La candidata presidencial del Partido Verde, Jill Stein, ha pedido un recuento formal en el estado de Wisconsin, citando informes de un potencial 'hacking' exterior.
Hillary Clinton también secundó la idea, a pesar de que un abogado de su campaña admite que su equipo "no ha descubierto ninguna evidencia de piratería ni de intentos de alterar la tecnología de votación". Periódicos estadounidenses acusan a Rusia de haber llevado a cabo una "sofisticada campaña de propaganda" para interferir, debilitar a Clinton y desacreditar la democracia de EEUU. Pero la mayor parte de la información en la cual se basan estas acusaciones proviene de un grupo que insiste en permanecer anónimo y basa sus conclusiones en una metodología muy difusa.
La autora de la columna de opinión en el rotativo hace hincapié en que los ciudadanos del país norteamericano no se han enterado de nada mediante los mensajes de los correos electrónicos 'hackeados' de Podesta que no supieran ya de antemano. Y esos actos de piratería seguramente no son los que trajeron "descrédito" a las "elecciones democráticas y la prensa libre" del país norteamericano.
Sin embargo, la histeria que se formó alrededor de la presunta intervención de Putin en las elecciones no es accidental. Los neoconservadores y los intervencionistas socialdemócratas siempre han deseado una nueva guerra fría con Rusia. Ahora, con Trump sugiriendo que podría buscar un nuevo reinicio en las relaciones con el país eslavo, cooperación en la lucha contra Daesh —organización terrorista prohibida en Rusia y otros países— y la solución del conflicto en Ucrania, las afirmaciones indignadas sobre la supuesta intervención de Putin en las presidenciales de EEUU hacen que cualquier cooperación entre los dos Estados sea más difícil.