"El día de la rendición de Alemania, el pueblo se echó a las calles (se había decretado fiesta) desde tempranas horas; y en todas partes se formaban grupos que enarbolaban banderas y se encaminaban hacia la Plaza Roja. Todo el día hubo allí una muchedumbre que se movía en una masa compacta, juntándose y desplazándose al impulso de las columnas de manifestantes que venían de los diversos barrios, recorriendo por lo general la Avenida Gorki, entre vivas al Ejército, a Stalin, a la Unión Soviética, etcétera, y entonando canciones.
En los sitios donde se escuchaban los altoparlantes que solían esparcir los acordes de músicas bailables modernas y cosmopolitas, se organizaban dentro de vastas ruedas de espectadores animados bailes en que tomaban parte numerosas parejas.
Allá desfilaba otra multitud de mocetones y muchachas perseguida por una nube de chiquillos y guiada por tres o cuatro aleteantes banderas soviéticas.
De pronto se formaba un remolino de gente y el corro de los que rodeaban a los bailarines, casi se deshacía en una marejada de cabezas que se agrupaban en torno de otro centro de interés. Era que en eso pasaba por allí un viejo general, con su uniforme y sus medallas, y todos cuantos le veían comenzaban a rodear y seguir, aplaudiendo algunos, y los más limitándose a acompañarle en apretada hueste.
Los grandes desfiles en la Plaza Roja
"Ese mismo día, 8 de mayo de 1945, a la hora 20.30, hubo un saludo de honor del Cuerpo de Ejército que tomó la ciudad de Praga, y se anunció para las 22.00 un discurso de Stalin por radio para toda la URSS. Al acercarse la hora, el gentío, que para escuchar los altoparlantes se concentró en la explanada del hotel —en uno de cuyos extremos se había armado un escenario al aire libre, ante el cual se hallaban estacionados no menos de cinco mil espectadores—, asumió proporciones de inundación.
Por la avenida Gorki se veía afluir un río humano que abarcaba todo el ancho de la avenida, de pared a pared, el cual no cesaba de volcarse en ese vasto espacio, donde llegó un momento en que podía calcularse se aglomeraban más de 300.000 personas.
Una aclamación saludó al final del discurso, en el cual se tributaba un homenaje al Ejército Rojo por sus brillantes hazañas y al pueblo todo por su contribución abnegada al esfuerzo inenarrable de la guerra.
Al silencio con que fue escuchada la alocución, siguió el rumor de aquel mar contenido que volvió a ponerse en movimiento, a dar voces, a cantar e improvisar, dominado por un júbilo desbordante, bailes con música o sin ella, en medio de grandes corros, hasta que se anunció la salva de mil cañones para saludar la victoria definitiva y total.
Eran los mismos reflectores, que trazando sus errantes pinceladas ese bellísimo cuadro, habían defendido a la ciudad contra los aviones alemanes imposibilitando sus ataques nocturnos o condenarlos al fracaso. Con ese espectáculo de prodigiosa escenografía, que así deleitaba al pueblo en un minuto más memorable de sus mayores expansiones de alegría, por la paz y el triunfo, se había salvado Moscú.
En las exclamaciones populares, al admirar, se mezclaba un sentimiento de gratitud con el asombro embelesado. Y luego, bajo esa carpa fantástica construida en el aire con soportes de luz y de tela de firmamento, se vió de pronto brotar la fantasmagoría de todo aquel jardín de encanto desparramado en flores ardientes, de diversos colores, que flotaban en lo azul y trenzaban una deslumbradora y efímera corona de estrellas a la ciudad, mientras se escuchaba el retumbar de mil cañones antiaéreos enfilados al río.
Así terminó esa celebración del magno acontecimiento histórico. Cuantos presenciamos ese espectáculo tuvimos la conciencia de haber vivido uno de esos minutos que pasan en el tiempo, pero quedan prendidos como clavos o como estrellas en nuestra frente".