El 5 de enero de 2014, una cámara del Centro de Investigación Antropológica y Forense (FARF) de Texas detectó a un joven ciervo de cola blanca posando junto a un esqueleto humano y hurgando en los huesos de las costillas. Los investigadores pensaron que se trataba de un caso aislado, pero ocho días más tarde el cadáver volvió a ser visitado por el mismo animal.
El descubrimiento es relevante porque estos animales son totalmente hervíboros y solo les interesa la carne para extraer de ella sus componentes minerales —mayoritariamente fósforo, sal y calcio—, sin saltarse su dieta hervíbora.
I guess the taste for human flesh has spread to Pennsylvania; look at this bloodthirsty doe! https://t.co/1yGgV0LMX4 #whoseatingbambi pic.twitter.com/GcBUMUPVX3
— PA Deer Research (@WTDresearch) 5 мая 2017 г.
El descubrimiento se hizo sin querer por los investigadores del Centro de Texas mientras llevaban a cabo otro experimento en nombre de la ciencia: para mejorar las técnicas de identificación de cadáveres, los investigadores suelen dejar en un ambiente controlado cuerpos inhertes y colocan cámaras sensibles al movimiento, de manera que pueden observar qué marcas producen los animales salvajes en los cadáveres.
También es cierto y sabido que una vez los animales se acostumbran al sabor de la carne del ser humano les resulta difícil abandonarlo: la sangre humana tiene más sal que la sangre animal y resulta bastante adictiva.