El rayo que daña
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Como término médico, el uso de 'caries' aparece registrado en un antiguo tratado romano de Medicina para aludir a la descomposición de la osamenta humana. En los días del Renacimiento, la recuperación y generalización de los saberes clásicos puso a las 'caries' en boca de todos —donde siempre han estado- para designar exclusivamente a la destrucción de los dientes. 'Caries', valga la precisión, es una de esas palabras —como añicos, como exequias- que se utiliza invariablemente en plural, así sean una o treinta y dos las piezas dentales dañadas. Y una caries desatendida puede hacer añicos a la más resistente dentadura y, en caso extremo, adelantar las exequias del negligente portador.
¿Parirás o masticarás con dolor?
— "Ajá, caries. Le voy a tener que extraer este diente" —dice el dentista.
— "¡Oh no, antes que eso preferiría tener un niño!" —grita la dama.
— "En ese caso déjeme ajustar el sillón primero" —contesta el dentista.
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En fin, puesto que la mala fama de los dentistas los precede —los niños y niñas juegan a 'enfermeras y doctores' pero nunca a 'odontólogos y asistentes'—, puesto que el dolor en el consultorio dental resulta al parecer un mal inevitable —incluso en estos tiempos de lidocaínas y mepivacaínas, anestésicos locales inyectables que generan 'belonefobia' o pánico a las agujas-, no queda más remedio que usar la estratagema de la mujer de otra historia que al inclinarse el dentista para comenzar a trabajar ella le agarró los testículos. Cuando el dentista le dijo: "señora, creo que ha tomado mi zona privada", ella le contestó: "Sí, vamos tener cuidado para no lastimarnos el uno al otro".
Lo único malo es que la estratagema no funciona si tras el cubrebocas del especialista se esconde una odontóloga.
No se puede hablar de dolores de muelas sin recordar estos divertidos versos de Pedro Calderón de la Barca, dramaturgo y poeta español del Siglo de Oro.
LA PENÚLTIMA
Pues señor, vaya de cuento,
dolíale a un hombre una muela;
vino un barbero a sacarla,
y estando la boca abierta:
"¿Cuál es la que duele?", dijo.
Dióle en culto la respuesta,
"la penúltima", diciendo.
El barbero, que no era
en "penúltimas" muy ducho,
le echó la última fuera.
A informarse del dolor
acudió al punto la lengua,
y dijo en sangrientas voces:
"La mala, maestro, no era".
Disculpóse con decir:
"¿No es la última de la hilera?"
"Sí", respondió, "mas yo dije
penúltima y usted advierta
que penúltimo es el que
junto al último se asienta".
Volvió, mejor informado,
a dar al gatillo vuelta
diciendo: "¿En efecto es
de la última la más cerca?"
"Sí", dijo, "Pues vela aquí"
respondió con gran presteza
sacándole la que estaba
penúltima; de manera
que quedó, por no hablar claro,
con la mala y sin dos buenas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK