Tenía razón Voltaire: el pueblo prodiga "lo mismo su odio que su amor". Mauricio Ortega es la verborrea pública mexicana hecha carne, el receptor del "odio inútil" del que hablara José Martí. Se le sataniza como si su error constituyera una vergüenza nacional cuando apenas si fue la pésima decisión de un individuo aquejado de 'memorabilia extrema', por darle un nombre cándido a su pasión incontinente por el fútbol americano; se le exorciza mediáticamente, como si a través de él muchos quisieran sacar sus propios demonios. Mauricio Ortega, que obtuvo el perdón humano —se reitera—, y se libró de la ciega justicia terrenal, tendrá sobre sí —y sin derecho al olvido, que es otra de las formas del perdón— la mirada de millones de mexicanos que a diario navegan por la red de redes y que dicen sentirse avergonzados por la fechoría del periodista.
#YoNoSoyMauricioOrtega pudiera ser un 'hashtag' que secundaría, pero ciertamente no me avergüenzo, como mexicano, de su proceder, porque no es Ortega Camberos, ni como periodista ni como ciudadano, la encarnadura de eticidad alguna por la que se deba juzgar a todo un pueblo. Me avergüenzan más esos otros mexicanos que sí cargan simbólicamente en sus hombros la integridad de un país y la enlodan a diario con su moral de pandilleros. Es una torpeza pensar, como han expresado algunos, que el furtivo proceder del periodista le abona a esa satanización de los mexicanos que una tarde sí y otra también promueve el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sin necesidad de hurtos futboleros ni excusas de otra índole. Para algunos dizque 'patriotas', no de Nueva Inglaterra, sino mexicanos, tal pareciera que Mauricio Ortega —quien ciertamente infamó la confianza en él depositada por la dignidad de su cargo— es la Malinche traidora a su pueblo, rediviva en cuerpo de hombre en los tiempos de internet, la sierpe culpable acreedora de ser devorada por los 'halcones' propios y los del norte, la sierpe acreedora de cuanto odio se genere hacia México fuera de su frontera, acreedora también de todos los agravios por venir.
El presente de Mauricio Ortega —un hombre cortés y caballeroso, en palabras de gente cercana a él, y cuya actuación, digámoslo claramente, jamás podrá ser celebrada— bien se acomoda en unas coplas españolas que reflejan en sus versos de arte menor el linchamiento mediático al que ha sido sometido por el enfático proceder de quienes parecen querer vindicar la (para ellos) ofendida dignidad del país, fiscales ciudadanos que olvidan —Amado Nervo 'dixit'— que "la verdadera grandeza no necesita la humillación del resto".
Cuando se emborracha un pobre
Todos dicen: ¡borrachón!
Cuando se emborracha un rico:
¡Qué alegrito va el señor!
Si porque me ves caído
Me señalas con el dedo
No atiendas a lo que soy
Sino a lo que fui primero
No hay quien levante al caído
Ni quien la mano le dé
Como lo ven abatido
Todos le dan con el pie
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK