Hoy día Washington se enfrenta a otra relación cada vez más problemática: su alianza con Filipinas. Su presidente, Rodrigo Duterte, ha hecho declaraciones entre las más controversiales de las cuales se destaca la que ofendió públicamente al presidente estadounidense, dejando claro que su país no tiene la intención de seguir necesariamente los intereses de la Casa Blanca en política exterior.
Recientemente el mismo Duterte se ha comparado nada más y nada menos que con Adolf Hitler, declarando que le "gustaría masacrar a todos" los drogadictos, al igual que "Hitler masacró a tres millones de judíos" para "salvar las próximas generaciones".
En primer lugar, no se deben repartir garantías de seguridad de forma promiscua, ya que cualquiera de estas cuenta con el potencial suficiente para enredar a una potencia en una confrontación militar dudosa. El tratado de defensa 'mutuo' con Manila es en realidad una de las violaciones más explícitas de esa regla.
En segundo lugar, Filipinas tiene múltiples demandas territoriales en el mar del Sur de China, por parte de otras naciones. Esto, como mínimo, crea un constante dolor de cabeza para los propios Estados Unidos.
Por último, tratados con personajes como Duterte, ponen a Estados Unidos en una posición incómoda en la escena internacional. A lo largo de la Guerra Fría, Washington se avergonzó a sí mismo con estrechas relaciones con un surtido de 'aliados' bandidos, considera el investigador.
Ahora, en ausencia de "la amenaza existencial que representaba la Unión Soviética", la justificación que permitía tirar por la borda los valores morales básicos, es más débil aún.
Por ejemplo, en la década de 1980, Estados Unidos suspendió su compromiso de defensa con Nueva Zelanda, por el simple hecho de que Wellington no permitió que los buques nucleares estadounidenses operaran en sus aguas.
Las acciones del mandatario Filipino son mucho peor que eso: muestra "falta de fiabilidad en la escena internacional y un comportamiento totalmente odioso en su política interna", según el autor. Es por ello que EEUU debería realizar una revisión inmediata de sus relaciones con el país isleño, concluye Carpenter.