El 9 de noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín, el siglo XX había adelantado su primer adiós, ese que se pensó definitivo con la desintegración de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991. El 11 de septiembre de 2001, los atentados terroristas de Al Quaeda en Estados Unidos marcaron, en apariencia, el nacimiento de una nueva época, que en su esencia, sin embargo, no era más que el corolario de fallidas estrategias políticas decididas en la centuria anterior desde la Casa Blanca, como mismo la elección de Barack Obama, el primer presidente negro de esa nación, no es un hito del presente siglo, sino consecuencia directa de aquel sueño hecho verbo el 28 de agosto de 1963, por el que luchó pacíficamente el reverendo Martin Luther King Jr. Este 20 de enero, con la toma de posesión de Donald Trump como presidente número 45 de Estados Unidos, parece definitivo el adiós de un ciclo histórico ensangrentado por dos guerras mundiales y el sempiterno peligro de una tercera y final que la diplomacia y el equilibrio en el arsenal de mortíferos artilugios atómicos —devenidos en armas de disuasión masiva— contribuyeron a congelar.
De los sumerios a la fecha —insisten los historiadores—, la crónica política de la humanidad debe leerse como la historia de la ascensión y caída de los imperios. En el pasado reciente, Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov enterraron a una potencia que se había desplomado por el peso insoportable de sus imperfecciones, y con ello dieron inicio a la dilatada despedida de duelo de un siglo nacido en 1917 con el ascenso al poder de los bolcheviques. Hoy, cien años después de aquel alumbramiento invernal —cuando Estados Unidos y Rusia intercambian guiños cómplices pese a sus muchos desacuerdos pasados y vigentes, y el único recuerdo imperante de la fría e incruenta guerra que los enfrentó durante un largo trecho del pasado siglo es el arsenal nuclear de ambos países—, Donald Trump, asistido por Vladímir Putin, es el partero de una nueva era que se insinúa ajena al caudillaje político global de Estados Unidos. Algunos oráculos de la política incluso ven en esta proximidad de liderazgos una re-creación contemporánea del dúo Reagan-Gorbachov que cambiara los mapas del siglo XX. Solo que esta vez el oso siberiano se puede imponer al águila real.
Esta nueva era que se vislumbra la define un país conformado por migrantes que olvidan su historia y proponen levantar muros para mantener fuera de sus fronteras a los "nuevos bárbaros"; un país nacido del libre comercio y el flujo transfronterizo del capital que hoy enarbola las banderas del proteccionismo; un país al que la democracia le impuso como líder supremo a un cercenador de libertades; un país donde el silencio de la mayoría acalló en las urnas el vocerío mediático de la prensa y de las encuestas; un país que siempre buscó y halló enemigos en fronteras bien cartografiadas y hoy se enfrenta a una amenaza de nombre cambiante y geografía imprecisa. Si ayer sus predecesores utilizaron la "política del gran garrote" y la "diplomacia del dólar", hoy con un simple tuit Donald Trump quebranta empeños y hace tambalear los mercados globales y los alinea a favor del capital estadounidense, ese mismo Donald Trump cuyas meteduras de patas hacen ver a Estados Unidos no como la nación excepcional que cree ser —presuntamente elegida por Dios para promover 'urbi et orbi', el amor a la paz, la democracia y la libertad, y el respeto a la ley y a los derechos humanos—, sino como un país ordinario —en todas las acepciones pertinentes del término— donde el desconocimiento y el desatino se amancebaron un mal día de noviembre para darle el triunfo a un falso político. Curiosamente, y me excuso por el didactismo, por esas veleidades semánticas presentes en todos los idiomas, la voz 'trump', que significa 'triunfo' en inglés, también está presente en el verbo 'falsificar' —to trump up—. Y se vale recordar que en la jerga coloquial (slang) del Reino Unido, 'trump' alude al gas intestinal, para expresarlo con elegancia, por lo que decir a la mexicana "¡Qué mal 'pedo' este Trump!" resulta un tanto redundante.
Si el siglo XX fue el de la convivencia consensuada, aunque no exenta de tensiones, de las dictaduras de izquierda y de derecha y de los imperios que las sostenían, el XXI parece ser el de la convivencia de populismos de ambos sesgos ideológicos y de la incorreción política que los modela. Ya veremos si el encumbramiento de Donald Trump hasta un puesto que jamás debió ocupar apenas si es un incidente —o accidente histórico—, o marcará, como presiento, el inicio de una nueva e incierta época para un mundo que ahora sí podrá dar el adiós definitivo al cruento y ubicuo siglo XX.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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