"Los tiempos en los que podíamos confiar en los demás se han terminado. Eso lo he vivido los últimos días. Por eso digo: nosotros los europeos tenemos que tomar nuestro futuro en nuestras propias manos. Naturalmente que esto se hace manteniendo una relación de amistad con Estados Unidos de América y el Reino Unido y como buenos vecinos, siempre que sea posible, con otros países, incluida Rusia. Pero debemos saber que debemos luchar solos por nuestro futuro, por nuestro destino como europeos".
Aunque el ambiente era festivo y corría la cerveza en jarras, el tono de Merkel no sólo era de firmeza, sino incluso de enfado.
Merkel ya no se fía ni de Washington ni de Londres. El Brexit ha significado un cambio radical de perspectiva, un punto de inflexión que ha terminado por anclarse con la llegada del histriónico multimillonario a la cúpula del poder estadounidense.
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Algunos periodistas europeos no dudan en calificar el breve discurso de la canciller como una "bomba de alto tonelaje con la que prácticamente certificaba la muerte en vida de las relaciones transatlánticas". Ese análisis no es incorrecto ni precipitado.
¿Qué implicaciones subyacen de todo esto? Merkel ha comprobado "los últimos días" —en Sicilia principalmente durante la cumbre del G7— el giro copernicano y aparentemente irreversible que ha tomado la Casa Blanca. Para Berlín el problema es tan serio y acuciante que ya no tiene sentido ocultarlo e incluso conviene airearlo, máxime cuando en unos meses se celebrarán elecciones legislativas, y Merkel se juega su cuarto mandato como gran favorita frente a los socialdemócratas..
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Otra consecuencia directa es la constatación de que Estados Unidos está perdiendo su liderazgo e influencia a marchas forzadas en el Viejo Continente gracias a su afán proteccionista.
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Finalmente, la alocución de Merkel implica una ambiciosa oferta de compromiso lanzada al resto de naciones europeas con el objetivo de sacar entre todas juntas al continente de la irrelevancia, la apatía y la disensión actuales. El primer destinatario del mensaje era, sin duda alguna, el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron.
"Los alemanes son malos, muy malos. Mira los millones de coches que venden en Estados Unidos. Terrible. Vamos a parar eso", les dijo a los sorprendidos dirigentes europeos. Ese comentario franco y políticamente incorrecto se hizo público gracias a una filtración periodística que difundió la revista alemana Der Spiegel, y levantó una nueva tormenta política entre las dos orillas del Atlántico. Escándalo que el propio jefe de Estado estadounidense se encargó de remachar en su muy activa cuenta de Twitter.
We have a MASSIVE trade deficit with Germany, plus they pay FAR LESS than they should on NATO & military. Very bad for U.S. This will change
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 30 de mayo de 2017
Los asesores del inquilino de la Casa Blanca tuvieron que suavizar sus declaraciones realizadas sin pelos en la lengua, cuando subrayaron que su jefe se había referido al comercio exterior alemán, y no al pueblo de Alemania. Lo que no pudieron matizar sus ayudantes fue que Trump había amenazado directamente a la industria automovilística alemana, pilar de la economía de ese país.
No existe química alguna entre Merkel y Trump. Ya se vio clara esa tensión en la visita de ella a Washington en marzo pasado, cuando él evitó estrecharle la mano en el Despacho Oval y ella le miraba con incredulidad ante tamaña descortesía. Más que un signo fue una declaración de principios.
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Trump ha demostrado que su agenda interna es prioritaria y por eso su primer periplo internacional ha sido un fiasco, aunque él insista en difundir lo contrario. Se resistió a sumarse a los esfuerzos globales para combatir el cambio climático, discrepó con los europeos en cuestiones de asilo y refugio, rehusó respaldar la defensa colectiva en el marco de la OTAN e insultó a los alemanes a propósito de su superávit comercial. Pocos podrán superar esa marca…
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK