Las fuentes en las que se apoyan tienen la credibilidad de siempre: anónimas y sin pruebas. Más papistas que el Papa, estos medios intentan apoderarse de un protagonismo sin precedentes.
Algunos acusaron a Rusia de haber desplegado a sus espías por todo el mundo para debilitar democracias y llevar al poder a sus aliados prorrusos, alias regímenes de ultraderecha. Otros achacaron al equipo del nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, de haber estado en contacto permanente con altos cargos de espionaje ruso durante la campaña electoral de 2016.
En desesperados intentos, sus ataques no son más que un compendio de lugares comunes, así como de referencias a declaraciones muy citadas de políticos antirrusos más radicales. A ningún observador sagaz se le escapa que en vez de ofrecer y analizar datos, lo que ofrecen son teorías de conspiración y sus interpretaciones.