En cualquier caso, el referéndum sobre la reforma constitucional ya es el mayor hecho político en la historia del país desde la fundación en 1923 de la República de Turquía sobre las cenizas del Imperio Otomano.
Según el nuevo sistema, cuyos críticos lo han tildado de "nuevo sultanato", el presidente estará autorizado a gobernar por decreto, controlará los presupuestos del Estado y podrá nombrar directa o indirectamente a 12 de los 15 jueces del Tribunal Constitucional.
Lo apretado del resultado ha dado fuerzas a la oposición, especialmente el Partido Republicano del Pueblo (CHP), de corte secular, que apoyaba el "no". De ahí que impugnara sin éxito todo el proceso y exigiera su anulación, alegando que la Junta Suprema Electoral (YSK) cambió a última hora los criterios para validar las papeletas.
No obstante, el exiguo triunfo plebiscitario parece complicar los planes de Erdogan —él buscaba una victoria con el 60%— y la idea de adelantar los comicios parece descartada. El votante ha preferido la estabilidad y un sistema más centroasiático que europeo, pero el líder turco no ganó en Estambul por primera vez desde 1994, cuando entonces era alcalde de la megalópolis que une Europa con Asia. Eso significa que está perdiendo adeptos entre la clase urbana que le aupó al poder. De hecho, el "si" a la reforma ganó en el interior de la península de Anatolia, es decir, la zona más rural, pero perdió en las provincias costeras, en las zonas kurdas, situadas más al este, y en las tres principales ciudades: Ankara, Estambul e Izmir.
Quienes confían en esa tesis también consideran que el país necesita un liderazgo más fuerte ante un panorama lleno de retos, como la guerra en Siria en su frontera meridional, los atentados terroristas del autodenominado Estado Islámico y de los grupos separatistas kurdos, o las volátiles condiciones económicas mundiales.
Quienes, por el contrario, rechazan ese enfoque y depositaron una papeleta con el "no" escrito en ella creen que los cambios aprobados minarán el actual Estado de Derecho y aislarán a Turquía de la arena internacional.
La reacción oficial de Bruselas ha sido deliberadamente muy cautelosa. En una declaración conjunta, los altos cargos comunitarios, incluido el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, han pedido a las autoridades turcas "buscar el mayor consenso nacional posible". En otras palabras, han respetado el mandato popular, aunque no les haga ni pizca de gracia. Lo contrario habría sido una injerencia intolerable.
Los analistas sostienen que el presidente va a buscar ahora una nueva era con la UE más basada en cuestiones de índole económico que político, lo que reducirá considerablemente la profundidad y calidez de las relaciones ya bastante afectadas por los serios roces diplomáticos con Holanda durante la campaña electoral. Se planteará una relación de transición basada en los acuerdos existentes sobre fronteras y refugiados, y en la cooperación antiterrorista. El proyecto político de integrar a Turquía en la UE está prácticamente acabado.
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¿Y el papel del Ejército? Las Fuerzas Armadas, que otrora fueron un protagonista muy activo en la política turca, están ahora muy debilitadas. Se siguen lamiendo las heridas tras el fallido golpe de Estado de julio de 2016 y la posterior purga de decenas de miles de personas arrestadas, destituidas o suspendidas que no sólo afectan al estamento militar sino también al civil.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK