En 1941, cuando estalló la guerra, Galina tenía solo 16 años. Y así de repente se convirtió de meteoróloga (especialidad que estudiaba) en piloto de un bombardero. Vuelos de combate, bombardeos peligrosos, cansancio y falta de sueño formaron parte de su vida por cuatro años.
"Sí que había miedo pero hay otra frase que es 'se debe hacer'. Cuando uno de los aviones, que volaban en línea, resultaba derribado, los otros seguían volando, adelante, marcando el lugar donde sucedía. La palabra 'miedo' no existía, solo el 'deber'", cuenta.
La mujer explica que aquel momento se podía pensar solo en cómo "liberar a la patria de enemigos y parar la masacre".
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"La idea prevalente era que debemos hacerlo, debemos conquistar la victoria", dice.
Brok Beltsova recuerda que en su práctica también había situaciones de emergencia durante vuelos de combate. Una vez chocó contra otro avión de su línea mientras maniobraba para evitar disparos de unidades antiaéreas fascistas. Todo sucedió a 5.000 metros sobre la tierra.
"El avión llevaba bombas. No se podía dejarlas caer. El aeródromo estaba debajo de nosotros. Además, debajo se encontraban nuestras tropas que estaban realizando una ofensiva. (…) Tomamos la decisión de aterrizar con bombas. Todos estaban en pánico al verlo, porque en el aeródromo había otros aviones caza. (…) Al aterrizar, el avión se salió de la pista, nos salvaron unos huecos en la tierra en los que 'entraron' nuestras bombas", indica.
"En la comisaría militar me invitaron a hablar (…), me preguntaron si quería luchar contra los espías que invadieron Moscú", señala. La mujer aceptó la propuesta sin vacilar.
Lo explica en parte con la pobreza, las dificultades que experimentaba su familia aquel período.
Después de la desmovilización, Brok Beltsova se graduó en Historia por la Universidad Estatal de Moscú y trabajó en una escuela durante unos 70 años.