Así comienza Michael Peck su artículo para 'The National Interest'.
Desde entonces, ha llegado a simbolizar una nueva forma de guerra en la cual la muerte puede llegar en cualquier momento desde un dispositivo enterrado en el suelo o un coche aparcado en la esquina.
Según un escenario hipotético del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, si un grupo terrorista construyera una bomba de 10 kilotones (la bomba de Hiroshima era de apenas 15 kilotones) utilizando material nuclear introducido de contrabando en Estados Unidos y detonándolo en una ciudad importante, habría 100.000 víctimas, así como una contaminación de hasta 8.000 km cuadrados.
El problema es que materiales nucleares por ahí no faltan. Los terroristas ni siquiera tendrían que construir o robar una bomba, les bastaría comprarla.
Los extremistas tampoco necesitan demasiada inteligencia para desencadenar una explosión nuclear real. Simplemente detonando una 'bomba sucia' —un dispositivo explosivo que propaga materiales radiactivos— causarían bastante daño y mucho más pánico.
Si hay algún consuelo referente a un IND, es este: no habrá muchos de ellos. Si tiene lugar una explosión de un dispositivo nuclear, tendremos un nuevo acrónimo: EHE, o Especie Humana Extinta, concluye el autor.