pípila', la certidumbre del hecho histórico que representó la toma de la Alhóndiga de Granaditas bastó para darle cuerpo y nombre a un acto de valor con tintes de mito que con el tiempo detonó la proliferación de estatuas de 'el Pípila' por toda la geografía guanajuatense.

​Poco importan estas controversias e incertidumbres del pasado que resultan consubstanciales a toda historiografía —sólo en los regímenes totalitarios el pasado histórico se acomoda sin cuestionamientos a la dictadura del presente—. Como escribí hace unos años —en estas mismas páginas y por estas mismas fechas—, lo que realmente importa cada 16 de septiembre es el entendimiento de que esta fecha no debiera ser solo un festejo constitucionalmente calendarizado para evocar agradecidos "a los héroes que nos dieron la Patria"; debiera ser además ocasión propicia para tener presente esa verdad inscrita en relieve en la base del monumento que en Guanajuato inmortaliza la hazaña de 'el Pípila', inscripción que nos recuerda que en México "Aún hay otras Alhóndigas por incendiar".


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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