Varios miles de soldados lucen sus mejores galas y esperan firmes frente a los graderíos colocados para la ocasión en la Plaza Roja. Suena el reloj. Cada campanada se demora en el tiempo como si el frío moscovita del 9 de mayo quisiese ralentizar la celebración del gran acontecimiento. Dong. Dong. Dong. Y así hasta llegar a 10 en un minuto que se eterniza.
Un automóvil negro se mueve despacio desde el flanco izquierdo de la Plaza Roja. A bordo viaja Serguéi Shoigú. El ministro de Defensa de la Federación de Rusia está de pie y permanece en posición de saludo militar, con la mano rígida a la altura de la frente. El vehículo negro se detiene delante de uno de los grupos de soldados. Shoigú se dirige directamente a ellos: "Hola, camaradas. Los saludo con motivo del 72º aniversario del fin de la Gran Guerra Patria".
Los tres enérgicos "hurras" que suceden a las breves palabras del ministro reverberan en los muros del Kremlin y retornan con inusitada fuerza hacia las gradas.
La escena se repite varias veces. Y el sentimiento militar, condensado en un grito repetido por partida triple, se transforma en una especie de terremoto patriótico que hace temblar el suelo.
El ministro de Defensa le pasa entonces el testigo al presidente del país y comandante supremo del Ejército, Vladímir Putin. Su discurso evoca la grandeza de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, pero subraya el alto precio que el pueblo ruso tuvo que pagar a cambio: "La guerra se llevó millones de vidas".
Las palabras del mandatario ruso desembocan en un minuto de silencio en honor a las víctimas caídas en combate. Acto seguido, la banda de música pasa a interpretar el himno nacional de Rusia.
Sopla ligeramente el viento, el cielo es gris y plomizo y la primavera, que hace pocos días se paseaba vigorosa por Moscú, huye ahora mientras el invierno gana el terreno perdido.
Ajenos a las inclemencias meteorológicas, los soldados van desfilando cadenciosamente. Las Tropas Estratégicas, las Aerotransportadas, las de Defensa Radiológica, Química y Bacteriológica, unidades de la Armada, las mujeres cadetes…
Según las cifras oficiales, hay congregados más de 10.000 militares en la Plaza Roja. La banda de música aporta dramatismo y realza los pasos acompasados de los reclutas.
El olor a combustible se hace especialmente intenso cuando empiezan a circular los tanques, los vehículos blindados y el resto de maquinaria bélica de la Federación de Rusia.
Los camiones blindados Taifun-K y Taifun-U, que han pasado por su bautismo de fuego en las misiones de la policía militar en Siria, avanzan a lo largo de la explanada moscovita. No son los únicos. Decenas de vehículos diferentes son escudriñados desde el palco de autoridades, con la catedral de San Basilio como testigo de excepción.
La ceremonia queda algo descafeinada por la ausencia de las 72 aeronaves que iban a tomar parte en el desfile y que, a causa de las adversidades meteorológicas, finalmente no lo hacen.
Celebridades en la tribuna
La pertiguista rusa nació en 1982 en Volgogrado, antigua Stalingrado. Precisamente la resistencia de esa ciudad, teñida de sangre y reducida prácticamente a cenizas, cambió el curso de la Gran Guerra Patria —término dado por la historiografía soviética al conflicto bélico contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial—.
Pegatina en una farola
La paradoja del triunfo en la guerra es que siempre lo disfrutan las generaciones siguientes, las que no han sufrido en sus carnes el conflicto ni han visto a seres humanos que retornan física o espiritualmente amputados desde el frente.
Nostalgia desde la distancia
Hace unos años que la vida de Anastasia Kostyuchek, profesora de ruso en la Fundación Pushkin de Madrid, además de traductora, transcurre lejos de su Siberia natal.
Pese a estar perfectamente asentada en la capital de España, no deja ni un instante de mirar de reojo y con morriña hacia Rusia.
"El Día de la Victoria como expatriada se vive con mucha emoción, con mucho respecto y rezando para que no se repitan los acontecimientos que dieron lugar a esta fiesta", expresa.
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"La verdad es que en la Fundación [Pushkin] siempre nos volcamos con esta festividad, ponemos vídeos y canciones a los alumnos y les regalamos lazos de San Jorge", continúa Kostyuchek, natural de Irkutsk.
"Mi mejor recuerdo del 9 de mayo proviene de la adolescencia, cuando caí en la cuenta de lo feliz que era porque no me había tocado vivir una guerra", prosigue.
"Hay que recordar y conmemorar. Y hay que hacer que los niños respeten esta fiesta y que teman una nueva guerra", concluye la docente de la Fundación Pushkin de Madrid.
Dicen que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Los rusos han asimilado la suya.